«Me encanta mi trabajo pero no sé lo que aguantaré, la situación es difícil»
Carmen Sánchez, quiosquera de Las Delicias ·
Esta propietaria pide al Gobierno que «aplace el pago de impuestos a empresas pequeñitas» tras la drástica caída de ventas en su negocioCarmen Sánchez, nacida en Salamanca aunque vallisoletana de adopción, es una «adicta a la prensa». Ha crecido entre tinta y papel, pero no fue hasta hace quince años, momento en el que regresó a Valladolid tras un tiempo en el extranjero, cuando se decidió a dar «el paso», como se refiere: Iba caminando «tan tranquilamente» por el barrio de Las Delicias y vio, junto al túnel, un quiosco en ese momento cerrado con un cartel que anunciaba su venta. No se lo pensó. Fue un «amor a primera vista». Anotó el número de teléfono y a los pocos minutos «ya lo tenía hecho». «Fue verlo y decir: 'Un quiosco, qué maravilla, esto es lo que quiero yo para mi vida'. Estaba muy emocionada, me enamoré de él, sabía que quería dedicarme a ello el resto de mi vida», asegura Sánchez, de 60 años, desde el interior de este pequeño puesto situado en la calle Labradores.
Ahora, mientras muchos echan la persiana por la crisis del coronavirus, ella continúa abriendo el puesto cada día a las ocho de la mañana en una arteria urbana extrañamente vacía. La mayor parte del tiempo, explica, «no se oye un alma». «Mira que estamos junto al túnel, pero hay mucho menos tránsito de personas; apenas pasa nadie y, por tanto, yo vendo mucho menos», sostiene.
Le «encanta» su trabajo. Allí, en un espacio de apenas seis metros cuadrados, es «feliz». En su interior pasa la gran parte del día. Porque quiere, eso sí. «No tengo horario, hay días que me voy de aquí a las once de la noche. Es mi casa, no noto diferencia entre el quiosco y el sitio donde voy a dormir», reconoce con la voz entrecortada, «emocionada por todo lo que pueda venir».
Pero la alerta sanitaria ha hecho mella en un negocio que, a punto de cumplir quince años, no ha visto una situación como la provocada por el Covid-19. Las ventas, tanto de prensa como de gominolas, han disminuido drásticamente. Ha pasado de vender una media diaria de 35 periódicos a dar salida a apenas una veintena. «Con la prensa ya de por sí se gana muy poquito, pero es que ahora es terrible. Ha habido gente, clientes fijos, que me han dicho:'Carmen, hasta nueva orden no me le guardes porque no voy a bajar'. Yo lo entiendo, son gente mayor que tienen miedo y no tienen por qué exponerse, pero son clientes que tenía seguros y ahora ni tengo ni, de momento, tendré», apostilla.
«He sido previsora»
«No quiero cerrar, me da mucha pena; me encanta esto, es mi vida, pero me va a tocar hacerlo», lamenta mientras intenta encontrar, sin éxito, un remedio que mitigue el descenso. «No sé lo que aguantaré, no descarto cerrar en cualquier momento porque la situación es difícil y me va a obligar», asevera. «Si el Gobierno dijera que aplazan los pagos de impuestos a las empresas pequeñitas que están abiertas y no llegan, pues vale. Ya no pido que nos lo anulen, no. Solo que lo aplacen para que podamos comer porque somos muchos, no solo quiosqueros, los que estamos en una situación que roza el límite», continúa.
Por el momento, de lo único de lo que está convencida es de que aguantará en el 'frente' hasta final de mes porque, comenta, «he sido previsora, pero a partir de ahí ya no tengo un duro». «Hasta ahora no he ganado mucho dinero pero iba subsistiendo; nadie abre un quiosco para forrarse, ni hablar. Quienes estamos aquí es porque nos gusta la prensa y el papel, no por el dinero. Sería iluso pensar que aquí podríamos ganar una millonada», revela.
«Si cierro, ¿qué hago?»
Lo que «peor» lleva, aquello que le roba el sueño, según reconoce, es tener que jubilarse antes de tiempo. «Tenía la intención de jubilarme a los 65 porque me encanta mi trabajo, me lo paso muy bien; eso es lo que más me duele de todo esto», subraya. «Vale, pongamos que cierro el quiosco. ¿Qué hago?», se cuestiona a sí misma. La «única» alternativa que baraja en caso de que la alerta sanitaria le obligue a bajar el telón de su «sueño» es apuntarse dos años al paro y, después, retirarse. «¿Me pongo a buscar trabajo?Ya no es que no me apetezca, porque yo quiero vivir de esto, es que no hay empleo ni lo habrá; vienen tiempos muy difíciles para todos», argumenta la propietaria.
A todo ello, además, cabe añadir no solo el hecho de tener que devolver los artículos recibidos a la distribuidora y dar salida a las chucherías, sino el «miedo» a un posible contagio de coronavirus. «No puedes estar aquí arriesgando la salud, que a mí no me importa porque me limpio, tengo mis guantes y mi gel, para estar casi todo el tiempo parado; por la mañana lo salvas un poco con la venta de algún periódico, pero las tardes son un completo despropósito, perdidas porque no viene nadie», concluye.
«Llevo dos semanas sin ver a un niño por la calle; desde entonces apenas he vendido chucherías»
Dos semanas. Ese es el tiempo que la propietaria del quiosco ubicado junto al túnel de Las Delicias, en la calle Labradores de la capital, lleva sin cruzarse con un niño. Ese fin de semana, «justo antes» de que se decretara el estado de alarma, Carmen Sánchez vendió «muchísimo». Fueron, en definitiva, unos días «geniales». «Había mamás que venían a por cuatro o cinco bolsitas de chucherías de las que preparo yo, pero desde entonces la verdad es que apenas he vendido», lamenta.
Sin estas ventas, su negocio se ha visto «bastante» resentido. «Ganas más con el tema chuches y revistas para niños, pero desde que se dio la orden de internamiento no he visto ni a niños ni a madres», sostiene, al tiempo que reitera que «un quiosco es el complemento de dos cosas: prensa y gominolas, y si uno falla ya nos ha afectado».
Dice Sánchez que las tardes en su establecimiento son «duras». En los últimos días, ha habido tardes en las que no ha vendido más de dos bolsas de chucherías, que «normalmente se venden de forma espectacular». «Ahora mismo estoy perdiendo dinero; al final del día dices: 'bueno, da igual', pero si a eso le añades que tenemos que pagar los impuestos...».