

La alergóloga Alicia Armentia se jubila tras 40 años entre pacientes, alumnos e investigación
Catedrática y jefe de servicio del Hospital Río Hortega, traslada la importancia de escuchar a los enfermos y respetar a los compañeros: «No todo es competir, es más beneficioso compartir»
Alicia Armentia Medina guarda el fonendo, el microscopio y los maletines de muestras de alérgenos con los que cargaba por los pasillos de la Facultad ... de Medicina de Valladolid para acercar el abecé de su especialidad a los futuros galenos. La especialista en alergias reparte agradecimientos a pacientes, compañeros de trabajo, alumnos, a profesionales de otros ámbitos que colaboraron con ella en investigaciones e incluso a los delegados de los laboratorios, los visitadores médicos que hacen horas a las puertas de las consultas.
«Una persona no es nadie sin los demás», resume, mientras cierra la puerta de una consulta por la que han pasado durante 40 años una multitud de gente, a razón de unos 9.000 pacientes anuales. «Muchos me han llegado al corazón», confiesa esta investigadora, doctora, docente, que se había planteado mantener cierta actividad. «Quería haber seguido en la Universidad, al parecer no era posible. Realmente no he encontrado ningún reglamento que lo hubiera impedido», traslada la catedrática de Inmunología y Alergia de la Universidad de Valladolid, jefe del Servicio de Alergología del Hospital Universitario Río Hortega, académica de la Real Academia de Medicina y Cirugía de Valladolid y miembro del Ateneo de la ciudad, que reconoce que recoger el despacho implica un duelo personal.

«Pensaba que iba a ser una liberación y no, ha habido mucha pena», subraya la recién jubilada. Lo es desde el 2 de mayo, cuando cumplió 66 años. La fecha de nacimiento y el sitio, el aniversario del levantamiento contra la ocupación napoleónica tras un parto que tuvo lugar en Madrid, fue quizá una premonición en el carácter de Armentia, mujer de constitución menuda, pero de personalidad fuerte, de currículum hormigonado, rigor académico y profesional, pero de trato cercano y humano. Y combativa, mucho, si se le pone un escollo delante.
«Aprendí cómo con escasos recursos se pueden seguir haciendo cosas interesantes, escuchando mucho a los pacientes»
La doctora, sin antecedentes médicos familiares más allá de un antepasado que fue cirujano-barbero en el siglo XIX y del que heredó un microscopio, llegó a la especialidad casi por casualidad. Había acabado la carrera en 1981 y empezó a trabajar como médico residente en Bioquímica, en proyectos de investigación en laboratorio. Se torció el horizonte del equipo de trabajo y se reenganchó en Medicina Interna, donde el abordaje de las alergias era una subespecialidad. Fue lo que eligió el compañero que tenía delante, al que vio dar saltos de alegría y, atendiendo a su intuición, siguió ese camino. «Ha sido la mejor elección de mi vida», reconoce desde el punto de vista profesional.
Se formó en el Ramón y Cajal de Madrid y logró luego plaza en el Río Hortega, en la antigua Residencia. Pasó de un hospital muy técnico, con un laboratorio de inmunología potente, a aterrizar en una consulta con una mesa y un bolígrafo. «Aprendí cómo con escasos recursos se pueden seguir haciendo cosas interesantes, escuchando mucho a los pacientes que fueron fuente de inspiración», precisa. De esta escucha activa salió la primera investigación que acometió ya en Valladolid, centrada en la alergia a los cereales en una tierra de agricultores. Su trabajo sobre el asma de los panaderos, enfermedad profesional de amplia prevalencia, le valió un premio en Japón, con viaje para recoger un galardón dotado con 200 yenes.
«La investigación médica tiene que apoyarse en científicos de otras áreas diferentes. Entre todos se piensa mejor y se ve el problema en conjunto, desde fuera, con una mentalidad más abierta», defiende Armentia desde la experiencia de un currículum jalonado de estudios y trabajos de investigación en cooperación con ingenieros.



