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María Ángeles Paniagua lee un libro en su escritorio. ALBERTO MINGUEZA
Una asociación recluta voluntarios para leer en voz alta a personas que no pueden asomarse a un libro

Una asociación recluta voluntarios para leer en voz alta a personas que no pueden asomarse a un libro

María Ángeles Paniagua impulsa una iniciativa que dará sus primeros pasos en los hospitales y la cárcel, y que quiere llegar también a residencias de mayores

Víctor Vela

Valladolid

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Miércoles, 7 de agosto 2019, 20:39

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Aquí adentro, en este milagro de tinta y papel que se llama libro, hay historias que sirven para «evadirse de la realidad», tramas «para dejar a un lado los problemas», personajes a los que odiar y de los que enamorarse (como en los boleros: pueden ser las dos cosas a la vez), letras que juntas cobran sentido y conspiran para «llevarte a otros mundos, otros lugares, otras vidas». Hay novelas para soñar con la libertad más allá de los barrotes de la cárcel. Cuentos que pueden ser medicina para el enfermo, ibuprofeno en párrafos, pomadita en prosa contra el dolor. Relatos que son salvavidas contra la soledad.

María Ángeles Paniagua (La Rioja, 1965) está convencida del poder de la literatura, de lo que un puñado de páginas cosidas, plegadas, encuadernadas, puede lograr. Por eso ha impulsado una asociación (Leemos Valladolid) que recluta voluntarios para leerles en voz alta a aquellas personas que, por unas u otras razones, no pueden hacerlo por sí mismas.

La semilla la plantó Paqui Ayllón, escritora gaditana, autora de 'La lectora ciega' (libro prologado por Elvira Lindo), una mujer a la que con 23 años diagnosticaron retinosis pigmentaria y que hoy, con 50, ha perdido por completo la visión. Y sigue leyendo. Y escribiendo. Y acercando la lectura a personas con difícil acceso a los libros. «Conocí a Paqui a través de una entrevista que le hice para la radio, para el programa 'El lapicero azul', de la emisora 4G», explica María Ángeles. «Me contó que en Andalucía creó la asociación Entrelíneas, con personas que van a los hospitales y geriátricos para leer a quienes no pueden hacerlo. Me gustó tanto la idea que he querido traerla aquí (leemosvalladolid@gmail.com)».

María Ángeles ha encontrado ya alianzas en la asociación vallisoletana de retinosis pigmenaria, en los talleres de escritura creativa de la universidad Millán Santos, en la facultad de Medicina, la asociación de voluntariado de la Universidad, las direcciones del Hospital Clínico, del Río Hortega, de la prisión provincial. «Queremos empezar después del verano. De momento, primero en los hospitales y en la cárcel. Más adelante nos gustaría llegar también a residencias de mayores».

La idea es tan sencilla como poderosa. Dos personas (un oyente, un lector) y un libro para compartir. «En el hospital Clínico vamos a sumarnos a una experiencia que ya existe con voluntarios de la Universidad, que tienen un sistema de préstamo de libros. A través del servicio de Atención al Paciente, se informará de la posibilidad de que un voluntario se acerque a su habitación a leerle». Hay personas que pasan mucho tiempo en los hospitales, a menudo solas, sin muchas visitas, y una voz que les susurre historias novelescas puede ser una gran compañía.

En el Río Hortega plantean su servicio («en de vez ir por habitaciones») en la sala de nefrología, con personas que tienen que pasar muchas horas en una misma sala. Y también en Psiquiatría, «ya que muchos de los que allí se encuentran son enfermos de larga estancia». Y junto a estas, las visitas de lectores solidarios a la cárcel de Villanubla, donde se llevará a cabo además un taller de escritura creativa. «Incluso, ojalá, en un futuro podamos tener voluntarios suficientes –sobre todo jóvenes y estudiantes– para acercanos a leer en su propia casa a personas que vivan solas y que, sobre todo por problemas de visión, o por dificultades de lectura, no pueden asomarse a un libro». En estos casos, explica María Ángeles, el libro sería además un puente porque, junto a la historia, habría también una persona al lado.

En principio, añade, la idea es adaptarse a los gustos de quien pueda demandar ese servicio. Tal vez el relato corto sea la mejor forma de completar una jornada en compañía lectora. O una novela corta. Si la relación cuajara, se podría pensar en una historia más larga. «El libro lo elegiría el paciente. Aunque si no lo tiene muy claro, siempre le podemos aconsejar».

–¿Y cuál sería el libro que usted recetaría sin dudarlo?

'Cien años de soledad', de Gabriel García Márquez. Es un libro con una capacidad hermosa de llevarte a otros mundos y que no solo tendría que ser leído una vez... sino releído también.

Cuenta María Ángeles que aquella tarde remota en la que llevaron al coronel Aureliano Buendía a conocer el hielo ocurrió cuando ella estaba, de muy jovencita, en la residencia universitaria Santa Rosa de Lima. «Allí las compañeras intercambiábamos muchos libros y este acababa de salir publicado. Álida, una chica de Miranda de Ebro que estudiaba Económicas, me dijo:lo tienes que leer. Avanzábamos en el libro al mismo tiempo y luego lo comentábamos en la residencia». Era, ya entonces, otra forma de lectura compartida como la que ahora propone.

«En mi casa, de pequeña, siempre hubo muchos libros. No faltaba uno en la cabecera de mi cama. Era la menor de cuatro hermanos y, por las noches, toda la familia se acostaba con un libro en las manos». Natural de La Rioja, con ocho años («como todos mis hermanos») vino interna a la Jesuitinas.Desde entonces, no se ha desvinculado de Valladolid. Además de apasionada lectora, se ha formado durante cinco años en la Escuela de Escritores de Madrid y ha publicado varios libros.

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