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Hasta mediados del siglo XX la Semana Santa de la ciudad del Pisuerga contaba con una celebración que disfrutaban tanto niños como mayores: la Feria ... del Sudario. Se trataba de una tradición centenaria vinculada a una leyenda milagrosa que tenía lugar durante la Pascua de Resurrección y que congregaba a miles de vallisoletanos para celebrar el final de las restricciones de la Cuaresma.
El origen de este festejo estaba en la devoción hacia la reliquia de un sudario que se encontraba en el ya extinto convento de Nuestra Señora de la Laura, situado al lado del Campo Grande, junto a la actual plaza de Colón. Después permaneció depositada en el convento de Santa Catalina de Siena, actualmente cerrado, y ahora la réplica está custodiada en la iglesia de Nuestra Señora de Porta Coeli.
Desde un inicio, a la pintura se le comenzaron a atribuir poderes sobrenaturales gestándose una leyenda acorde con las creencias y supersticiones de aquella sociedad sacralizada.
En concreto, era una copia pictórica de la Sábana Santa de Turín, fruto de la donación del patrimonio de María de Toledo y Colonna, nacida en Nápoles pero criada en Alba de Tormes y fundadora del desaparecido convento a principios del siglo XVII.
Según la leyenda, don Fadrique Álvarez de Toledo, duque de Alba y marido de María de Toledo, se interesó en obtener una copia fiel de la Sábana Santa de Turín para regalársela a su esposa. Así que reunió a sus mejores asesores y viajó hasta la ciudad italiana, que sufría el acoso de un ejército enemigo.
Don Fadrique había encargado a un pintor que reprodujera fielmente la Síndone, pero se encontró con la dificultad de que sus características exigían mucho tiempo de elaboración para hacer una reproducción fidedigna.
Temeroso de no poder cumplir su deseo a causa de la guerra, el duque ordenó colocar el lienzo que iba a ser pintado sobre la Sábana Santa, con la intención de que recogiera las virtudes milagrosas que se le atribuían. El prodigio no se hizo esperar, pues de forma instantánea quedó impresa en la tela la huella del cuerpo de Cristo ensangrentado, incluida la llaga del costado.
En torno a esta reliquia, comenzó a celebrarse una romería de tres días que comenzaba el domingo de Resurrección. Este festejo, cargado de simbología religiosa, se convirtió en el colofón final de la Pasión vallisoletana.
A partir del siglo XVIII se convirtió en una de las fiestas más arraigadas y esperadas de Valladolid. La Feria del Sudario se extendió a lo largo del Paseo de Filipinos, donde los comerciantes instalaban puestos de productos de artesanía o alfarería, de bebidas, dulces o churros, entre otros alimentos.
Esta celebración cada vez estaba más orientada al público infantil con la instalación de tiovivos y gran cantidad de puestos de juguetes. Con los años, este despliegue de puestos y carruseles se extendería al paseo central del Campo Grande.
Sería a partir de 1920 cuando se revitalizaría gracias a la labor de Remigio Gandásegui, por entonces arzobispo de Valladolid, que recuperaría las celebraciones de Semana Santa con la fundación de 13 nuevas cofradías que se unieron a las seis históricas que ya existían. En ese contexto, la Feria del Sudario, como celebración popular, recuperó todo su esplendor.
No obstante, en la segunda mitad del siglo XX -en la década de los años 60- sufriría un periodo de decadencia y así se ponía punto final a la celebración que cerraba las jornadas de la Pasión cada año en la ciudad.
Desde Valladolid misteriosa recordamos la leyenda del bautizo monárquico más famoso celebrado en San Pablo.
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