Valladolid
Foncastín, la historia de un pueblo renacidoLos vecinos de esta pedanía de Rueda, celebran este año el 80 aniversario de su colonización, cuando 38 familias se asentaron en estas tierras procedentes de Oliegos (León), un pueblo que quedó anegado por la construcción del pantano de Villameca
El sonido de las campanas es el que marca, a día de hoy, el ritmo de la vida en Foncastín. Dos campanas que los vecinos ... llaman 'Juana y su hermana', que cada día repican en la iglesia de San Pedro Apóstol, como lo hacían antaño en Oliegos, el pueblo leonés que yace hoy bajo las aguas de un pantano. Estas campanas son memoria viva, testigos del éxodo y desarraigo y también del renacer de este pueblo vallisoletano.
Fue el 30 de noviembre de 1945, con el invierno al acecho, cuando el destino de 38 familias cambió para siempre. Carros cargados de enseres y animales, lágrimas contenidas y un tren que les esperaba en la estación de Porqueros. El embalse de Villameca iba a tragarse el valle, y con él, las huertas, la escuela, las calles… y la vida. Así comenzó un éxodo que todavía duele cuando se recuerda. El Instituto Nacional de Colonización decidió por ellos cuál sería su destino: Foncastín, una finca vallisoletana propiedad del Marqués de la Conquista, en la que no había apenas casas, no tenía iglesia para sus campanas y tenía una historia todavía por construir.
Aquel día de despedidas nació un niño. Durante el desplazamiento, entre Oliegos y Foncastín, Elías Suárez Magaz llegó al mundo. «Cuando veníamos de Oliegos, mi madre se puso de parto en el tren. El que dirigía el éxodo, Elías Iglesias, del que heredé el nombre y más tarde se convirtió en mi padrino, mandó venir una ambulancia. Por eso me llaman 'El que nació en el camino'», cuenta este veterano que está a punto de cumplir 80 años, igual que su pueblo. Su nacimiento fue el símbolo que todos necesitaban en aquel momento, una nueva vida que se abría paso en medio del desarraigo.
Foncastín no nació de la nada. Ya existía como finca de un marqués, con algunas casas esparcidas y campos de labor. Pero el Foncastín que conocemos hoy —con sus casas blancas, ventanas verdes y calles que llevan nombres que hacen referencia al antiguo Oliegos, se comenzó a construir desde cero en 1945. «Les prometieron casas y tierras pero cuando llegaron aquí, no había nada. Nada. Solo unas viviendas a medio hacer», recuerda Mariano Cabezas, que nació un año y dos meses después del traslado. «Nos instalaron primero en unos barracones del marqués, donde cabían hasta cinco familias juntas. Yo recuerdo ver cómo las levantaban ladrillo a ladrillo cuando yo tenía unos cinco años. Mi familia fue de las primeras en entrar en las casas nuevas», añade.
Las casas, los terrenos, incluso los aperos... todo había que pagarlo. El Instituto Nacional de Colonización facilitó los recursos, pero las familias tardaron años en saldar esas deudas. Concretamente 21 años las casas y 40 años las tierras. El tipo de vivienda y parcela dependía del número de hijos y todo se distribuyó por sorteo. «En Oliegos cultivaban prados y huertas y cuidaban del ganado. Estaban acostumbrados al verde del norte. Aquí se encontraron con cereal, sol y una tierra dura. Nuestros padres tuvieron que aprender a sembrar, a regar, a vivir de otra manera», dice Mariano.
Ochenta años después, el corazón de Foncastín sigue latiendo también en Oliegos. Aunque hoy apenas queden 40 personas vivas de las 175 que llegaron al pueblo, la memoria sigue tan presente como entonces. Los más mayores son Elías Suárez (79), Esmeralda Cabezas (83), Alfredo Vallinas (84), Dolores Magaz (86), José Antonio Suárez (88), Eloína Magaz (89) y Elvinda Magaz (93). «Mis padres nunca se sintieron de aquí», cuenta Elías Suárez. «Mi madre decía que aquello era mucho mejor. El clima, la gente, el paisaje... esto era como otro mundo». Su vecina, Elvinda, la matriarca de todos ellos, también tiene recuerdos muy nítidos. «Yo tenía 13 años cuando llegamos. Entonces no nos dábamos cuenta de todo lo que dejábamos atrás y de la pena que tenían nuestros padres. Con los años fuimos conscientes de que habíamos perdido nuestro pueblo», dice con calma. «Mi mayor queja es que dejaron a nuestros antepasados enterrados bajo el agua. No hay derecho a eso. Todos tenemos allí a nuestra gente y nadie hace nada por sacarles. Cuando el pantano esta muy bajo, se puede visitar el cementerio, pero está todo perdido», apostilla Alfredo Vallinas. «Fue muy duro acostumbrarse a la nueva vida aquí. Las mujeres trabajaron muchísimo, por eso, cuando fui alcalde, quise dedicarles un monumento», indica José Antonio Suárez, señalando una estatua que preside la plaza. Él fue regidor de Foncastín desde 1991 hasta 2003.
Esa nostalgia no se ha diluido con el tiempo. María Ángeles Fernández, teniente de alcalde y vecina de toda la vida, lo resume así: «Cada vez que vamos a Oliegos se nos quitan los males. Nos tira mucho. No se puede explicar, pero es real. Los jóvenes también lo sienten. Es una raíz que no se ha secado».
Numerosos actos para celebrar el 80º aniversario
La Asociación Alcornocal, con ayuda del Ayuntamiento, ha preparado una exposición fotográfica que ha inaugurado este fin de semana y que recorre esas primeras décadas del nuevo pueblo. Comuniones, bodas, faenas agrícolas, escuelas, procesiones, las calles todavía sin asfaltar… y los rostros de quienes lo hicieron posible. «Queríamos que quedaran reflejadas las 38 familias que vinieron de León», explica Víctor Alonso, presidente de la asociación y promotor de la iniciativa. «Hemos recopilado imágenes durante ocho meses. Las fotos nos las han cedido los vecinos, las hemos organizado por temáticas para que la historia no se quede solo en el pasado. Es un homenaje a ellos», prosigue.
El ayuntamiento está preparando también distintas actividades para celebrar estos primeros 80 años de historia del pueblo. Entre ellas, un cuento intergeneracional. Los pequeños están ilustrando lo que los mayores —aquellos que eran unos niños en 1945— les han contado sobre la salida de Oliegos.
Hoy Foncastín, como tantos otros pueblos de Castilla, sufre la despoblación. Apenas hay 110 personas censadas. Pero hay vida y un orgullo de pueblo y sentimiento de pertenencia que se ha ido fraguando con los años. Foncastín huele a la comarca leonesa de La Cepeda, aunque esté en Valladolid. Los olegarios llaman a su pueblo Foncastín de Oliegos. El bar es El Rincón de Oliegos, la calle principal se llama Calle León, y algunas fachadas conservan palabras en cepedano, ese idioma y ese acento tirando a asturiano que sigue vivo en sus labios. «Somos una familia de 38 familias», dicen los vecinos. Y en esa frase cabe toda la historia de este pueblo vallisoletano: el desarraigo forzoso, la lucha por reconstruir una vida... y el propósito de no olvidar sus raíces a la vez que aman la tierra que les acogió con los brazos abiertos y en la que, con los años, sembraron grandes afectos.
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