El fuego regala a Mayorga la mágica noche del Vítor
Miles de personas asisten a la centenaria tradición de quemar pellejos en honor al patrón de la localidad, Santo Toribio de Mogrovejo
En un verano lleno de dolorosos incendios, con catastróficas consecuencias, con miles de hectáreas calcinadas, con infinitas pérdidas de todo tipo, incluyendo vidas humanas, este ... sábado el fuego mostraba en Mayorga su cara más amable en una larga noche en la que volvió a tomar la calle, pero esta vez para revelar su milenaria esencia más mágica y cultural, su mítica atrayente vistosidad, su inherente calidez con motivo de la celebración de la centenaria Procesión Cívica del Vítor, en la que, un año más, cientos de pellejos ardieron para recordar aquel lejano 27 de septiembre de 1752 cuando llegó a la localidad la segunda reliquia de Santo Toribio de Mogrovejo. El fuego hacía a los mayorganos el más maravilloso de los regalos con su noche más querida y hermosa, que, al ser sábado, reunió a miles de visitantes.
Publicidad
Un año más, a las diez de la noche, la procesión se iniciaba en la ermita del santo patrón. En una hoguera se prendían los primeros pellejos, que a lo largo de la noche llegarían a ser un millar. Las llamas anunciaban la noche más hermosa del fuego. Sonaba la música, y Ángel García Quirós, como hiciera su padre, portaba el Vítor al son del pasodoble que decía «es la enseña más gloriosa y es el timbre más honroso del santo patrón», convertido en un la, la, la muy pegadizo. Como pegadiza era la pez que iba tintando la calle de negro al caer de los pellejos en una especie de mágica escritura que perdurará a lo largo del año para orgullo de los mayorganos y sorpresa de los visitantes.
Entre los pellejos ardiendo se encontraba el de Carmen Blanco Pérez, que, a sus 65 años, «siempre me ha gustado empezar a quemar en la ermita». Esta mayorgana lleva quemando pellejos desde los 17 años. Hasta entonces, junto a su amiga Lucía Fernández, habían llevado algunos años los pellejos del también amigo Carlos Velasco, que, cuando el pellejo se iba a consumir, las dejaba llevar su varal. Pero no tardaron en pensar, junto a todas las amigas de la peña Oklahoma, que «era mejor comprar pellejos, aprender a quemar y participar en la procesión». Algo que Carmen ha repetido desde entonces cada 27 de septiembre durante casi medio siglo, a excepción del año del coronavirus y, mucho antes, cuando estuvo embarazada de sus hijos gemelos, Hugo y Elena, que, con 4 años, les puso en manos de Mateo Fernández para que les iniciara en una tradición que a ella le llegó de forma espontánea al ser de familia de panaderos, que «siempre les tocaba trabajar».
A sus 88 años, después de más de cuatro décadas, Mateo, con sus paraguas que le protegen de la pez, volvió a indicar este año a los más pequeños cómo agarrar el varal, cómo avanzar dos pasos adelante y uno atrás, cómo apoyarlo en el suelo junto al pie y no mirar hacia arriba para no quemarse o cómo tatarear la música. Como curiosidad, este año se han vendido la sorprendente cifra de 350 pellejos pequeños para niños, «una cosa inusual, pero siendo sábado, muchos padres ha quemado con sus hijos», en palabras del alcalde, David de la Viuda.
Publicidad
Acompañaban a Carmen, sus amigas Isabel Redondo y Sagrario Rodríguez. Sin duda son deudoras de aquellas otras mayorganas, Valentina Trigueros, las hermanas Josefina e Isabel Arenillas y Rosa García, que durante la procesión del 1971 tuvieron los arrestos de ser las primeras mujeres en quemar pellejos abriendo el camino para que muchas mayorganas hayan podido desde entonces tener una verdadera participación activa en la fiesta del Vítor. Para Carmen, «el Vítor es algo que no se puede describir con palabras, es liberar todo lo que tienes dentro después de un año de espera, algo en lo que se juntan emoción, devoción y tradición».
La procesión entró en la calle Derecha. Poco a poco los pies se iban quedando pegados en el suelo. El olor a pez lo llenaba todo. El fuego acariciaba las caras. La iglesia de Santa María del Mercado saludaba al Vítor, con una plaza que acogerá en 2026 la escultura que inmortalizará la centenaria tradición. La procesión de las llamas, como una antorcha viva, avanzaba poco a poco por calles estrechas, hasta llegar a la plaza. Eran las 12 de la noche. Cientos de pellejos se situaban en el centro de la plaza de toros después de dar varias vueltas al ruedo. El Vítor subía al balcón del Ayuntamiento, al que saludaba un vistoso castillo de fuegos artificiales, que finaliza con el descubrimiento de la imagen del santo. En un momento de gran emoción, los mayorganos, con sus varales, se ponían de rodillas, muchos abrazados, y cantaban el himno a Santo Toribio. También lo hacían Carmen y sus amigas, que en esos momentos seguían la procesión muy cerca de las llamas, pero ya sin quemar pellejos.
Publicidad
Pero la procesión debía continuar. Por Cuatro Cantones se volvía a la calle Derecha, antes de pasar junto al Arco y tomar la calle del Rollo. Horas después, se llegaba a la ermita. En el interior reinaba el cansancio y el respeto. Entre lágrimas, Carmen también entonaba el himno al santo. Era el momento en el que recordar a los que ya no están, pero están siempre muy presentes en la memoria. Se sucedían los vivas a santo Toribio, a santa Rosa, al Vítor, a Mayorga. Un año más, la procesión del Vítor había concluido. La invitación a tomar la Parva, con chocolate con churros, esperaba. Carmen, con alguna mancha de pez en la cara o en las manos, pensaba en la tristeza de saber que tiene que pasar un largo año para que llegue otro 27 de septiembre y poder quemar pellejos en honor al santo patrón, a la vez que sentía un tremendo orgullo de haber acompañado al Vítor, de haber sido una de sus protagonistas.
3€ primer mes
¿Ya eres suscriptor? Inicia sesión