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Teodoro y David Laguna, padre e hijo, en su panadería de Villalar. Laura Negro
Coronavirus en Valladolid: Teodoro y David Laguna: «Nos dan muchas veces las gracias por seguir llevando el pan a diario»

Teodoro y David Laguna: «Nos dan muchas veces las gracias por seguir llevando el pan a diario»

Padre e hijo, son los herederos de un siglo de saber hacer y tradición familiar en la elaboración de un alimento básico en Villalar de los Comuneros

Laura Negro

Villalar de los Comuneros

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Miércoles, 20 de mayo 2020, 07:13

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Teodoro y David Laguna son padre e hijo y presumen con orgullo de ser panaderos. Un oficio milenario que en su familia se remonta a cuatro generaciones. A sus 67 años Teodoro tiene concedida la jubilación activa, lo que le permite compaginarla con su trabajo. Por eso ahora el peso de la gestión de la panadería Laguna, en Villalar de los Comuneros, recae en su hijo. Más de un siglo lleva esta familia amasando harina y poniendo en valor las recetas tradicionales, y ahora la crisis del coronavirus ha modificado algunos de sus usos y costumbres.

Teodoro heredó el oficio de sus padres y estos a su vez de su tío Félix Laguna, que era alfarero y panadero. Con siete años empezó haciendo panes y desde entonces nunca se ha alejado del horno. «Es muy sacrificado. Trabajamos todos los días del año porque, aunque el día de Navidad y el día del Año no hacemos pan, aprovechamos para preparar cosas en la panadería». Con 13 años perdió a su padre, que falleció haciendo el reparto, y él, junto con su madre y hermanas, se hizo cargo del negocio. Se compró un carro y un burro para llevar todos los días el pan hasta Marzales y Vega de Valdetronco.

«En cuanto tuve los 18 me saqué el carnet y empecé a repartir en más pueblos. Damos un servicio indispensable, pero lo tenemos difícil. Cada vez hay menos gente en los pueblos y los que hay son más mayores y comen menos pan. Nos tenían que dar una subvención por ir, porque económicamente no es rentable», dice este panadero con 60 años de experiencia.

«Damos un servicio indispensable, pero lo tenemos difícil. Cada vez hay menos gente en los pueblos»

Teodoro y David Laguna

Para David vivir encima de la panadería de sus padres le marcó para siempre. Se crió entre candeales y riches y de niño le gustaba echar la masa en la máquina formadora. Estudiar un grado superior de Análisis y Control de Calidad le ha venido bien para hacerse cargo del negocio. «Yo veía la vida tan sacrificada que llevaban mis padres, por eso mi intención era buscar otro trabajo. Pero terminé mis estudios en plena crisis, así que me quedé en la panadería y poco a poco fui cogiendo más pueblos», cuenta. «Me encanta el proceso de hacer pan y tengo mucho respeto al producto y la receta artesana que en mi familia se ha transmitido de generación. Los clientes quieren mi pan por lo que es», añade

El confinamiento ha sido un gran revés para sus ventas. Surten de pan a muchos negocios de hostelería que están cerrados. «También se nota que la gente ha dejado de venir los fines de semana. En las fiestas de los pueblos siempre vendemos más, pero como no se han celebrado, todo eso lo hemos perdido. Las ventas han bajado el 40% aproximadamente», informan.

«Con la mano izquierda despachamos y con la derecha cobramos a los clientes»

En la panadería de Teodoro y David Laguna sus clientes entran de uno en uno por propia iniciativa. En el reparto por los pueblos es más complicado mantener la distancia. «Mis estudios son de laboratorio y soy muy meticuloso con la limpieza. Usamos guantes y mascarillas, pero lo más efectivo es lavarse las manos con frecuencia. Las tengo en carne viva. Desde siempre he sido muy escrupuloso con la limpieza, pero ahora mucho más. Las monedas también me han dado siempre mucho repelús. Son una gran fuente de contagio y siempre tengo a mano toallitas y geles», reconoce David.

Padre e hijo utilizan guantes de nitrilo para atender . Así protegen y se protegen. «En la mano izquierda nos ponemos encima otro guante, uno de los de fregar, que son más resistentes, porque los de nitrilo se cortan con el pan. Así, con la mano izquierda despachamos las barras y con la derecha cobramos a los clientes. Muchos nos ha felicitado por la idea», añade. «Hace días compré unas pinzas grandes y ahora cojo el pan con ellas y así estoy menos preocupado al usar las manos, porque llegó un momento en que me volvía loco. Mi padre ha decidido seguir con el sistema de usar una mano para cada cosa», dice.

Teodoro reparte en numerosos pueblos de la comarca del Hornija. En muchos de ellos va casa por casa. «La gente tiene miedo a acercarse. Nos juntamos como máximo tres o cuatro personas, pero guardamos la distancia y las conversaciones en estos días siempre giran sobre el mismo tema. Todos dicen que parece mentira esta situación. Nadie se esperaba vivir una cosa así», reconoce.

«Donde mejor se vive»

La despoblación dificulta la subsistencia de su oficio. «El coronavirus ha servido para que la gente se dé cuenta de que en los pueblos es donde mejor se vive. Cuando empezó esto, todos querían escapar de las ciudades. Nosotros, a pesar de que el medio rural se va quedando vacío, seguimos dando servicio, pero llegará un día en que los pueblos pequeños se acaben. Dicen que un pueblo sin bar no es un pueblo. Pues imagínate un pueblo sin pan. Desde que empezó esta crisis sanitaria, nos han dado muchas veces las gracias por seguir llevando el pan a diario. Las oficinas bancarias han quitado días de servicio y creo que eso lo único que consigue es que las colas sean mayores y la gente se aglomere. Para evitarlo, yo he seguido cumpliendo a diario con mi reparto», dice el pequeño de los Laguna.

«Nos tenían que dar una subvención por ir a repartir, porque económicamente no es rentable»

Teodoro y David Laguna

Su obrador es amplio, por eso, padre, hijo y sus tres empleados trabajan bien distanciados. En el mostrador de su panadería de Villalar han colocado una mampara. También en el despacho de Tordesillas y en la tienda de Valladolid que regenta el hermano de Teodoro. «Hemos tenido mucha suerte de no toparnos con el virus. En una de las residencias a las que abastecemos nos han habilitado un espacio para dejar el producto. Ya no lo dejamos en cestas, sino en bolsas de papel para evitar más contacto», explican.

Durante el encierro la panadería casera ganó muchos seguidores, lo que provocó que el consumo de harina y levadura se disparara. «No hemos tenido problemas para abastecernos de materia prima. En los pueblos no se ha notado mucho que la gente haya hecho pan casero. Lo hemos notado más en la venta de dulces como bizcochos, rosquillas y magdalenas», dicen.

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