Vallisoletanos que se quedan sin playa por decisión propia: «Aquí tenemos de todo, no necesitamos más»
El trabajo, la economía, las circunstancias personales... son muchos los que deciden pasar el verano en la provincia
En agosto, cuando las ciudades se vacían y los estados de WhatsApp se llenan de fotos de playas y maletas, hay quienes deciden quedarse. Y ... no porque no sueñen con lejanos destinos paradisíacos, sino porque su verano está aquí, en los pueblos de Valladolid, que estos días se llenan de vida y risas.
Muchos se quedan por decisión propia. Porque sus vacaciones soñadas incluyen planes tan sencillos como salir con el vecino a tomar el fresco o jugar la partida bajo el ventilador del bar. Es el caso de César Herrero y Zulima Melgar, de Barruelo del Valle, quienes han encontrado en su pueblo el destino perfecto para disfrutar. «Aquí lo tenemos todo, no necesitamos más», dicen ambos. Otros, en cambio, no tienen opción. Sus trabajos les impiden descansar en los meses estivales. Panaderos, pescaderos, hosteleros… conscientes de que los pueblos estos días están de bote en bote, deciden aprovechar al máximo y sacar el mayor rendimiento a sus negocios en estos meses.
El verano en los pueblos tiene su propio horario. Madrugadas frescas para trabajar en las huertas, tardes dedicadas a la siesta o a los chapuzones en la piscina y las noches, para el cine en la plaza o para las actividades que organizan ayuntamientos y asociaciones. Todo sin prisas, sin colas y sin agobios. Jesús Gordoncillo y Lourdes Luengo, de Torrelobatón, lo tienen claro. «Nosotros lo hacemos al revés que todo el mundo. En invierno nos vamos a Benidorm y el verano lo pasamos en el pueblo, que es donde más tranquilo se está. Además, tenemos que recoger la cosecha de la huerta», dicen.
Y es que, quedarse en el pueblo, en verano, no siempre es una renuncia. Simplemente es que no hace falta irse muy lejos para pasarlo bien.
César Herrero y Zulima Melgar llevan 10 años sin irse de vacaciones a la playa
«Barruelo del Valle es el mejor lugar para ir de vacaciones»
Hace diez años que César Herrero y Zulima Melgar no se van de vacaciones. Diez veranos sin maletas, sin sombrillas, sin noches de paseo junto al mar. Diez veranos en los que el horizonte no ha sido azul y salado, sino amarillo y con olor a cereal, el de su pueblo, Barruelo del Valle. Para esta pareja, la palabra «playa» es sinónimo de aglomeración y calor exagerado. En cambio, para su hijo, José Ramón, de 10 años, es un sueño por cumplir. «Estoy desando ir al mar», comenta este pequeño, que tal vez este año pueda ver cumplido su anhelo de correr por la arena «aunque sólo sea una escapadita».
César es agricultor y su época de más trabajo es en estos meses. «Yo no cosecho. Es un servicio que subcontrato y dependo de cuando me lo puedan ir haciendo. Por eso no tengo demasiada disponibilidad. Además, hasta hace muy poco tenía un caballo y no se lo podía dejar a nadie para cuidar», comenta él. Zulima trabaja en un supermercado y sus días de descanso los destina a cuidar de José Ramón.
Para los tres, Barruelo del Valle es el lugar idóneo en el que pasar los meses de verano. Un pueblo tranquilo, sin bullicio, pero con todos los servicios cerca. «Por las mañanas aquí siempre tenemos cosas que hacer. Estamos muy entretenidos y por las tardes nos vamos a la piscina a Torrelobatón. Además, en verano aquí se organizan muchas actividades, sobre todo para los niños. Aquí es donde mejor podemos estar», confirman César y Zulima.
Mari Cruz Díaz y Miguel de Castro, por trabajo llevan 15 años din disfrutar de vacaciones en verano
«Para nosotros, trabajar en el bar de la piscina en verano, son las mejores vacaciones»
En Torrelobatón, cuando el calor aprieta, muchos vecinos ponen rumbo a la playa o a la montaña. Sin embargo, Mari Cruz Díaz y Miguel de Castro, no. Ellos pasan julio y agosto entre cafés, helados y chuches, trabajando en el bar de la piscina municipal. Y no lo cambian por nada.
