Cuatro décadas viviendo en una chabola en Valladolid: «No quiero que más nietos nazcan aquí»
Raúl Hernández vive desde los dos años en el asentamiento de Juana Jugan, donde ha criado a sus cuatro hijos sin luz ni agua
'Parse' protege con su presencia el asentamiento de extraños que pretendan cruzar esa barrera invisible que desemboca en un escenario propio del siglo pasado. « ... Ladra cuando se acerca alguien, pero no hace nada y nunca se escapa, le gusta estar aquí», dice Raúl Hernández, uno de los veinte chabolistas que vive en el poblado de Juana Jugan, situado junto al paseo de Juan Carlos I, en Delicias, frente al hospital Benito Menni. Mientras acaricia al animal, que no se retira de su lado, explica cómo es vivir en casas levantadas con plásticos, restos de obra, uralitas y sobrantes de madera. Un entorno hostil el que lleva toda su vida.
«Para aguantar aquí hay que ser como Rambo», asegura este nieto de Antonio Barrul y Adoración Romero, el matrimonio fundador en los años setenta del siglo pasado del asentamiento más longevo de Valladolid. Abre la puerta de su 'casita' -cerrada con candado y llave- para mostrar cómo es vivir con lo imprescindible. Un pequeño salón -decorado con cuadros y fotos familiares- que hace las veces de cocina y dos habitaciones vestidas con «los muebles que uno va encontrando» conforman una humilde y ordenada estancia donde los cables trepan por las paredes y fabricada de suelo a techo por restos de materiales de obra. Las construcciones son todas parecidas y allí, junto a su mujer Magdalena, ha criado a sus cuatro hijos. «Las gemelas hace tiempo que se fueron, pero Ramón (22 años) vive aquí con su mujer Sheila y Raúl, que es el pequeño (19 años), vive todavía con nosotros».
Se sincera Raúl de cómo es vivir en el asentamiento. «Si de por sí criar a un niño es complicado en una casa, imagínate en una chabola. La estufa aquí es la mejor compañera, pero estás todo el tiempo con los humos y los fríos a vueltas. Ya tengo cuatro y no quiero que ningún nieto más nazca aquí, pero nadie hace nada porque la cosa cambie», cuenta Raúl.
Al matrimonio y a sus cuatro hijos les ofrecieron hace años la posibilidad de una vivienda con un alquiler mínimo, «pero cuando lo que te ofrecen no cumple ni con la ley, mal vamos. Nos querían meter a los seis en un piso de 40 metros y la misma Administración dijo que no, porque tiene que haber un mínimo de diez metros cuadrados por persona», asegura el nieto de los fundadores.
Unas lonas azules con varios neumáticos para hacer peso cubren el techo de Raúl. «En verano te comen los mosquitos y el calor y es morir, pero te puedes mojar, porque el invierno es mucho peor». Cuatro décadas en lleva en Juana Jugan y se gana la vida como puede y a lo que va saliendo. «A la chatarra, a los palets, alguna chapuza que hay por ahí», pero cada vez se resiente más de dolores en pecho y espalda.
«Con generadores nos apañamos cuando necesitamos luz y el tema del agua, pues a lavarse en el barreño como se hacía antiguamente y lo mismo la cocina, algunos tiran de infiernillo y otros de lumbre como toda la vida». Y pese a esas dificultades y carencias de servicios básicos sus ropas y pertenencias permanecen limpias y ajenas a que conviven en una escombrera hogar de varios gatos y gallinas.
La tía de Raúl, María Ángeles es la veterana del asentamiento y sonríe cuando se asoma con la escoba a la puerta de su 'casita'. Le traen los recados que pide y lo que necesitan el resto de familiares. Se cuidan todos, «la familia es sagrada», y a la vez ella se dedica con especial atención a su marido Manuel, que sufre los achaques de la edad, mientras mantiene su 'casita' limpia y en orden. «Me gustaría que pasaran sus últimos años fuera de aquí, porque esto no es vida pero es verdad que no sería fácil, ellos no conocen otra forma de vivir», reconoce Raúl.
Seguramente y junto a su mujer allí «terminará sus días» Manuel, uno de los doce hijos de los fundadores de este asentamiento de Delicias, pero lo que temen es que los jóvenes sigan viviendo allí sin optar a otra cosa. «Al menos que tenga una oportunidad porque esto no es vida para nadie», finaliza antes de salir de su casa, donde 'Parse' espera paciente en la puerta para ser acariciado por su amo.
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