Consulta la portada de El Norte de Castilla
La estatua de Zorrilla, en los primeros años del siglo XX Jose Luis Municio García
125 años de la estatua de Zorrilla

La memoria viva de Zorrilla, asombrado por el progreso de su ciudad

Valladolid atesora numerosas huellas del poeta, nacido en pleno absolutismo de Fernando VII y testigo de sus sucesivas transformaciones

Domingo, 14 de septiembre 2025, 08:42

En 27 de dicho Febrero de 1817 hubo rogativa general por el feliz embarazo de nuestra Reina, esposa del señor D. Fernando 7º; salió de ... la Catedral y fue a la parroquia de San Lorenzo y volvió a dicha Santa Iglesia en donde se celebró misa». Esta anotación de Demetrio Martínez Martel en su famoso 'Diario' de los hechos acaecidos en Valladolid entre 1810 y 1834 tuvo lugar seis días después del nacimiento de José Zorrilla. Y no era un asunto baladí: María Isabel de Braganza y Borbón, sobrina y segunda esposa de Fernando VII, anunciaba que por fin se había quedado embarazada: nadie podía prever que la criatura moriría a los pocos meses de nacer.

Publicidad

Nuestro poeta, en efecto, vino al mundo bajo el régimen absoluto de Fernando VII, en el que tan destacado papel desempeñó su padre. La ciudad aún vivía los estragos de la guerra contra las tropas de Napoleón, pues, aunque finalizada en 1814, había dejado 67 edificios en ruina, muchos de ellos de carácter religioso, así como el mismísimo Puente Mayor, necesitado de reconstrucción. A ello había que sumar la alta mortalidad (sobre todo infantil) y el impacto de la emigración, causantes de que la población capitalina se estancase en torno a los 20.000 habitantes. Aquel Valladolid era, como ha escrito José Miguel Ortega del Río, «poco más que un pueblo grande, un lozadal en invierno y un lugar polvoriento en verano, en el que viejas iglesias, conventos y palacios, a los que costaba mantenerse en pie, formaban la postal turística de la población». Durante sus nueve primeros años en la ciudad (en 1826 su padre sería trasladado a Sevilla), Zorrilla vivió las consecuencias del pronunciamiento de Riego en Cabezas de San Juan y la restauración de la Constitución de 1812, dando lugar a un Trienio Liberal que tuvo, como principales representantes en la ciudad, a los alcaldes Cesáreo Gardoqui y Pedro Pascasio Calvo, perseguidos ambos cuando, en 1823, los Cien Mil Hijos de San Luis invadieron España para, en alianza con los enemigos del régimen constitucional, imponer de nuevo, durante diez años, el absolutismo fernandino.

Cuando a finales de 1834 Zorrilla retorne a Valladolid para estudiar Derecho a regañadientes, se percatará de algunos cambios. El país se encontraba bajo la regencia de María Cristina debido a la minoría de edad de Isabel II, y por el Consistorio habían pasado liberales de la talla del destacado intelectual, jurisconsulto y catedrático Luis Rodríguez Camaleño, que secundó con entusiasmo la proclamación del Estatuto Real, una especie de carta otorgada que, pese a contener determinados derechos para los ciudadanos, estaba a una distancia insalvable de lo que fue la Constitución de 1812. En aquel momento, la ciudad, que tenía algo más de 3.000 casas y 176 calles, pasó, por efecto de la exclaustración (1835), de albergar diecisiete conventos de frailes, más cuatro extramuros, a solo estos últimos y el de los Padres Filipinos. Eso sí, mientras Zorrilla estuvo renqueando en sus estudios universitarios, persistían diecisiete conventos de monjas, catorce parroquias, cinco iglesias agregadas, dos oratorios y cinco capillas. Era el legado de una «ciudad conventual».

Inauguración de la estatua, el 14 de septiembre de 1900 Archivo Municipal

El poeta era muy consciente de la importancia histórica de Valladolid en el terreno judicial, pues era sede de la Antigua Chancillería -convertida ya en Audiencia Territorial-, y pudo admirar la belleza que contenía el Colegio de Santa Cruz como Museo Provincial de Bellas Artes. Cuando ingresó en la Facultad de Jurisprudencia Civil, la Universidad vallisoletana ofrecía también estudios de Artes, Cánones, Sagrada Teología y Medicina en sus correspondientes Facultades. Y aunque la provincia era mayoritariamente agrícola y ganadera, en la capital sobresalían fábricas como la de papel continuo en Prado de la Magdalena, las dos de tejidos de hilo en el antiguo convento de la Trinidad Calzada y en la calle del Obispo, las fábricas de harina sobre el Esgueva, el Pisuerga y el Canal de Castilla, epicentro este del comercio de harinas y cereales, la de pan al vapor en Real de Burgos, que era la primera en el país de su especialidad, las dedicadas a fundir hierro y metales, y las de productos químicos, telas metálicas, guantes, rubia, botones y chocolate.

Publicidad

Fue nombrado cronista en 1883, en el declinar de su vida y coincidiendo con su tercer viaje a la ciudad

A buen seguro que el universitario Zorrilla fue testigo de las reformas acometidas en el Puente Mayor, el único sobre el Pisuerga en la ciudad, al que, según Matías Sangrador, en 1827 se colocaron «dos grandes ojos», pero también de otras obras públicas de gran importancia, como el pavimentado de la Acera de San Francisco desde la calle Olleros a Teresa Gil, la construcción de una costosa cañería de plomo para conducir las aguas desde el Portillo de la Merced a la fuente de la Rinconada, y el comienzo, en 1833, de las obras del cementerio del Carmen Descalzo. Como tres años después Zorrilla salió huyendo de su casa y de su padre, no pudo ver las «hermosas aceras» que habían comenzado a colocarse en las calles de Santiago y Teatro, ni la torre del reloj de las casas consistoriales.

