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Argüello exige unión y reconciliación en su primer mensaje a la sociedad
El nuevo arzobispo advierte de que el «grave» riesgo de la Iglesia actual «es la escisión entre fe y vida»
La cercanía, el compromiso y la misión fueron los protagonistas de la primera homilía del nuevo arzobispo de Valladolid, Luis Javier Argüello García, ante una Catedral repleta de invitados eclesiásticos, civiles y militares así como de muchísimos fieles. Varios cientos de personas que escucharon las «primeras, intensas y actuales» palabras del prelado desde su cátedra, un discurso con un claro mensaje de cercanía a los presentes para el desarrollo de su labor y un continuo reclamo «para descubrir que somos una misión en el servicio a la verdad, la justicia y la paz». Una llamada de atención a los tiempos, a sus compañeros presbíteros, a los cristianos y a las autoridades para caminar todos juntos, «para proclamar la sagrada dignidad de la vida humana» y, en definitiva, «para sembrar la buena semilla».
El arzobispo llegó a todos desde el primer momento a los que se dirigió como «hermanos y amigos», tocó corazones que confesó sentir como cercanos al referirse a «autoridades, servidores públicos y ciudadanos de Valladolid», para a continuación recalcar que el conocido como ministerio ordenado, es decir, los obispos, presbíteros y diáconos, «como pueblo, caminamos con vosotros», significando en esta línea que «somos ciudadanos, somos la Iglesia, un pueblo reunido entre las naciones».
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En este inicio del ministerio episcopal Argüello invitó a los presentes a participar del rito de la eucaristía «porque nos introduce en el Ministerio de Dios Comunión que nos desborda y sostiene, en el Ministerio de la Iglesia y de la Historia santa, al mismo tiempo que nos ayuda a descifrar nuestro propio misterio». A partir de este momento trasladó al Papa Francisco, a través del nuncio, su «comunión y disponibilidad» y agradeció de manera pública a dos de los presentes, a los anteriores arzobispos de Valladolid, Braulio Rodriguez y Ricardo Blázquez, «por vuestra enseñanza, cercanía y amistad», a la vez que recordó a otro de los prelados vallisoletanos, José Delicado Baeza, su valedor en los primeros momentos de estudiante en el seminario aprovechando que «la liturgia enlaza el cielo y la tierra».
Así, en su anhelo de ver una sociedad unida y reconciliada, el primer gran mensaje de su exhortación fue una llamada a sus compañeros, a los presbíteros, «porque tenemos el singular don y responsabilidad de ser representación sacramental de Cristo», pero también a tantas y tantas personas que participan de la vida activa de la vida eclesial vallisoletana, desde religiosos hasta catequistas, pasando por niños, adolescentes, jóvenes y padres, miembros de organizaciones adscritas: «La misión de nuestra Iglesia diocesana depende de nuestra unidad y fidelidad a la vocación en la que hemos sido convocados, congregados y enviados». Y es que con estas primeras palabras, Argüello quiso constatar públicamente su compromiso a la vez que comunión plena con la sociedad vallisoletana al considerar que «estamos convocados a un coloquio en favor del bien común».
En su discurso aludió a la familia, a la iglesia doméstica y a la célula social, incluida la clase política
«Los desafíos de este tiempo son extraordinarios y queremos ofrecer nuestra colaboración de palabra y de obra desde una convicción: vivir y edificar la Iglesia es la mejor manera de humanizar a cada persona», clamó el nuevo arzobispo tendiendo la mano «a hacer sociedad en servicio a los demás, desde el reconocimiento de Cristo en los empobrecidos».
Fue un discurso en el que aludió a la familia, a la iglesia doméstica y a la célula social, incluida la clase política aún sin citarla explícitamente, proclamando al tiempo que «somos la Iglesia, universal y particular: una, santa, católica y apostólica». «Es luz para mi servicio», reivindicó al recordar que, a su modo de ver, «la Iglesia es familia de familias, una permanente escuela de acogida, reconciliación y colaboración desde la alegría y la esperanza que nos regala la misericordia que brota del corazón de Jesús» para extender a continuación una invitación a todos «para entrar en el Misterio de la Iglesia que en toda su anchura se manifiesta en esta liturgia».
Pero este mensaje de esperanza lo contrapuso con otro de advertencia dado que consideró que «el grave riesgo de la Iglesia de nuestro tiempo es la escisión entre fe y vida -libertad y gracia, realidad y Dios, vida privada y vida eclesial o pública, sociedad civil e Iglesia, historia y vida eterna-». Es por ello que Luis Argüello clamó en la Seo Metropolitana que la sociedad «está llamada a un combate espiritual para crecer en una genuina espiritualidad de encarnación, de comunión y misionera». «El dualismo más aún la doble vida moral es el gran riesgo de nuestra forma de ser cristianos en este cambio de época», lamentó al exigir también más participación y más compromiso a los cristianos.
Fue una homilía diocesana, de unión y reconciliación, de tender puentes, donde indicó querer «acompañaros en la Mesa -en alusión a las celebraciones eucarísticas, al gran significado de la consagración en la mesa del altar- y en el camino para edificar tiendas de encuentro y hospitales de campaña», para lanzar un alegato y pedir un compromiso social: «En las casas y en las plazas proclamemos la sagrada dignidad humana, en el grito a los vulnerables y empobrecidos como fundamento del bien común». Es por esto que animó a salir a los caminos «sin que nos escandalicen y desanimen las dificultades».
Y, también con amplia presencia en las calles tanto de la capital como provincia vallisoletana además de con una estrecha vivencia, ayuda y trabajo por parte del propio Argüello, el nuevo arzobispo agradeció y ensalzó el papel de las cofradías penitenciales y de gloria «que cultivan la devoción, ensayan la fraternidad y hacen presente la fe en la calle y la caridad con la acción social».
Para concluir su discurso ante una atenta asamblea, Luis Argüello recordó su lema episcopal: «Veni lumen cordium» (ven luz de corazón) para ponerse en los brazos, para encomendarse para su misión a las advocaciones de Nuestra Señora del Tovar, titular de la iglesia de su pueblo, de Meneses de Campos (Palencia), de Nuestra Señora de Lourdes, su patrona colegial en la capital, y de Nuestra Señora de San Lorenzo, patrona de Valladolid. Un final mariano con un reclamo a «amigos y hermanos», a todos los presentes y los que han seguido de algún modo su nombramiento a través de los medios de comunicación: «El Señor os envía como sembradores de a buena semilla de Reino. Ahondad en vuestra participación en el Misterio para que la Comunión se afiance y se ensanche».