Cómo recuperar el privilegiado entorno de La Maruquesa en Valladolid
Fue un lugar estratégico, pero el desarrollo de los años 60-70 lo ocultó. Estudiantes de Arquitectura proponen soluciones de lo más diverso para reintegrar este pequeño barrio
Allí, en La Maruquesa, decidieron las tropas napoleónicas levantar baterías defensivas por si los ingleses osaban adentrarse hasta Valladolid e intentar pasar el ... Puente Mayor. Y allí, unas décadas más tarde (1844), se instaló el telégrafo óptico que, aunque de corta vida, estaba llamado a revolucionar las comunicaciones hasta que lo arrasó la modernidad con el telégrafo eléctrico y el tren. Y mucho antes aquel mismo escenario sirvió a Wyngaerde como observatorio privilegiado para atender la petición de Felipe II de realizar un dibujo de la ciudad.
Ahora, sin embargo, la Cuesta de la Maruquesa, donde viven en torno a cuatrocientos vecinos, es un lugar invisible. Coronado por un gran parque, el de Fuente El Sol, al que los residentes allí no pueden acceder con facilidad, y rodeado por el tráfico feroz de la avenida de Gijón y la carretera de Fuensaldaña. Sería imposible que ahora Juan Pantoja de la Cruz retratara el cerro al fondo del Puente Mayor en el cuadro que acompaña a la infanta Ana Mauricia (1602). «Ha sido siempre un fondo de la imagen de la ciudad de Valladolid. El Puente Mayor aparece en cuadros del siglo XVII y al fondo, la Cuesta de la Maruquesa. Y hasta los años 40-50 estaba siempre presente, desde Moreras, incluso desde las partes altas del casco histórico. Siempre se veía ese fondo. Con el crecimiento de las edificaciones de los años 60-70 eso se ha ocultado», explica Eusebio Alonso, profesor de la asignatura de Proyectos arquitectónicos en la Escuela de Arquitectura de la Universidad de Valladolid.
Pero una de las funciones de esta disciplina, asegura, es «revelar las condiciones de un lugar».Así que él y Javier Blanco, como coordinadores, y un elenco de profesores amplísimo –Miguel Ángel de la Iglesia, Paloma Gil, Valeriano Sierra, Jesús de los Ojos, Ángel Iglesias, José Antonio Lozano y Flavia Zelli– decidieron que su asignatura se iba a centrar en este espacio.
Un barrio invisible y peculiar. Con un pasado histórico, un acceso complejo y un presente invisible.
«Cualquier proyecto no solo resuelve un problema o afronta una estrategia formal, sino que nos descubre a través del autor y de los análisis que este hace las cualidades de un lugar. Siempre, a principio de cada curso, planteamos ubicaciones diferentes y después de darle una serie de vueltas, este año quisimos trabajar en la Cuesta de la Maruquesa porque ofertaba una serie de oportunidades», explica Alonso.
¿Retos? Todos. Desde mejorar la accesibilidad a proponer, sin derribar ni una sola vivienda, soluciones que permitan dotar el barrio de ciertos equipamientos y unirlo, en cierto modo, a esa ciudad que le da la espalda. «El primer semestre todo se orientaba a dotar de equipamientos, lugares de encuentro, espacios públicos, al barrio. En el segundo semestre nos hemos dedicado a proyectos residenciales», explica Eusebio Alonso.
«Si tenemos un parque a nivel ciudad y abajo un enclave como la dársena o Puente Mayor, ¿no podríamos establecer una conexión directa, accesible, peatonal, en bicicleta, que conectase más fácilmente con esa parte?», propone Alonso. Y por si el reto tenía pocos condicionantes, añadieron otro más:«Les propusimos a los alumnos que había que conseguir que al final hubiera más vegetación de la que había al principio».
La respuesta ha sido una colección de maquetas muy original, expuestas hasta hace poco en el centro cívico de La Victoria y en julio en el Colegio de Arquitectos. Con proyectos, incide Alonso, «factibles». Todos. Aunque con matices, claro, porque en el mundo de la maqueta no existe el presupuesto de la obra. «La política municipal debe estar apegada a una realidad que es dura, que exige ajustes, pero nosotros tenemos que investigar e ir un poco más lejos. Todas las propuestas son factibles desde un punto de vista técnico», asevera el profesor.