La ciudad moderna

Su estancia en la ciudad a partir de septiembre de 1866, al poco tiempo de regresar de Méjico, fue breve e intermitente, y en un contexto bien diferente. Después de las regencias de María Cristina y Espartero, de las alternancias entre moderados y progresistas durante el período isabelino y de las ofensivas carlistas, se avecinaban tiempos duros para la monarquía de los Borbones, no en vano, Isabel II será expulsada del país tras la Gloriosa Revolución de 1868. Justo antes de que eso ocurriera, Zorrilla, como refleja en sus versos, se topa con una ciudad más moderna, que ya contaba con 50.000 habitantes y venía desarrollando una febril actividad económica: «¡Qué esta es Valladolid! Fábricas nuevas / banco, teatros, fuentes, adoquines / canal, ferrocarril….; ¿y mis Esguevas? / ¿y mis prados de ayer?… plazas… jardines, / ¡pero, oh noble amistad! ¿dónde me llevas? / Yo recuerdo estos curvos callejones: / conozco esos antiguos caserones… / Esta es la calle de terreno escasa / donde mis muertos padres han vivido: / y esa… ¡que existe aún! … esa es la casa / donde a mi vida inútil he nacido», escribió, entre aturdido y admirado, en 'El drama del alma' (1867).

Publicidad

La novedad más impactante había venido de la mano del ferrocarril, incluidos el Arco de Ladrillo, la apertura de nuevas calles, la construcción de la Estación y la línea ferroviaria Madrid-Irún, concluida en 1864. El Canal de Castilla, al que también alude, se erigía en el principal foco industrial de la ciudad, con sus fábricas harineras y siderometalúrgicas, de tejidos e hilado. Ya en el centro, Zorrilla se toparía con la sede del Banco de Valladolid, creado en 1857 en la calle Duque de la Victoria, observaría el achacoso edificio consistorial, de trazas herrerianas y aún no derribado (lo hará Miguel Íscar en 1879), caminaría hasta la catedral sin torres (la única que tenía se había derrumbado en 1841 y hasta 1880 no comenzaría a construirse la actual), y es posible que se detuviese en el Café del Norte, inaugurado en 1861, mismo año en que comenzó a funcionar el Teatro Lope de Vega y tres antes de que lo hiciera el imponente Calderón. Su retorno, además, casi coincidió con la inauguración del segundo puente sobre el Pisuerga, el mal llamado «Colgante» (abril de 1865), y con la colocación de la placa que todavía hoy identifica la casa donde vivió Miguel de Cervantes (1866).

La estatua, obra del riosecano Aurelio Rodríguez Carretero, se inauguró el primer día de las ferias

El Ayuntamiento lo nombró cronista de la villa en 1883, ya en el declinar de su vida y coincidiendo con su tercer viaje a Valladolid. Ocho años antes se había restaurado la monarquía de los Borbones en la figura de Alfonso XII, dando paso al llamado régimen de la Restauración canovista en referencia a su principal artífice, el historiador y político conservador, Antonio Cánovas del Castillo. La ciudad, con algo menos de 70.000 habitantes y controlada políticamente por los seguidores de Germán Gamazo, presumía del Campo Grande, inaugurado en 1877 tal y como lo hoy lo conocemos, aguardaba la construcción de un nuevo edificio consistorial y llevaba seis años admirando la estatua de Miguel de Cervantes. El Colegio de San José acababa de iniciar su andadura, y estaba en trance de finalizar el anhelado cubrimiento del ramal norte y de una parte del ramal sur del Esgueva. Como signos de modernidad, Valladolid se preparaba para inaugurar el Pasaje Gutiérrez y contaba con dos mercados de hierro, el del Portugalete (1881) y el del Val (1882), mientras esperaba la construcción del tercero, el Mercado del Campillo. Claro que el hito que más marcó al poeta fue la puesta de largo, el 31 de octubre de 1884, del teatro que lleva su nombre, un evento espectacular en el que, después de poner en escena su obra «Traidor, inconfeso y mártir», él mismo participó leyendo la composición «Nadie es profeta en su patria».

Publicidad

Valladolid comenzó a preservar la memoria de Zorrilla a los pocos días de su muerte. El 4 de febrero de 1893, el Ayuntamiento acordaba poner su nombre a la que hasta entonces se conocía como Acera de Sancti Spiritus, dando lugar así al Paseo más característico de la ciudad, y dos años después, el 28 de septiembre de 1895, aprovechando las fiestas, organizaba un brillante acto conmemorativo consistente en la colocación de una placa-homenaje en la vivienda donde nació; esta, sin embargo, no sería adquirida por el Consistorio hasta agosto de 1918. La estatua del poeta, obra de Aurelio Rodríguez Carretero, se inauguró el primer día de las ferias y fiestas de 1900, y dos años después, en abril de 1902, su cadáver era trasladado al recién estrenado Panteón de Vallisoletanos Ilustres. Ya durante la Segunda República, concretamente el 13 de diciembre de 1932, el Ministerio de Instrucción Pública, a propuesta del claustro del Instituto de Segunda Enseñanza de Valladolid, decía bautizarle como el poeta. También el «deporte rey» se ha asociado siempre con el vate vallisoletano, pues en 1951 se puso su nombre al primer estadio de fútbol, construido once años antes en el lugar que hoy ocupa el centro comercial El Corte Inglés, y al que sucedió, en febrero de 1987 y con la misma denominación, el estadio actual de Parquesol.

Este contenido es exclusivo para suscriptores

3€ primer mes

Publicidad