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La estatua de Zorrilla, con el Campo Grande al fondo Alberto Mingueza
125 años de la estatua de Zorrilla

Dos pilares del español se erigen en una plaza de Valladolid

Se cumplen 125 años de la instalación de la estatua de José Zorrilla en nuestra ciudad, en un enclave que hoy comparte con Miguel Delibes

Samuel Regueira

Valladolid

Domingo, 14 de septiembre 2025

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Se dice, unas veces con fervor futbolístico y otras con la más cínica de las sornas, que en Valladolid se habla el mejor español. «El más neutro», precisarán los lingüistas. «El más puro», defenderán nuestros mayores. «El más claro», aseverarán quienes busquen enfrentarse a las diversidades lingüísticas de otros territorios, dentro y fuera de nuestro país. Sea como fuere, el caso es que dos de los más ilustres hijos de esta ciudad, un florido poeta romántico y un sencillo novelista costumbrista, contribuyeron desde el periodismo y la literatura en sus distintos momentos históricos a enriquecer el idioma, a apuntalarlo y a engrandecerlo. Hoy, respectivas estatuas recuerdan, una detrás de la otra y con mayor solidez que la ciudadanía, a José Zorrilla y a Miguel Delibes, en la plaza que da nombre al primero de los dos escritores, y de cuya efigie en pedestal de piedra se cumplen, este 2025, ciento veinticinco años desde su inauguración.

Dos pilares del español con sus semejanzas, mas también con sus divergencias, las cuales se evidencian más allá de la mirada literaria y de la manera que tenían ambos de entender la vida. Diferencias que se transparentan por el sólido bronce en la ubicación de las estatuas, las posturas que inmortalizan a ambos autores o la altura sobre la que se yerguen del suelo. Pero vayamos por partes.

La estatua de Zorrilla, como la de Delibes, dice mucho más de su autor de lo que parece a simple vista

En junio de 1899, el escultor riosecano Aurelio Rodríguez-Vicente Carretero recibía en su residencia de Madrid la noticia: el jurado del concurso de proyectos abierto por suscripción popular para una estatua de Zorrilla en nuestra ciudad había elegido por unanimidad su propuesta. Así lo acredita José Luis Cano de Gardoqui en 'La escultura pública en la ciudad de Valladolid'. Durante trece meses, el escultor trabajó en una estatua de tres metros elaborada mediante bronce fundido en los talleres de Ignacio Arias a partir de cañones de la época de Carlos III. Para el rostro de José Zorrilla, Carretero se basó en la máscara mortuoria que le hizo al poeta, con quien frecuentó sus últimos años de vida. Este modelo puede encontrarse hoy en la Casa Museo del autor de 'Don Juan Tenorio', con un semblante más sereno y menos teatral que en la plaza, donde la efigie declama poesía desde las alturas para toda la ciudad con su mano extendida.

Si el dramaturgo Zorrilla ocupa el proscenio de la plaza, para encontrar a Miguel Delibes tenemos que ir al tercer plano de la escena, casi hacia la zona de bastidores. A mano izquierda de la puerta del Príncipe del Campo Grande, se encuentra una segunda figura de fibra de vidrio y poliéster fundido a bronce de algo más de metro ochenta de altura. Esta estatua, obra del vallisoletano Eduardo Cuadrado, representa a un Delibes en edad provecta, embozado en su bufanda y portando boina, paraguas y periódico; con los cuales recrea, a ras de suelo, los habituales paseos de nuestro novelista contemporáneo por la ciudad. «Sé que a mi padre le hubiera gustado no estar en un pedestal sino con los pies en el suelo y ligeramente apartado del bullicio de la plaza», destacó su hija Elisa el día de la inauguración en octubre del 2020, según recogió el periodista J. Sanz.

De la tierra al cielo

Porque si la mejor manera de representar a Delibes era desde la misma tierra, la solemnidad de Zorrilla exigía elevarle hacia los cielos. Hablar de la estatua del poeta es hablar de su pedestal, de las placas conmemorativas, del escudo de la ciudad y de la joven que, cautivada, escucha declamar los versos del romántico con la mano extendida: una mujer que es prosopopeya de la Poesía misma.

Pero en su concepción original Zorrilla no estaba a la altura ameritada. Críticas sobre la desproporción entre la estatua y su pedestal de piedra caliza recogidas tras su inauguración propiciaron la incorporación, en su zócalo, de dos nuevas hiladas de piedra en 1929, según trazas del arquitecto Juan Agapito y Revilla. Esta reforma también supuso la integración de los dos leoninos mascarones de bronce, que desde entonces ornan su base, y la elevación del poeta, ahora sí, hasta la cota merecida.

La ubicación de esta estatua ha variado a lo largo de los años. En origen se dispuso en el centro de una zona ajardinada, donde se respira mejor. Décadas después, se la situó en medio de la fuente, donde más clara la luna brilla. Hoy se encuentra en una apartada orilla de la plaza, batiéndose en duelo con las ajardinadas letras de 'Valladolid' por la atención de los turistas que, smartphone en ristre, buscan inmortalizar el recuerdo de su visita a nuestra ciudad.

Letra inmortal

La estatua de Zorrilla, como la de Delibes, dice mucho más de su autor de lo que parece a simple vista. Su configuración, su elevación y su pose trascienden el mero reconocimiento de la ciudad a sus hijos ilustres, en ambos casos, y traslada con ellas la visión que respectivos escritores tenían del periodismo, de la literatura e incluso de la vida y, claro, del idioma.

