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José María Cebrián Ruiz y su esposa, Irene Gervás de la Pisa, asomados a las ventanas con sus once hijos, todos en cuarentena tras haber dado positivo en Covid-19. Ramón Gómez

Confinados con 11 hijos y un coronavirus en Valladolid

La familia Cebrián Gervas supo, al iniciarse el aislamiento, que los dos cabeza de familia estaban contagiados

Antonio G. Encinas

Valladolid

Jueves, 2 de abril 2020, 21:32

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Para cuando el test de Irene dio positivo, a José María ya le quedaban pocas dudas en cuerpo propio. «Ese día me encontraba fatal», cuenta. Era el 18 de marzo, cinco días después de decretarse el estado de alarma por el coronavirus. No había ya mucho que hacer. «Cualquier posibilidad de reacción o de aislamiento, en nuestro caso ya de por sí es difícil, pero ya era tarde, ya no tenía sentido». Este virus traidor, que según parece contagia mientras esconde los síntomas, ya se había instalado en su casa, donde viven ellos dos y sus once hijos. El desenlace, por más que intentaron «mantener cierta distancia y limpiar mucho», estaba cantado. «Los niños poco a poco han ido cayendo. Unos lo han llevado mejor, otros lo han llevado un poco peor. Como [la enfermedad] tarda en dar la cara cinco ó seis días, cuando te encuentras mal te pones a rebobinar y dices '¡bueno...!'».

Afortunadamente la chavalería soporta, en términos generales, mucho mejor este Covid-19. «En nuestro caso les dura un día. Les duele la cabeza un poco, vomitan, que es una de las diferencias que estoy viendo, y cuando vomitan se quedan más a gusto y al día siguiente ya ni se acuerdan».

José María Cebrián Ruiz e Irene Gervas De la Pisa están habituados a la multitud domiciliaria. Él tiene siete hermanos y ella, diez. Sin embargo, no recuerdan haber pasado nunca tanto tiempo juntos con su prole al completo. «Tanto tiempo seguido juntos, en familia, creo que ni en vacaciones, porque alguno se va con algún primo, aunque sea día y medio, luego vuelve... Tanto tiempo seguidos juntos creo que nunca. Y lo que nos queda». Y explica algo que es fácil de entender. «Nos ha dicho el médico que en nuestro caso, con la carga viral tremenda que debemos tener en casa, seguramente tendremos que estar una semana más o dos en reclusión absoluta. Porque si salimos los trece a la vez y lo llevamos por ahí, montamos un epicentro en Valladolid que la liamos», cuenta.

El único con permiso para hacer 'excursiones' de intendencia es el hijo mayor (14), y lo hace con guantes y mascarilla -un método adecuado para proteger a los demás, sobre todo- y lo más lejos a la farmacia. «A por el bendito paracetamol», añade José María. «Es el que sale un poco, el que baja la basura y está de emisario. Cuando nos traen compra a veces nos la meten en el garaje y entonces baja mi hijo y recoge las bolsas. Otras veces la dejan en el ascensor y sale a recogerla. Y así funcionamos».

Cuentan con la ayuda inestimable de la familia, claro. «Muchos de nuestros hermanos están en Valladolid. Y luego nuestras queridas madres, las abuelas, que están permanentemente cocinando y preguntando y trayendo cosas. Pero mis cuñados, hermanos... La gente se vuelca».

Irene puso un mensaje en Twitter con una foto en la que aparecía el lavavajillas lleno de vasos y platos de colores. Llevaban ya una semana desde aquel día 18 en que supieron que ya no había remedio, que había que tirar con virus y con lo que fuera. «Luchando con él coronavirus en casa y somos 13. Hoy me gustó la imagen de los vasos para lavar solo de una comida», escribía. El mensaje se retuiteó, se compartió y llegó al alcalde de Valladolid, Óscar Puente. «Nos mandó unos tuits por privado preguntando si necesitábamos algo, lo que fuera, muy cariñoso. Le dimos las gracias pero tampoco se nos ocurría cómo, la verdad».

El cole vertebrador

Sus hijos no van a un solo cole, sino a varios. Y, por supuesto, abarcan toda la gama de la educación obligatoria, de Primaria a Secundaria y con parada en Infantil. «Entiendo la buena voluntad de los coles, de los profes, pero en nuestro caso estamos superados ampliamente», admite José María, aunque el cole les sirve, eso sí, para mitigar la mínima sensación de caos que pueda producirse, clave para que todo siga en orden. «Es importante mantener un cierto orden, que no tengan la sensación de que esto es un caos. Así que de lunes a viernes hay cole», explica.

La intendencia, sin embargo, es complicada. «Tenemos nuestros móviles a favor de la causa; dos iPad antiguos que hemos desenterrado y nos están salvando la vida; un portátil. Y una cuñada que es maestra que coge a unos cuantos todas las mañanas y por Face Time recicla los deberes del cole, hace como un resumen de prensa y los va adaptando a su ritmo. Pero no podemos con el volumen de trabajo».

Irene es enfermera en Renault, por lo que estos días no trabaja. José María es arquitecto e imparte clase en la Escuela de Diseño. «Me he hecho un rinconcillo de trabajo y más o menos aislado», empieza a decir cuando llega u llanto desconsolado de uno «que pide siesta».

Conservar las pequeñas rutinas es importante. «Las pequeñas están con las clases de ClanTV y siguen las catequesis de Juan Manuel Cotelo -catequizis, lo llama en Youtube, píldoras preparatorias para la primera comunión- y hemos celebrado tres cumpleaños en confinamiento, el 21, el 24 y el 27 de marzo y el día 3 tenemos otro, el de mi hija mayor».

Responsabilidades

Los niños, asegura, lo han entendido «mejor que los mayores». Todos ellos. Y asegura José María que es como si de pronto hubieran ganado grados de madurez. «Los mayores sobre todo nos están ayudando de manera bárbara y han tenido una madurez y una responsabilidad que te sorprende. No les hemos tenido que explicar mucho, enseguida lo entienden. Y tenemos a una hija pequeña que anda algo despistada, piensa que esto es Navidad y pregunta que cuándo vienen los Reyes. Porque como estamos todos en casa, esto es una fiesta constante, se ve la tele todas las tardes... Lo de lavarse las manos, por ejemplo, lo tienen más interiorizado que los mayores», asegura.

En estos días, claro, también ha habido días malos. Y noches. Como esa en la que José María se vio casi yendo al hospital. Se apoyan, explica, en la fe, ya que son una familia de profundas creencias religiosas. Y piensan en el día que volverán a abrazar a sus padres. «Que será como pronto después del verano, porque con lo que tenemos aquí no voy a correr ni un riesgo», dice.

José María Cebrián Ruiz y su esposa, Irene Gervás de la Pisa, asomados a las ventanas con sus once hijos, todos en cuarentena tras haber dado positivo en Covid-19. Ramón Gómez

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