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No es una corrida de toros más la de este sábado en el coso del Paseo de Zorrilla. No, no puede serlo. Y menos después ... de haberse celebrado la Feria de Abril sevillana. Tanto Morante de la Puebla como Juan Ortega salieron reforzados tras su paso por la Maestranza, si bien no cabe duda que fue el diestro de La Puebla del Río quien vio más impulsado (si cabe) su cartel y prestigio. Dos orejas ante un toro de Domingo Hernández, en una tarea de sabiduría y madurez técnica y lidiadora que han supuesto, aún más, un afianzamiento de su posición de máxima figura de la tauromaquia, desde registros que si bien no son nuevos en él sí son desconocidos para el público en general, para el que pasa desapercibido que para torear con verdad y pureza es necesario, como requisito imprescindible, el valor y la técnica.
Como todo concepto, explica y a la vez limita. Es decir, distorsiona. Por eso al incluir a Morante de la Puebla y Juan Ortega en el mismo cajón de los toreros artistas se ofrece una falsa homologación. Su oficio, el de ambos, está ligado al arte, sí, pues el aspecto estético, el 'pellizco' emocional que se desprende en su ejecución de las suertes, resulta incontestable. Pero el toreo de Ortega se ofrece con mayor desnudez, en contraste con un cierto manierismo barroco de Morante. Apelan a las sensaciones, pero desde resortes diversos. Por eso su coincidencia en el cartel es un duelo entre ambos, sí, magnífico, pero también es un reto que interpela a la sensibilidad y exigencia del buen aficionado, que debe valorar la diversidad técnica y artística de cada diestro.
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Entre Morante de la Puebla y Juan Ortega existe, y resulta beneficioso para ellos y para la tauromaquia, un duelo tácito. Un brindis al arte.
Y si Ortega, diestro de indudable calidad, sigue en la búsqueda de su techo, intentando que su lado «más salvaje» le permita seguir creciendo en su expresión ante el toro, como declaró en su entrevista a El Norte de Castilla, el cacereño Emilio de Justo afronta un desafío, como cada tarde, consigo mismo. La suma de sus propias capacidades y la labor infatigable de su apoderado, Alberto García, administrador a su vez de Tauroemoción, le han colocado en una posición privilegiada en muchas ferias y en el escalafón, pero el acceso (restringido) al Olimpo de las figuras de la tauromaquia exige algunos datos, intangibles en muchos casos, que aún debe ofrecer, confirmar.
De Justo es un torero de elevado interés para los aficionados, y su tránsito hacia posiciones de mayor privilegio no resulta un inconveniente, sino una ventaja: asegura la motivación y la búsqueda de nuevos registros y resortes. No es un complemento de los sevillanos, aunque sí una concepción de rango diferente –que no menor- en el contenido de las lidias que protagoniza.
Y si los tres espadas ofrecen tan potentes como diversos estímulos para los aficionados, la divisa anunciada, la gaditana de Joaquín Núñez del Cuvillo, se encuentra en un mismo plano de calidad y potencialidad de éxito. El veterano criador supo `inventar', a los efectos prácticos, un singular encaste fruto de sangres cercanas, con orígenes no lejanos, convirtiéndolas en colaboradoras necesarias de una creación singular, en genotipo y fenotipo, con un juego de moderna bravura y hechuras finas y elegantes de sus reses, demandadas por las máximas figuras del escalafón para sus compromisos en ferias y plazas de alto rango. Difícil, mucho, que al menos un toro no embista con una clase Premium. Seguramente más.
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