Belén López, psicóloga: «No debemos llamar pirómano a quien prende fuego buscando un beneficio»
La especialista explica que a diferencia de un incendiario, que provoca las llamas por interés, un pirómano actúa desde la compulsión, «por un impulso difícil de controlar que genera ansiedad»
Media España arde. Son desgarradoras las imágenes que aparecen en los medios de comunicación de montes devorados por las llamas, pueblos desalojados y familias que ... lo pierden todo en cuestión de horas. Y, casi siempre, surge la misma pregunta, ¿quién provoca esto? La etiqueta de «pirómano» suele aparecer en numerosos titulares y conversaciones de bar, pero pocas veces se sabe qué significa realmente.
Belén López Moya, psicóloga clínica del Hospital Universitario Santa Cristina (Madrid), doctora por la Universidad de Granada y especialista vía PIR en el Ramón y Cajal con más de diez años de experiencia en salud mental, aclara que «la piromanía es un trastorno del control de los impulsos. Pero la mayoría de los incendios que vemos estos días no los provoca un pirómano, sino incendiarios con algún interés económico, de venganza o incluso por negligencia».
El verdadero pirómano, explica López Moya, no actúa por dinero ni por otro motivo oculto. Lo hace porque no puede evitarlo. «Hay una fascinación por el fuego, un impulso difícil de controlar que genera ansiedad. Al provocar el incendio, la persona siente alivio, cierta gratificación, como si se quitara un peso de encima», subraya. Ese patrón de tensión y descarga recuerda a otras conductas compulsivas. «En los trastornos de la conducta alimentaria, por ejemplo, también encontramos esa parte compulsiva en los atracones, vómitos, ayunos…, también en el juego patológico y otros trastornos mentales. En la piromanía ocurre algo parecido, pero el objeto del impulso es el fuego», asegura.
Un perfil marcado por la impulsividad
Aunque no existe un «molde o perfil único», sí hay rasgos que se repiten. «La característica más común es la alta impulsividad», subraya la especialista. A menudo se trata de varones jóvenes, con un nivel educativo y laboral bajo, y en ocasiones con otros rasgos de personalidad. «Puede haber dificultad para prever consecuencias, baja empatía o incluso rasgos más narcisistas, antisociales o límites». En algunos casos, la infancia les ha dejado huella. «No es una única causa. Hay factores genéticos, biológicos y ambientales. Haber crecido con trauma, negligencia o abusos puede aumentar el riesgo. Y si además existe una predisposición genética hacia ciertos rasgos como la impulsividad o el neuroticismo, la probabilidad es mayor, al igual que en otros trastornos mentales», continúa esta profesional.
En cuanto a si es posible detectar la piromanía antes de que alguien prenda fuego a un bosque, López Moya cree que sí. «En la infancia o adolescencia se puede ver una fascinación excesiva por el fuego. Suelen jugar con cerillas, mecheros, encender cosas sin motivo. También con frecuencia, tienen una impulsividad generalizada, con explosiones de ira, con conductas como romper objetos. Tampoco quiere eso decir que todos esos niños vayan a ser pirómanos, pero son señales a las que hay que estar atentos», indica esta psicóloga clínica, quien insiste en un matiz crucial, «no debemos llamar pirómano a quien prende fuego buscando un beneficio secundario. El pirómano actúa desde el impulso, no desde el cálculo. El incendiario, en cambio, mide dónde y cuándo, se oculta y espera sacar algo a cambio. Son cosas muy distintas». Esa diferencia explica por qué muchos pirómanos se quedan cerca del fuego que han provocado. «Sienten la necesidad de observarlo, incluso de ofrecerse como voluntarios para apagarlo. Forma parte de esa fascinación que les lleva a repetir la conducta. No hablamos de maldad calculada, sino de un impulso que la persona no puede controlar. Eso no quita la gravedad de las consecuencias, pero sí nos obliga a mirar el problema con matices».
El principal tratamiento es la psicoterapia, sobre todo la cognitivo-conductual, dirigida a ayudar al paciente a que tome conciencia de la gravedad de sus actos y a encontrar otras formas de gestionar la ansiedad y regularse emocionalmente. «Siempre hay algo detrás, malestar, vacío, una historia personal de dificultad. La terapia busca entender qué es lo que la persona intenta aliviar con el fuego». En cuanto a la prevención, la especialista lo tiene claro, «La piromanía es muy poco frecuente. La mayoría de los incendios no tienen que ver con ella, sino con conductas irresponsables. En plena ola de incendios, hemos visto como han multado a varias personas por hacer barbacoas en el campo. Falta educación social y conciencia de las consecuencias, así como castigos más claros y duros para los causantes de los mismos», opina.
Las víctimas del fuego
Luego están quienes lo pierden todo en el fuego. López Moya recuerda que el impacto psicológico para estas personas es enorme. «Para ellos es como un duelo. Primero hay que atender la urgencia, acompañar, escuchar, ayudar en gestiones básicas. Después, si el tiempo pasa y persisten síntomas de ansiedad o depresión, conviene buscar ayuda profesional», aconseja.
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