Vivir con miedo a los ataques del lobo en Valladolid
La provincia registró el año pasado quince asaltos de estos cánidos, la mitad en Castronuño, que provocaron la muerte de 24 vacas y ovejas
La mañana en la que José Luis Mayoral se encontró un becerro muerto en Carmona, su explotación ganadera situada en el término municipal de Castronuño, ... hace ahora veinticinco años supo que no iba a volver a «pegar ojo en la vida». Por primera vez en diecisiete años, los lobos habían sorteado el vallado de alambre de espino que custodia las 308 hectáreas de finca para atacar al ganado. Antes, dice, «sospechaba» que había una manada por la zona, pero «jamás» se imaginó que podía tocarle a él. «La naturaleza es así, entiendo que el lobo tiene que comer, pero aunque estás en alerta no te planteas que puede tocarte a ti», reconoce mientras mueve de forma brusca el volante de su todoterreno para esquivar los charcos formados en la tierra en este lluvioso día de enero.
Como cada mañana, Mayoral circula por su finca para controlar el ganado. Detiene en seco el vehículo y baja la ventanilla. Se desabrocha el cinturón de seguridad y señala hacia lo alto de un cerro donde pasta una veintena de vacas. «Mira, ahí fue donde nos encontramos muerto al último», suelta a bocajarro mientras inhala vapor de su cigarrillo electrónico.
El «último», como se refiere, se produjo hace tan solo diez días. En lo que va de año ya ha sufrido dos ataques. En cada uno, el animal mató a dos becerros. Un ritmo al que Mayoral cuestiona si podrán hacerle frente. «En ganado de lidia, que te maten un becerro ya no es tanto por el daño económico, que también, sino porque te destrozan una vida entera seleccionando a los mejores, te destruye la labor genética de muchísimo tiempo», lamenta. En 2019, para su «sorpresa», no recibieron ninguna «visita desagradable». La única desde 1995. «Creíamos que había parado, pero ya hemos visto que no, y cuanto antes nos acostumbremos a la realidad, mejor», sostiene.
Desconoce cuántas cabezas puede haberle arrebatado esta especie. Cierra los ojos e intenta contabilizarlas con los dedos de las manos. Está dubitativo. No lo tiene claro, pero sus cuentas no fallan:«Son muchísimos, pero calculo que una media de quince o veinte cada año».
La finca de Mayoral emana paz. Susurra historias. Es un pequeño refugio en medio de la nada. Allí se pasa «gran parte del tiempo». Hubo una temporada en la que, además, estaba allí todo el día. Literal. Su hermano y él se turnaban por la noche para hacer guardia. Querían evitar a toda costa que estos cánidos irrumpieran en su propiedad. Tomaron «todo tipo de medidas». Por ejemplo, incorporar un mastín para que vigilase al ganado, más alambre de espino para el vallado y luces intermitentes para ahuyentarlos. Incluso «encerraban» a las vacas que acababan de parir. Pero los ataques continuaron y no les quedó «más remedio» que arrojar la toalla y retomar su rutina diaria. «Hemos probado de todo, pero ya no sabemos qué hacer para pararles, y cerrar todo esto a cal y canto sería una inversión terrible», incide.
Ya no tiene «miedo». Sí «incertidumbre» por lo que pueda encontrarse a la mañana siguiente. Pero ha aprendido a convivir con una realidad que sabe que le acompañará «para siempre». Antes, dice, se «cabreaba». Ahora tan solo le queda «esperar». Sabe que más pronto que tarde, los lobos volverán a entrar en Carmona. «Al cabo del tiempo de acostumbras;el lobo va a existir siempre, pero ojo, nosotros no estamos en contra de ellos, al contrario, lo único que queremos es que las manadas estén controladas porque nos destrozan el trabajo y la vida», explica este ganadero.
Zona de nueva expansión
Su explotación engrosa el listado de víctimas de una población de lobos que en los últimos años ha experimentado una expansión hacia zonas de la provincia de Valladolid en las que hace tiempo que no estaba presente. La Junta de Castilla y León cuenta por decenas las cabezas de ovejas y vacas muertas por su dentada. En Valladolid, zona catalogada como «de nueva expansión», el año pasado se registraron quince episodios de ataques de estos cánidos, que provocaron la muerte de 24 animales, la mayoría de ganado bovino. Solo en Castronuño hubo seis ataques;el resto se produjeron en la comarca de Tierra de Campos –cinco entre Bolaños de Campos, Monasterio de Vega, Morales de Campos, Villabrágima y Tordehumos– y en la zona de Valladolid –cuatro en Cubillas de Santa Marta y Trigueros del Valle–.