Las respuestas de los estudiantes han sido múltiples, porque además se ha buscado que aborden el problema desde ópticas diferentes «para que todos aprendan de todos». «Planteamos que haya diversidad de proyectos, por eso hay soluciones más extensas, más bajas, de una o dos plantas, pegadas al terreno, y otras con torres o edificios que van volando y serpenteando, o incluso edificios cuyas cubiertas son utilizadas como lugares de juego, de huertos o de paseo para conectar las diferentes cotas entre la cima del Parque de Fuente el Sol y la carretera de Fuensaldaña o la avenida de Gijón», señala.
«Proponen edificios que despegan del suelo, con una cota social que continúa por debajo de los edificios. O la edificación se concentra en torres, porque van a asociadas a otras torres para conseguir otros objetivos», explica Eusebio Alonso mientras señala una torre con ascensores de la que parte una pasarela que conecta directamente con la parte más alta, el Parque de Fuente el Sol. «Hay elementos de ascensores, de escaleras, que permiten conectar, o incluso con pasarelas y rampas que hacen un recorrido, como vimos en la primera parte del trimestre», indica. Ascensores que en Valladolid no han sido nunca tendencia, quizá porque hasta hace treinta años los únicos lugares habitados con cierto desnivel eran Girón y La Maruquesa. Parquesol cambió de algún modo esa composición orográfica del Valladolid poblado y será, precisamente, uno de los barrios que inaugure estos 'ascensores' que son habituales en Bilbao, sin ir más lejos.
«La dificultad de la gestión complica que se puedan llevar adelante ciertas propuestas, pero todas ellas son perfectamente verosímiles», asegura el profesor. Y quizá algunas convendría analizarlas. Al fin y al cabo, explica Alonso, «en cuanto resuelves la accesibilidad peatonal, en bicicleta, y lo dotas de equipamientos, se convierte en un entorno privilegiado».
Una obra reanudada y el problema de la basura
Bajar la basura hasta el pie de la avenida de Gijón –o de la carretera de Fuensaldaña– ya es un engorro. Llegar hasta las contenedores y que los matojos hagan casi imposible acceder a ellos es más desagradable, explica una vecina que se consuela con que, al menos, como no ha llovido esta vez no hay demasiado problema. Otra cosa son los que se acercan hasta allí a tirar, como es el caso, un parachoques detrás de los contenedores.«Esto lo han tomado como si fuera un punto limpio», dice. Desesperada por la basura que se acumula y porque no se haga nada para colocar mejor los contenedores.
El único edificio de pisos que hay, ya que los demás son viviendas individuales y casas molineras, da a una calle, Calera, cuyo asfalto lleva sin arreglar «28 años», dice. «Metieron el gas y lo dejaron así», asegura mientras señala la cicatriz de la zanja, como un bache continuo que recorre la calle hasta arriba.
La parte baja del barrio, ya en la avenida de Gijón, ofrece una primera imagen cochambrosa al visitante que entra a la ciudad por esa vía. Matojos, hierbajos secos, coches aparcados sobre la tierra reseca entre las aceras, el indecente asfalto de la carretera en sentido salida de la ciudad. No hay prevista, de momento, ninguna actuación para esta zona.
En la parte de arriba, en la calle del Mirador, peatonal, conviven solares, casas modestas y alguna vivienda reformada. En el medio, la calle Peninsular, la última que quedaba por asfaltar en Valladolid, está rematada hasta un punto. A partir de ahí, camino de tierra y una acera preparada para recibir los adoquines nuevos, que días atrás aparecían apilados junto al material de obra pero sin colocar.
Luis Vélez, nuevo responsable de obras en el Ayuntamiento, explicaba a El Norte que, efectivamente, un problema con la empresa paralizó momentáneamente las tareas, aunque se reanudaron el lunes de la semana pasada y ahora siguen su curso.
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