Valladolid
Miguel Ángel Mesón, hornero en Saeta: «Si no es por necesidad, aquí no trabaja nadie»«La seguridad que tenemos es lanzar la bota al aire si notas que el caldo a 700 ºC te está penetrando el calcetín», denuncia, a lo que se suman «picos de ruido de 180 decibelios»
Miguel Ángel Mesón tiene 48 años y es hornero desde hace casi cuatro en Saeta Die Casting, la fundición de aluminio de Valladolid que tiene ... a su plantilla de producción en pie de guerra por el plus de penosidad. Prueba de la dureza de su puesto es que su labor consiste «en poner dos o tres torres de fusión a 900 ºC, echarles un montón de productos químicos para separar la ceniza del aluminio y que eso cree una humareda tremenda que al salir por las chimeneas hace que haya que apagar toda la ventilación, porque si no los refrigeradores meten otra vez el humo tóxico dentro».
Pero la cosa no queda ahí. «Golpeamos y arrancamos toda la ceniza que hay pegada en los hornos y la sacamos a una distancia de unos 30 centímetros con una camisa ignífuga, pero que no está adaptada para soportar más de 30 segundos el calor», relata. «He trabajado en otras fundiciones y existe una ropa térmica, unas escafandras y unas botas específicas. Aquí trabajamos con unas botas en las que tenemos prohibido llevar cordones para que las podamos lanzar al aire. Esa es la seguridad que tenemos, lanzar la bota al aire si notas que el caldo a 700 ºC te está penetrando el calcetín», denuncia.
Porque entre sus atribuciones se encuentra también «llenar el horno con lingotes y piezas de aluminio, y transportar el aluminio fundido a 700 ºC ó 750 ºC por toda la fábrica con una carretilla y volcarlo a unas alturas incluso de 4,75 metros por encima de las cabezas de los compañeros». «Es una responsabilidad enorme», reconoce Miguel Ángel, que desde hace cuatro meses está de baja a raíz de una lesión en el hombro.
Pese a las elevadas temperaturas en puestos como el suyo, los descansos «son cada dos horas por el ruido, no por el calor. Cuando volcamos el aluminio en la torre llegamos a picos de 170 ó 180 decibelios al caer los lingotes». «Si hay relevo», prosigue, «cada dos horas pasas a rebarbar o a una máquina a trabajar más. Si no hay suerte y el compañero ha tenido alguna desgracia, pues te tiras ocho horas en esas condiciones», lamenta. «Si no es por la necesidad aquí no trabaja nadie», contesta cuando se le pregunta si se ha planteado cambiar de empleo.
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