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Trabajos de desescombro. Fundación Joaquín Díaz
Aquella trágica novillada en Fresno el Viejo

Aquella trágica novillada en Fresno el Viejo

El desplome de la plaza de toros portátil, el 29 de agosto de 1973, dejó un muerto y 220 heridos bajo montones de escombro

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Lunes, 27 de agosto 2018, 17:28

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Primero sonó un fuerte chasquido; enseguida, un ruido atronador y, de inmediato, miles de gritos de auxilio. La tragedia irrumpía en la localidad vallisoletana de Fresno el Viejo el segundo día de sus fiestas patronales. Aquel 29 de agosto de 1973, a las siete de la tarde, una hora después de haber comenzado la primera de las dos novilladas organizadas por el Ayuntamiento con motivo de las fiestas de San Agustín, ocurrió lo peor. Lo inesperado.

«Fue todo muy rápido. Se oyó un chasquido muy fuerte y uno de los lados de la plaza fue cayendo despacito, y en seguida cayó la otra parte de la plaza. Algunos de los que estaban arriba pudieron saltar o salieron despedidos al medio de la plaza, pero la mayor parte de los de abajo quedaron amontonados entre los hierros y unos encima de otros. Aquello fue de miedo. Unos gritos, unos llantos…». El alcalde, Ubaldo Rodríguez, se encontraba todavía en estado de shock cuando hacía estas declaraciones a El Norte de Castilla, hace hoy 45 años. No era para menos. Hasta el médico de la localidad, José Oterino, reconocía: «Ha sido terrible, pero la verdad es que ha podido ser mucho peor. Ha podido haber un número espantoso de muertos».

En apenas unos segundos, la plaza de toros portátil, abarrotada para asistir a la lidia de novillos pertenecientes a la ganadería de Luis Martín Tejedor, de Torrecilla de la Orden, terminó convertida en un amasijo de hierros y palotes tronchados. Y lo peor: con cientos de espectadores sepultados por las barras y asientos metálicos, aplastados bajo otros heridos, estrujados por los hierros retorcidos y los tablones desparramados. El estruendo fue de tal envergadura, que hasta el novillo se quedó inmóvil y pudieron encerrarlo.

Las principales autoridades del pueblo y numerosos vecinos se lanzaron de inmediato a las labores de rescate y salvamento. Intervinieron ambulancias de Valladolid, Medina del Campo, Salamanca y Zamora, fuerzas de la Cruz Roja de Valladolid y Medina, patrullas de la Guardia Civil y del Regimiento de Artillería número 47, acantonadas también en Medina del Campo. Por la carretera de Madrid comenzaron a circular a toda velocidad vehículos particulares con pañuelos blancos por la ventanilla, que desplazaban a los heridos a localidades cercanas.

Nada pudieron hacer, sin embargo, para salvar la vida del más grave de todos, el agricultor Román Medina Antón, de 65 años y vecino de Fresno. El doctor José Saravia Gil, director del Sanatorio Quirúrgico San José, de Medina del Campo, certificó su muerte a las pocas horas. La cifra de heridos ascendió a 220, cinco de ellos «gravísimos».

Repartidos por hospitales

«Calculo que habrán pasado por la enfermería unas doscientas personas, la mayoría de ellas con contusiones, fracturas y heridas abiertas. Luego, calcule usted que un diez por ciento de esa cifra padecen lesiones graves», declaraba el médico de Fresno, que al menos pudo contar con la ayuda de su colega de Carpio, de otro médico procedente de Bilbao, de tres enfermeras y dos practicantes. Los heridos trasladados a Valladolid fueron ingresados en la Residencia Sanitaria Onésimo Redondo (lo que hoy es el antiguo Hospital Río Hortega), en el Hospital Provincial, en el Sanatorio de la Cruz Roja y en el Hospital Militar. Uno de ellos, Toribio Sánchez del Brío, natural de Tarazona de Guaranas, en Salamanca, recordaba aterrado que todo había sido «muy rápido, cuando me quise dar cuenta tenía encima del cuerpo varios asientos, varias personas… Fue algo horrible».

Otros muchos fueron atendidos en el citado Sanatorio Quirúrgico San José, de Medina del Campo, y en tres centros de Salamanca: la Residencia Sanitaria de la Seguridad Social, el Hospital Clínico y el Sanatorio de la Trinidad. El día 1 de septiembre, los 41 heridos que aún estaban hospitalizados evolucionaban favorablemente. Enseguida se especuló con la posible causa del desastre. El alcalde se apresuró a señalar que la plaza de toros portátil, contratada por el empresario Mariano Zorita, venía siendo utilizada en pueblos limítrofes, también en fiestas patronales, sin problema alguno. Hubo rumores de todo tipo: que si el coso no había sido fijado a los muros de los edificios colindantes, como solía hacerse con instalaciones anteriores, que si los soportes de las gradas estaban colocadas con simples placas metálicas…

Lo cierto es que el único dato verificado por todos era que la plaza, como reconocía el propio regidor, «estaba abarrotada. Hasta la bandera. Había venido mucha gente de los pueblos de alrededor de por aquí». Y aunque todo se fiaba a las investigaciones del juez instructor de Medina del Campo, algunos medios ya apuntaban al exceso de público como principal detonante de la tragedia: «La plaza de toros, portátil, cuadrada, que no redonda, estaba ocupada por más de 3.000 espectadores, cuando el aforo real es de 1.200 localidades. Los tableros, excesivamente sobrecargados, cedieron y arrastraron tras ellos los pilarotes principales, situados en dos ángulos de la plaza», podía leerse, por ejemplo, en la 'Hoja del Lunes' madrileña el 3 de septiembre de 1973.

El gobernador civil, José Estévez Méndez, reaccionó visitando la localidad y reuniendo al alcalde y a los de otros pueblos de la comarca para «estudiar las medidas más convenientes de cara a la ordenación de los festejos (…), para que se desarrollen dentro del orden más absoluto y procurando que las instalaciones reúnan todos los requisitos de seguridad». Demasiado tarde, sin embargo, para los vecinos de Fresno el Viejo.

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