

«¿De verdad tengo 88 años?» La Escuela de Espalda para retrasar el envejecimiento en Valladolid
Los centros de vida activa del Ayuntamiento se adaptan a las nuevas necesidades de los mayores: más actividades de fuerza y salud para ganar autonomía «y no quedarse encerrado en casa»
«A veces lo pienso», dice Pepita Sánchez: «¿De verdad tengo 88 años? Me encuentro tan bien de memoria, de cabeza, que no me creo ... que tenga esta edad». Lo cuenta minutos antes de sentarse en el borde de una silla, de poner las manos sobre las rodillas, de coger aire con profundidad para, a partir de ahí, estirar cuello, hombros, brazos, cervicales. Pepita es alumna de la Escuela de Espalda, una de las actividades más demandadas en los centros de vida activa del Ayuntamiento. «Yo vengo bien a las clases, pero salgo mejor», apunta Pepita, quien, una vez terminado el taller, evita el ascensor para salir a la calle por las escaleras. «Hay que mantenerse activa todo lo que se pueda», asegura la veterana de la clase.
«El objetivo del curso es fortalecer la musculatura de la espalda, mejorar la movilidad de las articulaciones, ganar flexibilidad y movilidad», apunta Carmen Pecharromán, técnico de dinamización de actividades físicas y deportivas, quien añade que el reto es prolongar la autonomía personal lo máximo posible. «Evitar tropezones, levantarse de la silla o la cama con facilidad, coger sin problemas un vaso de la alhacena. Hacemos una actividad física enfocada a tener mejor movilidad, a retrasar lo máximo posible el deterioro».
«Hace años, muchas personas mayores se quedaban en casa viendo la tele y no se movían en toda la tarde de la silla o el sofá. Yo recuerdo a mi abuelo que con 60 ni salía de casa. Ahora somos más activos», dice José Ceruelo, 79 años, quien no solo es alumno, sino también profesor voluntario de varios cursos en los centros de vida activa. Imparte clases de juegos, informática y ajedrez en Puente Colgante, Arcas Reales y Huerta del Rey. Es integrante de la Asociación de Voluntarios Mayores de Castilla y León y está convencido de algo: «Con 65, con 70, con 80 años y con salud no podemos quedarnos en casa como parásitos. Tenemos inquietudes, por un lado, y una oferta muy amplia para hacer cosas. Y luego, cada vez hay más hogares unipersonales, así que hay que evitar también quedarse solo».
Convocar a más hombres
«Tenemos que hacer sobre todo un llamamiento a los hombres. Parece que nos cuesta más apuntarnos», asegura José Bernardo Báez, 65 años. «De entrada puede que te de vergüenza. ¿Qué voy a hacer yo en un centro de mayores?, puedes pensar. Pero aquí la edad no importa. Ahora se llaman centros de vida activa porque hay una oferta interesante para todo el mundo que tenga inquietudes y ganas de hacer algo», asegura Báez. María José Miranda tiene 80 años. Viene a clases de espalda en Puente Colgante, a yoga en Pajarillos, a senderismo en el centro del antiguo matadero. «Al principio venía solo a clase de memoria, pero me di cuenta de que tenía que hacer también actividades físicas para apañarme por mi cuenta, para no depender de nadie», dice.
«Hace veinte años, solo se programaba gimnasia de mantenimiento. Pero ahora, muchas personas vienen después de haber hecho mucho ejercicio antes, son personas con muchas inquietudes y aptitudes… y hay que ofrecerles algo en función de sus intereses». De ahí que ahora se incluyan estas clases de espalda, yoga, desde el próximo año pilates, «para ralentizar el desgaste y el inevitable envejecimiento, porque todo cuerpo se debilita y deteriora», apunta Pecharromán, quien añade que junto a la actividad física, este tipo de talleres contribuye a mejorar la sociabilidad y tejer redes personales.
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