La madre de Sara se derrumba: «Ni se me pasó por la cabeza que él tuviera que ver»
El ministerio público y las dos acusaciones populares insisten en que la encausada no solo no protegió a su hija, sino que impidió que otros la ayudaran
Hasta el momento en que la fiscal le pidió que rememorara lo que ocurrió el 2 de agosto de 2017, Davinia Muñoz había hablado de su hija Sara todo el tiempo en presente, como si todavía estuviera viva. Cuando recordó al equipo del 112 que trataba de reanimar a la pequeña de 4 años, tendida sobre la alfombra de la habitación, se derrumbó: «Ni se me pasó por la cabeza que él hubiera tenido algo que ver», señaló entre sollozos, al referirse a su expareja y acusado de ser el autor material del crimen, Roberto Hernández, con quien comparte banquillo y que, como él, se enfrenta a la prisión permanente revisable por asesinato. Él, que fue el primero en declarar, la miraba fijamente de hito en hito, mientras que ella trataba de recomponerse y terminar su relato ante el jurado.
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Esa mañana, contó Davinia, se levantó sobre las siete para ir a su trabajo en Capitanía y cuando fue a ver a Sara a su habitación se la encontró vestida, empeñada en irse con ella. Mientras calentaba la leche del desayuno, cogió a la niña y se la llevó a Roberto al dormitorio para que se quedara con él hasta que ella regresara de su guardia. A las nueve y media de la mañana vio en el móvil que tenía nueve llamadas de Roberto y le llamó. «Me dijo que fuera a casa, que iba a venir el 112 y me puse muy nerviosa. Cómo me vería un coronel, con quien me crucé, que me dijo que me fuera inmediatamente, que él se ocupaba de la guardia». Sin cambiarse la ropa de militar, se marchó al domicilio de la calle Torquemada y allí se encontró al servicio de emergencia. «Pensé que fue como consecuencia del golpe en la cabeza que tenía del viernes, que ocurrió cuando yo no estaba», y ni siquiera cuando murió la pequeña el 3 de agosto en el Clínico y ambos fueron detenidos, manifestó, «sospeché de él, confié en él hasta que, en noviembre, vi el informe de la autopsia». Declaró a las preguntas del ministerio público que, ni cuando bañó a la niña dos días antes de su muerte vio moratones en la cara interna de los muslos ni lesiones en la zona genital y anal. Los otros cardenales que tenía, en el pecho y en las extremidades, insistió la acusada, eran todos «accidentales», producto de los juegos entre las hermanas y obedecían a que la niña tenía «dermatitis atópica». Aunque reconoció que el gran golpe que presentaba en la sien, el penúltimo más grave antes de la paliza final, visto con la perspectiva de hoy, «pudo no ser un accidente»,
Más de 30 cartas le escribió Davina a Roberto desde su celda en la prisión militar de Alcalá de Henares (Madrid) y este, 60, desde la suya en Villanubla. En ellas, según las acusaciones pública y populares, al igual que en los mensajes de Wathsapp, se demuestra la complicidad de ambos y que Davinia estaba supeditada completamente a la voluntad de Roberto, con quien acababa de iniciar la relación apenas hacía mes y medio, tras conocerse en una red social. Durante ese tiempo coincidieron Roberto y el padre biológico de Sara. Marinel entraba y salía del domicilio e incluso tenía las llaves de la vivienda y del coche de Davinia. Finalmente, aunque le dijo que se iba a Reino Unido, el día 7 de julio se marchó a Rumanía y allí fue localizado por la Policía. La madre de la pequeña manifestó que la maltrataba psicológicamente y que pegaba a las niñas, especialmente a la mayor, «que le tenía pánico» y que le dijo que «midiera su fuerza», porque a Sara le propinó tal golpe en el trasero que se lo dejó amoratado.
La acusada, que se definió como víctima de maltrato desde la infancia, se esforzó en derribar la imagen de mala madre pintada por casi todas las acusaciones y justificó las decisiones que había tomado desde el 11 de julio –cuando llevó a la niña al Hospital Campo Grande y allí los médicos «en lugar de curarla pusieron en marcha el protocolo y llamaron a la Policía»–, obedecieron al miedo que tenía a que los servicios sociales le «quitaran» a su hija. E insistió en que las niñas, tanto Sara como su hermanastra –que, cuando ocurrió la tragedia, contaba 12 años y hoy está bajo la tutela de una tía–, se llevaban muy bien con su nuevo novio. «Y entre las niñas, ¿cómo era su relación?, quiso saber el magistrado presidente del jurado, Feliciano Trebolle. «Pues tenían sus cosillas, como todas las hermanas, pero se querían muchísimo», respondió.