Llevan 15 años ligados a este trabajo, aunque de forma consecutiva son ya 11 veranos. Antes de eso, la piscina pasó por las manos de los padres de ella. «Sé que muchos no lo entienden, pero para mí, esto son mis vacaciones. Estoy al aire libre, rodeada de amigos, primos y vecinos. Es mi desconexión del año», cuenta Mari Cruz, sonriendo detrás de la barra.
Julio y agosto son meses de largas jornadas. A veces casi de «media jornada de 24 horas», bromea Miguel. Pero ellos lo disfrutan. Él, además, trabaja en una empresa de reparto de comida y bebida y tiene cierta flexibilidad. Ella, hasta hace poco ha regentado un kiosco en Parquesol. «En el kiosco estábamos encerrados y las horas pesaban más. Aquí corre el aire, hablas con unos y con otros. Es mucho más llevadero», dice Miguel.
Lo de irse de vacaciones lo dejan para septiembre, «o cuando se pueda» y aseguran que no envidian a aquellos que se van a la playa en agosto. «Aquí trabajas, ganas dinero, te lo pasas bien en un ambiente agradable y luego te vas cuando los precios bajan y no hay tanta gente», explica Mari Cruz.
Su rutina es intensa. De lunes a domingo, sin descanso. Entre semana cierran sobre las 01:00 horas de la madrugada, pero los fines de semana se alarga más. «No es que haya mucho negocio de noche, pero a veces nos liamos charlando con los clientes y se hace tarde», confiesa Miguel. «Este año la piscina abrió el 14 de junio y cerrará el 7 de septiembre. Van a ser casi tres meses completos», completa Mari Cruz.
Mientras otros hacen y deshacen maletas, ellos atienden entre chapuzón y chapuzón, sirviendo refrescos, helados y dando conversación a sus clientes. «Para nosotros, el verano consiste en trabajar en la piscina y estar con nuestra gente. Y la playa… ya llegará en septiembre, sin prisas y sin agobios. Y si no llega, tampoco pasa nada», concluye esta pareja.
Rubén Jiménez, pastor de Carpio, en plena época de paridera, no se va de vacaciones. Espera a la primavera para hacer una escapada
«No necesito despejarme ni ir de vacaciones. Así soy feliz»
En Carpio, el verano no huele a playa ni a montaña para Rubén Jiménez Alonso. Huele a paja, a lana y a pienso. Tiene 41 años y lleva desde los 18 al frente del rebaño que en su día perteneció a su padre y antes a su abuelo. Siempre tuvo claro lo que le esperaba al tomar las riendas del oficio. «Es un trabajo esclavo, porque los animales comen todos los días», comenta. Por eso, cuando llegan las vacaciones y los amigos se organizan para irse, Rubén y su familia se quedan. «Antes, con veintitantos años, lo llevaba peor. Ahora estoy acostumbrado. Los amigos ya ni insisten. Saben lo que hay y que en verano me es imposible irme. La que lo lleva peor es mi mujer. Aunque sabe implica este trabajo porque también desciende de familia de pastores», añade.
Rubén y su esposa tienen tres hijos, de 15, 11 y 4 años, quienes a veces le piden «hacer una escapada a la playa». Esta familia aprovecha algún día suelto en primavera para viajar por el norte de España. «En esa época hay más hierba y es más fácil que alguien cuide del rebaño unos días. Cuando vamos, contratamos casas rurales. Somos de pueblo y nos gusta el turismo rural. Las ciudades no me atraen. Me parecen todas iguales», comenta entre risas.
El verano es la época de más trabajo. Coinciden las fiestas de los pueblos con la paridera de las ovejas y la venta del lechazo, vital para la economía familiar. Pero… ¿Y si pudiera irse diez días seguidos? Rubén lo tiene claro. «Me daría igual dónde, lo que querría es estar con mi familia. Ellos seguro que elegirían playa, quizás Canarias o el sur de España, para ir un poco más lejos», aventura a decir.
No siente envidia de los que se van. Ama su trabajo y dice que no necesita «despejarse» porque ya vive feliz haciendo lo que le gusta. Lo único que le preocupa es que su familia sienta que se están perdiendo oportunidades de conocer mundo. «Por mí, no. Yo estoy a gusto», afirma este pastor que en sus ovejas ha encontrado su forma de ser feliz.
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