Pero estas cifras también arrojan un rayo de esperanza en el sector. Al menos en Valladolid. Con prácticamente los mismos ataques registrados en 2018 y 2019 –diecisiete frente a quince–, el número de cabezas muertas se ha reducido a la mitad: se ha pasado de las 51 del primer año a las 24 del segundo.
No obstante, cabe destacar que más de la mitad de estos hechos tuvieron lugar durante los tres últimos meses de 2019. Según datos proporcionados por la Consejería de Fomento y Medio Ambiente, hasta el 30 de septiembre 'solo' hubo en Valladolid seis ataques, que se saldaron con diez animales muertos, siendo la segunda provincia menos azotada por estos episodios, únicamente superada por Soria (con cuatro asaltos y diez cabezas).
Los datos
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179 manadas había en la comunidad según el último Censo Regional del Lobo Ibérico, del año 2013.
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15 ataques de lobo se produjeron en Valladolid el año pasado, según datos de la Junta de Castilla y León.
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Zonas de actuación. De los 15 ataques de 2019, seis se produjeron en Castronuño, cinco en Tierra de Campos (Bolaños, Monasterio de Vega, Morales de Campos, Villabrágima y Tordehumos) y cuatro en Cubillas de Santa Marta y Trigueros del Valle.
Pero, ¿cuántas manadas campean por tierras vallisoletanas? El último censo oficial, que data del año 2013, calcula que existen entre 14 y 18, estimándose una media de nueve lobos por manada. Sin embargo, colectivos como la Asociación para la Conservación y Estudio del Lobo Ibérico (Ascel) sostienen que las jaurías han disminuido drásticamente y en la actualidad habría «unas siete u ocho».
En el conjunto de la comunidad, este registro arroja un resultado de 179 manadas –de un total nacional de 297–. Asimismo, el año pasado, la Junta pagó a los ganaderos 1,1 millones de euros como indemnización por los 2.088 ataques que se reconocieron en las nueve provincias.
Cómo identificar al atacante
Cuando los ganaderos perciben un ataque en sus explotaciones, lo primero que tienen que hacer es notificarlo durante las primeras 48 horas. Una vez comunicado, un agente medioambiental se traslada hasta la finca para constatar quién ha sido el atacante: si un lobo o un perro. Para ello, según explican desde la Asociación Profesional de Agentes Medioambientales de Castilla y León (Apamcyl), siguen una serie de pautas como valorar si se han producido hechos similares en los dos últimos años y si ha habido avistamientos de lobos por la zona. También prestan atención a dónde está situado el cadáver. El perro donde mata, come, pero el lobo no: trata de «esconderlo». Además, estos cánidos, cuando actúan, suelen realizar unas marca circundantes de cinco metros con excrementos, mientras que un perro «puede hacerlo o no». Precisamente estas deposiciones ayudan a identificar al agresor: si hay restos de huesos, hay «muchas posibilidades» de que lo haya cometido un lobo.
«La especie en la provincia está en declive; es terrible»
«Una especie protegida no puede ser objeto de caza». Lo dice Jorge Soto, uno de los miembros de la Asociación para la Conservación y Estudio del Lobo Ibérico (Ascel) y que en esta ocasión ejerce como portavoz. Considera que el número de ataques de lobos a explotaciones ganaderas el año pasado «no justifica para nada» su persecución. «Hasta septiembre hubo seis ataques y diez animales muertos, una cantidad ridícula», asevera. Además, cree que los propietarios tienen «parte de culpa» en los asaltos del lobo a sus fincas. «Igual es que las vallas que ponen no son suficientes y tienen que poner más seguridad», incide. Por otra parte, defiende que estos cánidos, en la provincia de Valladolid, están experimentando un «acusado declive» en los últimos años. Prueba de ello, explica, es la reducción sufrida en cuanto al número de grupos reproductores. «Se han pasado de las 14 manadas que había en 2012 a las siete u ocho que hay en la actualidad; no puede seguir así, es una pena», lamenta.
Una de las causas que han contribuido a esta «terrible» situación, como lo califica, es la caza furtiva. No tienen «pruebas» porque, dice, no consta «ningún expediente sancionador ni denuncia por muerte ilegal», pero están «completamente seguros» de que el furtivismo se ha «incrementado muchísimo en los últimos años».
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