Roberto Hernández solo respondió a las preguntas de su abogado. Considerado autor de la violación y los golpes que causaron la muerte de la niña Sara, el exmilitar y técnico de mantenimiento de aeronaves, que se gana la vida haciendo trabajos de mecánica y reparando ordenadores, se presentó ante el jurado como un hombre «no racista», de una familia normal, que se vio atrapado en una situación anormal. «Tengo cuatro sobrinos y jamás haría daño a un niño», subrayó en varias ocasiones, afirmando que Sara le quería mucho. Respecto de las lesiones anteriores que presentaba la menor y que se sucedieron desde el 11 de julio, afirmó que ocurrieron la mayoría cuando él estaba en Medina y, respecto de la más grave, la de la sien, la propia niña le dijo, el 28 de julio, que se había golpeado con una mesa de su habitación. «Le mandé una foto a Davinia y le puse a la niña una bolsa de guisantes ultracongelados para que se le bajara la hinchazón». El hermano de Davinia se presentó en el domicilio y quiso llevar a su sobrina al hospital, «pero Davinia se negó porque tenía miedo a que se la llevaran los servicios sociales».
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El 2 de agosto, cuando la madre se fue a trabajar, dejó a las niñas a su cargo. «Vi a Sara que se iba en dirección a su habitación y yo me voy a la mía. Cuando me levanto, dos horas después, veo la puerta cerrada de su cuarto y eso me extrañó. Entré y estaba tendida en la cama, inerte, con un brazo colgando». Llamó al 112 e intentó la reanimación y se manchó con la sangre de la niña, que tenía arrancada la uña de un dedo del pie. Después, recordó, mientras los sanitarios intentaban intubar a Sara, ya con Davinia en casa, «su hija mayor se puso a desayunar, tan tranquila, en la cocina».
■ Las estrategias de las acusaciones y las defensas
Isabel Palomino. Acusación particular: «Sara les necesita a ustedes para hacer justicia»
La abogada del padre biológico de Sara, que solo imputa los delitos a Roberto Hernández y exculpa a la madre de la niña, insistió ayer al jurado en que no se trata «de una muerte accidental, sino de un asesinato» y le pidió «una sentencia contundente y condenatoria» para el acusado. «En todo mi ejercicio profesional no me he enfrentado a un caso tan dramático, no puedo imaginar lo que tuvo que sufrir Sara».
Rosario Achucarro. Advasymt (a. popular: «La madre sabía lo que ocurría»
La letrada de la asociación de víctimas incidió en la participación de la madre en el crimen por «saber lo que estaba ocurriendo, permitirlo y no proteger a la niña». Además, subrayó, «impidió en todo momento la acción de sus parientes, impidiendo que entraran en casa», al igual que a los servicios sociales que «cuando fueron por segunda vez al domicilio, avisó a las niñas y a Roberto para que no les abrieran».
Luis Antonio Calvo. Clara Campoamor (a. popular): «Davinia puso palos en la rueda a los protocolos»
El letrado de Clara Campoamor reconoció que al principio pensaron que fueron fallos en los protocolos de atención al menor los que jugaron en contra de Sara pero, tras la investigación, señaló, «nos dimos cuenta que fue Davinia quien puso palos en la rueda a esos protocolos, porque ocultó que Roberto vivía en su casa y eludió a los servicios sociales, que no llegaron a tiempo de retirarle la custodia».
Ángel Núñez. Defensor de Roberto Hernández: «Roberto se portaba mejor con ellas que su padre»
La defensa de Roberto Hernández reconoce «que algo hay» pero que los indicios que apuntan a que Roberto fue el autor del crimen «no son suficientes para condenar». Su exposición inicial para solicitar veredicto de no culpable es que hay pruebas objetivas de que su representado «se portaba mejor con ellas que el padre, que todavía vivía en la casa» y alude al testimonio de la hermana mayor.
Juan Victorio Serrano. Defensor de Davinia Muñoz: «Es una persona confiada y tradicional»
El defensor de Davinia Muñoz dijo creer en la inocencia de su representada y detalló pormenores de la biografía de la mujer que la sitúan como una víctima de su propio padre, lo que la llevó a enrolarse en el ejército. En su historial de madre soltera, la definió como «una persona confiada y tradicional» que buscaba «un padre bueno» para sus hijas. «Se la ha convertido en culpable y es una víctima», subrayó.
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