Empezó a dar clases en 1992, como profesora asociada en la Universidad. Más adelante, tras un periodo alejada de las aulas contra su voluntad, opositó a una plaza de profesora titular,que logró, y consiguió la cátedra hace 8 años. Ha dirigido 46 tesis y trabajos fin de grado. En su último día de clase, los alumnos de Medicina le sorprendieron con una cestas de alimentos y un ramo de flores. «No me salían las palabras», relata, al tiempo que anima a estos futuros médicos a devolver a la sociedad el esfuerzo que esta ha hecho en formarles. «Son muy listos y muy trabajadores, pero también privilegiados por su inteligencia y porque les han ayudado y eso es algo que tienen que devolver de alguna manera, con su ingenio y con su trabajo», señala en un mensaje que completa con un consejo: «Que escuchen mucho a su alrededor y respeten a sus compañeros, que no es todo competir, es más beneficioso compartir. Y que no se desanimen, puede que sea duro, pero merecerá la pena».
En estos días en los que los graduados en Medicina que han superado el examen del mir eligen especialidad para formarse, a esta veterana le llaman la atención las preferencias que muestran. Detecta un cambio de valores en el hecho de que interese y cotice más la Cirugía Plástica que la Medicina de Familia. Asegura que esta última es «infinitamente necesaria, para que el paciente pueda acceder a un médico que le conozca de toda la vida».
Acuarela, fogones, Gaza...
Esta semana se ha encontrado con compañeros con los que formó parte del grupo de sanitarios que atendieron a los mayores en las residencias durante la explosión de la covid-19. Primera línea de la pandemia. «Gente maravillosa», resalta. Lo mejor que le quedó de unas semanas muy duras para una médico en centros asolados por el coronavirus. «No había conexiones ni enchufes suficientes, no había pies de suero, no había nada ni oxígeno. Me maravilló la voluntad de alcancar con muy pocas cosas un consuelo a esta gente que atendimos. Pienso que todos tenían que haber ido al hospital, pero entro en un terreno muy conflictivo. Nos mandaron un díptico que daba mil vueltas, pero ninguna de salida. Envié al hospital gente y me bronquearon mucho, me presentaba con el EPI y les metía con la camilla. Eran cólicos nefríticos, cosas que era posible tratar. Por ser mayor no se pueden dejar de tratar las cosas», valora.
¿Y a partir de ahora qué? Pasada la página de la consulta, de las aulas, de la investigación, Alicia Armentia tiene por delante una etapa de dedicación a una familia con madre que requiere cuidados, marido recién jubilado también (el reumatólogo José Manuel Martín Santos), tres hijas y una nieta, Elvira, a la que describe como un «terremoto» de vida y curiosidad. Espera sacar tiempo para pintar acuarelas. «Es mi vocación frustrada, yo barajé hacer Bellas Artes», desvela. Y para cocinar platos ricos. «Y para hacer algo por los demás, pienso en los niños de Gaza y algo se me tiene que ocurrir... cuando veo las imágenes de niños sin comida, mutilados, se me rompe el corazón ¡Cómo permitimos eso en estos tiempos!», comparte.
La alergóloga vallisoletana comparte que cuelga la bata con la tranquilidad que da saber que los los compañeros que han trabajado junto a ella seguirán ocupándose con mimo de los pacientes en el Río Hortega, pidiendo perdón a quienes puede haber defraudado en este camino y con la esperanza de dejar «un recuerdo de persona trabajadora que ha intentado ser amable con todos».
Su hija Blanca ha querido reflejar la dedicación de esta doctora con un sucinto poema:
Líneas en la frente cuentan que el dolor fue fuerte / Líneas cerca de los ojos cuentan sonrisa a mil trozos.
Testigos de sentimientos / Que traducen lo vivido.
Que arrugas tan bellas / Que narran lo que ha ocurrido.
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