Miguel, Paco y Nacho
Miguel Delibes, amigo de sus amigos.
He dudado de titular esta «hora» de hoy únicamente con los dos nombres hipocorísticos de Paco y Nacho, pero luego he decidido incorporar el de ... Miguel, para comentar la relación amistosa de los tres nombres. Miguel Delibes, amigo de sus amigos. Siempre. Y más en momentos cruciales y difíciles, en los que los amigos nos necesitan y no les podemos fallar. Voy a evocar uno de esos trances en el que están implicados los tres nombres del título. Contaré los hechos tal como sucedieron.
Fue el 16 de noviembre de 1989. La fecha y los acontecimientos de aquel día los recordaríamos luego Miguel y yo, en nuestras charlas y paseos, veces y veces. Ese día se fallaba el Premio Cervantes de Literatura y, un año más, era Miguel Delibes el favorito en todas las quinielas literarias. Su casa se había llenado de periodistas, y hete aquí que llegaron dos noticias dispares casi a la par: que el Cervantes se lo habían dado al escritor paraguayo Roa Bastos, y que, en El Salvador, había sido asesinado el hijo del periodista y escritor Francisco Javier Martín Abril, el jesuita Ignacio Martín Baró.Delibes se desentendió por completo del asunto Cervantes –si el premio se lo hubieran dado a él quiero imaginar que también–, se despidió de los periodistas y me pidió que le acompañase a casa de Martín Abril y de su esposa, Alicia. Ambos se encontraban muy delicados de salud y la trágica noticia los fulminó.
Nacho, el mago
Dos horas permanecimos en casa del matrimonio, no sé si consolándolos o al menos acompañándolos. Paco y Miguel hablaron de Nacho –yo no llegué a conocerlo–, de cuando era joven, casi un muchacho, y la magia y los juegos malabares eran su gran afición.
– ¿Te acuerdas, Paco, cuando Ángeles, mi mujer, llamaba a la tuya, y le preguntaba si a Nacho le vendría bien pasarse por casa para la fiesta de cumpleaños de alguno de nuestros hijos? Siempre estaba dispuesto y allí que se presentaba entonces Nacho con su elegante smoking de mago, pero con sus botazas de jugar al fútbol, que a lo mejor era lo último que acababa de hacer. Y eso era precisamente lo que más llamaba la atención de mis hijos. «Es mejor que los del circo–comentaban entre ellos–, pero ... las botas no son de mago». (Esta anécdota la contaría más tarde Miguel Delibes en un evocador artículo periodístico).
A Nacho Martín Baró, junto a cinco compañeros suyos, también jesuitas y profesores todos ellos de la Universidad Católica de San Salvador, los asesinaron los llamados «escuadrones de la muerte», vinculados al ejército salvadoreño
Miguel Delibes buscó sus mejores razones y palabras de consuelo y se expresó de esta manera: «Debe mitigar vuestro dolor saber que fue él, Nacho, quien escogió aquella vida y también, de alguna manera, esta muerte. Nacho sabía que podía ocurrir lo que ha ocurrido. Fue una elección valiente y voluntaria».
Cuando Miguel y yo salimos de casa de los Martín Abril, Delibes, un tanto confuso, me confesó que les había dicho lo que le había salido del corazón, pero que lo que no le había salido era hablarles de Dios ni de trascendencias. «La muerte de un hijo, peor, el asesinato de un hijo no tiene explicación ni justificación alguna. Es un sinsentido». No supe qué contestar –aún dándole la razón en mi fuero interno –y derivé la conversación hacia Paco escritor, hacia Martín Abril articulista, «prosista lírico», así se me ocurrió calificarlo.
– Los demás, yo mismo –dijo entonces Miguel– nos hemos hecho escritores a fuerza de dale y dale. Paco no, Paco nació ya escritor.
Eso dijo Delibes, como para sí mismo. Luego ya no hablamos más.
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