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Coronación de Zorrilla como poeta nacional en Granada el 22 de junio de 1889, publicada en 'La Ilustración Española y Americana'.
125 años de la estatua de Zorrilla

César de los escritores españoles

Nunca antes, ni después, un escritor español recibió homenaje semejante como el de Granada en 1889, que a Zorrilla le llegó con 72 años y la salud gastada

Carlos Aganzo

Valladolid

Domingo, 14 de septiembre 2025, 08:43

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Nunca antes, ni después, un escritor español recibió homenaje semejante. Más de novecientas coronas, un desfile interminable de miles y miles de personas y un mes largo de celebraciones, con certámenes literarios, conciertos en la Alhambra, bandas de música, banquetes, bailes de gala, saraos, veladas poéticas, luminarias, balcones engalanados, dianas floridas, desfiles de enanos y gigantones, exposición regional de artes gráficas, corridas de toros, rifas, concursos de ramos y flores, feria de ganado… Y artículos conmemorativos, desde fotografías y abanicos con su firma hasta la medalla de cobre plateado del evento, de la que se vendió hasta la última pieza. Todo, con tal de equiparar a España, en el cenit de la exaltación romántica nacionalista, con la gloria de un Víctor Hugo, en Francia, o de un Goethe, en Alemania.

Cuando José Zorrilla puso pie en Granada, en junio de 1889, para celebrar tal dispendio cultural, tenía 72 años y la salud gastada. Y traía a cuestas la vida entera: niño conflictivo, adolescente prófugo, bohemio huido de la policía, romántico de plantilla, poeta y dramaturgo fulgurante, casado infiel, donjuán impenitente, parisino y mexicano y cubano, académico de la Española, comisionado del gobierno en Roma, cronista pucelano, floricultor, artista de gira por España un año y otro año y otro año más… Así hasta la penúltima, cuando dijo: «No tengo una hora para descansar; ronco, cansado y falto de sueño, voy por ahí como un cuervo viejo».

Aquel viejo cuervo lírico, tan extrañamente elegante como carpetovetónico en el fin de sus días, estaba entonces reasentado en Valladolid, donde había inaugurado, en 1884, el teatro que hoy lleva su nombre. De hecho, la primera idea de celebrar su gran coronación ya se había barajado en su ciudad natal tres años antes, hacia 1881. Algo que Zorrilla rechazó de plano, ante la posibilidad de ganarse «aún más enemigos» de los que ya tenía.

Zorrilla y Granada

A Granada había llegado Zorrilla por primera vez en 1845, cuando el poeta tenía 28 años, después del éxito fulgurante del estreno (en realidad, reestreno) del 'Tenorio' en Madrid, el 1 de noviembre de 1844. Mucho tuvo que ver en aquel viaje, y en la llegada de 'Don Juan Tenorio' a Granada el protagonista del drama, el actor Carlos Latorre, un auténtico mito en todo el país. Zorrilla no era todavía una gran celebridad, pero sí venía precedido de una cierta fama de autor y personaje de acción. Hasta el punto de que, ante el éxito rotundo de la representación en el Teatro Principal de Granada, con flores a mansalva y una corona de plata maciza (con frutas de oro) sobre las tablas, él mismo dijo que pagaría de su bolsillo todo lo que no pudiera cubrir el director de la compañía, para que la cena se celebrara en el mismo escenario del coliseo.

Programa de la Coronación de Zorrilla en Granada, en el marco de las fiestas del Corpus.

De aquella visita primera surgió la obra que le consagraría como poeta épico: 'Granada':

«Dejadme que embebido y estático respire / las auras de este ameno y espléndido pensil. / Dejadme que perdido bajo su sombra gire; / dejadme entrar en brazos del Darro y el Genil…»

De nuevo un éxito tan categórico que propició que el Ayuntamiento granadino le ofreciese una segunda corona, esta vez de oro. Dos coronas que, junto con otros reconocimientos, Zorrilla cedió a la Cofradía de la Virgen de la Peña de Francia, con sede en la iglesia de San Martín de Valladolid, donde había sido bautizado. Y donde estuvieron hasta principios del siglo XX, cuando el templo sufrió un hundimiento que obligó a cerrarlo, de modo que lo único que hoy se conserva en el archivo parroquial es el documento de la cesión.

Con estos antecedentes, y con la idea ya extendida de que nadie como don José podría representar mejor las esencias de la gloria literaria nacional, el primero en pensar en la posibilidad de que la coronación se celebrara en la capital andaluza fue el joven director de 'El Defensor de Granada' Luis Seco de Lucena, que había entrado en contacto con Zorrilla en 1845, cuando el poeta compuso 'Granada mía', un poema que fue publicado por la mayor parte de los periódicos españoles y sirvió para recaudar fondos tras el terremoto que sufrió la ciudad, a finales del año anterior. A la iniciativa de Seco de Lucena se sumó el Liceo Artístico y Literario de Granada, con una propuesta que ofrecía maravillosamente la posibilidad de seguir contribuyendo a levantar Granada tras el seísmo y de celebrar un gran acto de propaganda cultural, en el mejor estilo de la Restauración.

Zorrilla se hizo querer de nuevo ante la petición, alegando unas veces que se encontraba viejo, enfermo y con las ideas agotadas, y otras que no podía pasar demasiado tiempo en homenajes, pues su situación económica le exigía seguir celebrando y cobrando por sus lecturas para poder salir adelante. Pero al final aceptó. El Liceo consiguió el compromiso de la reina regente, María Cristina de Habsgurgo-Lorena, para presidir el acontecimiento, y con esta garantía los granadinos se aseguraron la presencia de alcaldes y delegaciones de las grandes ciudades españolas, además de la prensa, incluidos los corresponsales y enviados especiales de los periódicos europeos. También de los dineros necesarios para sostener el evento nada menos que entre el 16 y el 29 de junio de 1889, en el marco de las fiestas del Corpus. Y algunos días más.

