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Es un clásico. Toda una institución. Casi tanto como el establecimiento abierto en 1930 por Ezequiel Urrea y gestionado después por «don Jesús» -así se refiere al hijo del fundador- y en el que José Vicente Hernández Cifuentes, 'Vicen' para compañeros y clientes, ha trabajado ... durante 47 años. El próximo 31 de enero este camarero de los de antes, que se estrenó siendo todavía un adolescente en la barra del bar Suizo, servirá sus últimas gambas a la gabardina en uno de los mostradores de la ciudad con más solera. «Para mí ha sido un orgullo, con momentos mejores y peores, pero me voy satisfecho», subraya entre las chanzas cariñosas de los que en ese momento desayunan en el local de Doctrinos. «De aquí a las tertulias de la tele», le dicen mientras El Norte le graba la entrevista.
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Nacido en Mota del Marqués en 1962, pronto se trasladó a la capital con su familia, a un piso de la calle Nebrija, en el corazón de La Rondilla. Fue en abril de 1977 -«se acababa de legalizar el Partido Comunista tras la muerte de Franco», recuerda- cuando a ese mozo de 15 años le llegó por el «boca a boca» que en el Suizo necesitaban personal. Se iba a la mili José Luis, un compañero con el que luego compartió servicio. «Estudié en el Cristo Rey y en el Gutiérrez del Castillo, pero en casa éramos ocho personas y había que llevar manteca, las cosas estaban achuchadas y había que currar para salir adelante», rememora.
En aquel hogar humilde -padres, cuatro hermanos, la abuela y un tío- le inculcaron que «con la honradez se llega a todos los sitios» y ese rumbo que su progenitor le marcó desde niño fue el que ha querido mantener como profesional. Se calzaba entonces su chaquetilla blanca y se anudaba la corbata negra siendo un chaval para iniciarse en un oficio que en aquellos tiempos era otro cantar. Cosa seria. Porque un camarero como dios manda tiene que demostrarlo. Y más en un bar como el Suizo, escala de «mucha gente de enjundia» y de otros más de andar por casa, a los que él ha tratado siempre con la misma amabilidad y espíritu de servicio. A ese primer uniforme, le sustituyó luego otro con chaleco y pajarita hasta llegar al que gasta ahora. «Más de sport», lo define.
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Ese saber estar con el cliente -«despachar rápido, ser efectivo y atento», enumera- lo adquirió gracias al jefe. «Don Jesús era una grandísima persona y me trató siempre como un hijo; de él, que todavía seguía tirando las cañas y que lo hacía de puta madre, lo aprendí todo», destaca Vicente. Entonces, en la cocina de este mítico de Valladolid, la gamba no era la estrella. «Las tapas eran las empanadillas de bonito y la tortilla de patata; María, la abuela y mujer de dueño, se encargaba de hacerlas, no veas las que despachábamos», recuerda.
Y no olvida tampoco su primer sueldo: 40.000 pesetas de las de entonces. «Se las daba a mi madre para los gastos de la casa, pero ella me abrió una cuenta corriente y me metía algo todos los meses, llegué a ahorrar medio millón, la entrada para el que ahora es mi piso, también en la calle Nebrija, al lado del de mis padres», relata. En 1982 Vicen abrió un paréntesis en la profesión. Su país le llamaba a filas y allá que se fue. Primero a Córdoba y luego a Cádiz. Pero el propietario del Suizo le guardó el puesto. En julio de 1983 volvía a la barra.
Con la merecida jubilación de Jesús Urrea, el bar pasó a ser gestionado por su hijo Juan Manuel. Y a la cocina entró la esposa del relevo familiar, Carmen González, quien fue la que introdujo el que hoy es el aperitivo estrella del establecimiento: la gamba rebozada. Corría la década de los 80 del siglo pasado. «Aquello fue impresionante, tuvo mucho éxito y así se mantiene», recalca el camarero al referirse al pincho de marisco envuelto en esa esponjosa tempura.
Deja este ya casi pensionista, casado y con un hijo, un buen recuerdo. Entre los compañeros y también entre los hermanos que ahora gestionan el bar, Chuchi y Alfonso, los nietos de Jesús e hijos de Juanma. Recuerda el primero que conocen a Vicen desde niños. «Cuando salíamos del cole, veníamos y aquí estaba él, primero con mi abuelo y luego con mi padre, para nosotros ha sido como de la familia, encontrar un camarero tan competente ahora es difícil», reconoce Chuchi.
Tras la barra, Marta López valora cómo le acogió de bien su compañero cuando entró la primera vez a trabajar, aunque algunas veces han tenido sus roces, pero el cariño ha sido siempre la bandera en esta plantilla. Lo subraya también la cocinera Paula Garijo. «Es una buena persona y siempre está dispuesto a ayudar, yo le voy a echar mucho de menos», recalca.
De estos 47 años recuerda el protagonista de este reportaje algún momento difícil. Ese maldito cáncer de próstata que le detectaron y que le dejó en dique seco algún tiempo. Pero Vicente Hernández es de tirar hacia adelante. «Yo siempre intento ser positivo», zanja. A escasos días para la despedida, el barman ya barrunta lo que más le apetece hacer con su ocio: viajar. «Pero yo no soy de Benidorm ni de esos sitios, a mí me gustan más los lugares con historia, ahora que mi mujer se ha jubilado aprovecharemos para visitar sitios de España que no conocemos», avanza.
Se despide «muy agradecido» a la que ha sido su casa durante casi medio siglo y en la que ha hecho miles de kilómetros sirviendo vinos y cafés. A la familia Urrea, a sus colegas de plantilla -«no te olvides de poner a Leandro, a Rubén y a la otra Paula», pide a El Norte- y a los clientes, «una gente siempre muy educada, que me ha tratado fenomenal». Volverá al Suizo, pero ya al mejor lado del mostrador y se pedirá unas gambas. Será bien recibido seguro, porque Vicen deja ante todo un halo de «hombre bueno», como subrayan los que le conocen. Enhorabuena. Ahora, a disfrutar y descansar.
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