Detengámonos en un momento en Zorrilla. Con pose teatral marcada, encaramado a su pedestal y en lugar prominente, y preeminente, de la plaza, su figura encarna la importancia otorgada antaño a la cultura en general, y a un autor y a su obra en particular. Una relevancia concedida por otros, pero también ostentada por sí mismo. La literatura y el teatro fueron sus escenarios, pero además el poeta supo servirse de la prensa del momento. Como articulista, como cronista de la ciudad y como opinador, su palabra, respaldada por su popularidad y su talento, le convirtieron en voz influyente para difundir su punto de vista en los temas culturales y sociales más palpitantes de aquella época.

En sentido no opuesto pero sí radicalmente diferente se puede situar Delibes. Casi tratando de pasar inadvertido y haciendo gala de su naturalidad más característica, en sus textos no falta literatura. Al contrario: se encuentran surtidas figuras retóricas y recursos narrativos fenomenales; pero apoyados en la síntesis que exige el oficio del periodismo y la sencillez que abre la puerta a la comprensión de todo tipo de público.

Ambos estilos, el del cronista y el del periodista que llegaría a director de El Norte de Castilla entre 1958 y 1966, se pueden encontrar en sus otras obras literarias sin esfuerzo alguno. Los textos de Zorrilla son, como su estatua; melodramáticos, engalanados y con colosal vocación de trascendencia. Delibes apela a la sobriedad y a lo más humano, a la sencillez y a la claridad, a lo natural y a la naturaleza, al peatón y, muy especialmente, al mundo rural; a aquellos núcleos de nuestra tierra cuyos disputados votos, a la postre, también cuentan en una democracia liberal.

Zorrilla erguido sobre su pedestal y Delibes caminando en la llana acera. Dos maneras de escribir, de mirar y de trascender. Dos maneras de entender el periodismo, la literatura y el idioma, desde la exuberancia teatral hasta la discreción precisa. Dos pilares en una plaza para una ciudad donde, quizá, no se hable el mejor español, pero desde luego le hablamos como en ningún otro sitio.

Estatua de Miguel Delibes delante del Campo Grande, en el circuito de uno de sus paseos habituales. Alberto Mingueza

Huellas de tinta y bronce

Son infinitas las formas que tiene una ciudad de recordar a sus escritores. Las estatuas son una de las más visibles pero, también, de las que más desapercibidas pasan. Pero erigir una efigie de un autor como José Zorrilla refrenda el vínculo del poeta con Valladolid en más de un sentido. Y es que, más allá del mero homenaje, la escultura dialoga con otras obras de Aurelio R. Carretero que también conforman una identidad visual coherente con nuestro paisaje urbano.

Así, esta figura se suma a otros monumentos públicos del artista en Valladolid y provincia, desde la estatua al Conde Ansúrez en Plaza Mayor al monumento a Miguel Íscar en los jardines del Campo Grande, pasando por la efigie de Isabel La Católica en Medina del Campo o el homenaje a los héroes del Moclín en su Rioseco natal. De manera análoga, podemos encontrar trabajos de Eduardo Cuadrado, responsable de la estatua de Delibes, en 'El Fotógrafo' del Campo Grande, 'El Comediante' de la plaza Martí y Monsó o el 'Homenaje al Voluntariado' de la Plaza de España, entre otros.

Cuando el tiempo lo permite, la plaza Zorrilla alberga espacio tanto para curiosos turistas como para locales que se sientan cerca de la fuente o en los bancos próximos a la Puerta del Príncipe para conversar cerca de los broncíneos oídos del poeta y del novelista. Por una parte, los adultos recuerdan las lecturas obligatorias del colegio hoy con cierto cariño, y con mayor viveza las adaptaciones teatrales, tanto modestas y locales como las de Estudio 1, con nuestra Concha Velasco y con Francisco Rabal como el conquistador Tenorio. Un rostro y una voz que también pasaron a ser las del Azarías, con su 'Milana bonita', en la recordada versión cinematográfica de Mario Camus.

Por su parte, jóvenes y adolescentes que confiesan no haberse zambullido aún en las páginas ni de uno ni de otro, aunque sí son capaces de adivinar, quizás inspirados por las propias estatuas, las claves narrativas de cada uno, aventuran una osada opinión: si les dieran a elegir, preferirían leer una obra de Delibes a una de Zorrilla, pero si su plataforma de 'streaming' favorita lanzara miniseries inspiradas en los trabajos de cualquiera de los dos, optarían antes por varias temporadas de 'Don Juan Tenorio' que por una maratón de 'Señora de rojo sobre fondo gris'.

Finalmente, cabe destacar la fenomenal acogida que el mundillo del fútbol local ha hecho de ambos autores, desafiando así el infundado cliché que busca enfrentar la cultura con el deporte rey. No solamente el estadio recoge el nombre del poeta romántico autor de 'Traidor, inconfeso y mártir', también resulta palpable el cariño de la afición del Real Valladolid al también futbolero Delibes. Durante la antepenúltima jornada de LaLiga 22-23 frente al F. C. Barcelona, el Fondo Norte ostentó la bibliofilia de la hinchada local mediante un homenaje en forma de gigantesco tifo con el rostro del padre de 'El camino' y 'Las ratas'.

Uno, en los corazones de la gente; otro, inmortalizado en un edificio imperecedero. Tal y como cualquiera de los dos hubiese querido.

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