Allende y aquende de las fronteras
«Nunca me dejó coger el volante, decía que me distraía mirando el paisaje»
Un título un tanto pretencioso, lo reconozco. Pero es que voy a hablar de viajes. Porque no todas mis 'horas' con Miguel Delibes fueron pedestres. ... Hicimos también, a lo largo del tiempo, algunos viajes juntos. Una vez en tren, al estreno de 'Las guerras de nuestros antepasados', en versión francesa ('La guerre promise'), a París, en 1994. Pero el resto de las ocasiones, y ya sin cruzar fronteras, en coche. En su coche. Nunca me dejó coger el volante, decía que me distraía mirando el paisaje y no prestaba atención a la carretera. Ni siquiera cuando algunos domingos nos desplazábamos a los pinares del Montico, cerca de Tordesillas, cambiaban las cosas: siempre en su coche y siempre él como piloto.
Y ya que salió, líneas arriba, la versión teatral de 'Las guerras...', que llevamos a cabo juntos, evocaré someramente nuestro viaje a Barcelona, precisamente al estreno de la obra en el Teatro Villarroel, el 25 de octubre de 1990.
Estreno en Barcelona
Salimos de víspera de Valladolid, muy de mañana, y el viaje, con paradas circunstanciales, además de un camión averiado en la carretera que detuvo la circulación casi tres horas, el viaje, digo, nos llevó la jornada completa.
¿Me dejó don Miguel remplazarle al volante algún que otro rato, para poder él descansar? Ni por pienso. En absoluto. Yo insistía, en cada una de las paradas me prometía él que después del cafelito de rigor me dejaría conducir unos kilómetros, pero al salir del área de servicio...
– No, Ramón, déjalo, el café me ha espabilado, y ya lo llevo yo un rato más.
Y así una y otra vez a lo largo de todo el viaje. En las cercanías de Barcelona era ya de noche y además llovía a cántaros. Pero Miguel tan terne, pisando el acelerador.
– Miguel, ¿no puedes ir un poco más despacio?
– ¿No ves que el río de coches me arrastra? Además, he quedado a cenar con mi editor y ya llegamos tarde.
Nuestro viaje a Barcelona, sin embargo, no cumplió su cometido, asistir al estreno de 'Las guerras de nuestros antepasados', a cargo de los actores José Sacristán y Julián Navarro. Este último sufrió un ataque de ansiedad en el ensayo general y hubo que suspender el estreno y aplazarlo dos días. Y Miguel y yo regresamos a Valladolid sin ver alzarse el telón. (Quiero apostillar aquí, sobre todo por lo que tiene de actualidad, que José Sacristán representa ahora mismo, en 2019, una nueva novela delibeana trasplantada al teatro: 'Señora de rojo sobre fondo gris').
Canturreo entre dientes
En los desplazamientos en automóvil, como el que acabo de contar, hablábamos también de mil asuntos, y hasta «cotilleábamos» si venía al caso. Seguros ambos de que nuestros comentarios no iban a trascender. Que más de una vez pusieron en boca de Miguel Delibes palabras que nunca salieron de ella. Y me acuerdo ahora de la felonía de un reportero madrileño que reprodujo en su periódico una entrevista que jamás tuvo lugar, aún cuando el desaprensivo periodista (?) le dio fecha y hasta cafetería vallisoletana en la que se había producido. Falso todo.
Al margen de la familia, los amigos y muy pocas cosas más, casi todo es manipulación, convéncete, me espetó entonces, enfurruñado y encendido.
Pero vuelvo a los viajes, a nuestros viajes en coche, y cierro así mi 'hora' de hoy. En los intervalos de silencio, Miguel solía canturrear. Casi siempre tonadillas célebres de zarzuela. No tenía buen oído musical, él siempre lo reconoció. Todo lo contrario del fino oído que siempre demostró en su narrativa. Nadie como él para 'poner voces' a sus personajes. Delibes era, a juicio de Francisco Umbral, un ventrílocuo literario: cada uno de sus entes de ficción tiene voz y timbre propio e inconfundible. Como inconfundible es su literatura.
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