Placa homenaje al poeta José Zorrilla en el centenario de su coronación como poeta nacional en el Carmen de los Mártires.

Con la llama del nacionalismo español encendida y briosa, la llegada de Zorrilla a la estación de tren, la noche del 14 de junio de 1889, se hizo coincidir simbólicamente con la fecha de la fundación del reino nazarí, en el 1013. Allí llegó el vate acompañado, entre otros, por el editor Ubaldo Fuentes, el escritor Emilio Ferrari y su sobrino Esteban López. En el andén no faltaba un solo granadino ilustre, en un baño de multitudes que se sucedió a lo largo de los catorce días oficiales y del mes largo de la estancia de Zorrilla en Granada. En carruaje descubierto, acompañado por el gobernador, el alcalde y Seco de Lucena, Zorrilla atravesó la ciudad para instalarse en el carmen de los Mártires, donde todavía se conserva la placa que recuerda su visita.

Homenaje popular y coronación

El homenaje popular estaba previsto para el 19 de junio, y la coronación, para el 20, pero ambos eventos fueron aplazados al 21 y al 22. A unas lluvias torrenciales de última hora se sumó otra tormenta, que impidió la presencia de la reina: unos días antes, el presidente del Congreso, el granadino Cristino Martos, había sufrido un intento de agresión, por lo que se procedió a la disolución de las cámaras el día 15. Eso no impidió que el fervor popular se desencadenara ante la presencia de Zorrilla, con un desfile interminable, en el Paseo del Salón, de más de 16.000 personas, que no quisieron dejar de saludar al césar de los poetas. El cráneo más privilegiado, o por lo menos el más patriótico, de cuantos se habían visto nunca.

El acto de la coronación tuvo lugar el 22, en el Palacio de Carlos V de la Alhambra. Allí, don Enrique Ramírez de Saavedra, el insigne Duque de Rivas, no llegó a colocarle la corona en la cabeza, por un problema cutáneo de don José, pero sí lo distinguió entre todos los autores españoles, en nombre la reina María Cristina, con la pieza dorada del Liceo, que había elaborado el joyero Manuel Tejeiro, de la que las malas lenguas llegaron a decir que en ella no era oro todo lo que relucía. Nada más lejos de la realidad. Después vino el discurso de respuesta por parte del Liceo, que pronunció el catedrático Antonio López Muñoz, quien finalizó con un sonoro «¡Viva Zorrilla! ¡Viva el rey de los poetas!» en un palacio que nunca estuvo tan elegante desde los días de los esponsales del emperador Carlos con Isabel de Portugal. Los actos continuarían hasta que, el 20 de julio, el Pleno del Ayuntamiento le nombró hijo adoptivo de Granada.

De la gloria a la casa de empeños

Nada menos que 923 coronas llegó a recibir el vallisoletano en tan magno homenaje. Algunas de laurel, pero muchas de oro, plata y brillantes. Entre ellas, la que le regaló la ciudad de Barcelona, que se conserva todavía en la Casa de Zorrilla. 923 coronas, amén de una veintena de valiosos objetos artísticos y cientos de regalos personales… No llegó con ellos a su casa Zorrilla, que por entonces acababa de perder los 15.000 reales que cobraba como cronista de Valladolid y tenía los derechos de sus obras en su mayor parte en manos ajenas, sino que se quedaron en Madrid, en la casa de empeños de Mariano Fernández. El prestamista le pagó muy poco (11.000 reales, declaró), pero al menos no sacó nunca el lote en subasta, hasta que, en 1897, cuatro años después de la muerte del poeta, la misma María Cristina lo compró, antes de cedérselo, en 1920, a la Real Academia Española.

Dicen que en la casa del pobre, como en la del derrochador, las alegrías duran poco. Y así los excesos de los actos de Granada no tardaron en desvanecerse en la cabeza de Zorrilla, que el año siguiente, en febrero de 1890, fue operado de un tumor cerebral. Fallecería en Madrid, en 1893, y su entierro madrileño, como después sucedería con el traslado de sus restos a Valladolid en 1896, volvieron a recordar ante el mundo entero la gloria del escritor. Doscientos años después de su nacimiento, en 2017 la crítica ha tratado con denuedo de rescatar a Zorrilla de su propia imagen romántica de relumbre, oropel, énfasis y desmesura. De apuntar al poeta lírico tanto o más que al épico y narrativo. De mirar más allá de ese éxito único, permanente, insuperable, de la continuidad eterna del Tenorio en los escenarios del mundo. No sé si con éxito, aunque sin duda el empeño lo merecía. Lo cierto es que, por lo menos hasta la llegada de la Generación del 98, decir romanticismo o decir siglo XIX español se podía intentar con muchos nombres, de Larra y Espronceda a Bécquer y Rosalía, pero quizá ninguno con más verdad, con más pasión, con más autenticidad, con más peripecia ni con más leyenda que con el de don José Zorrilla y Moral. Ése que dijo de sí mismo:

«Pues nada soy en el mundo

ni nada jamás he sido.

Yo que marché por la tierra

solo, independiente, altivo,

dejando entre sus zarzales

fui pedazos de mí mismo».

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