Adiós inminente a la mascarilla en el transporte entre el alivio y la desconfianza

Precisamente, en las farmacias, al igual que en el resto de espacios sanitarios, el cubrebocas no desaparecerá del día a día al ser un elemento que «protege al paciente». «A nuestros establecimientos llegan enfermos y, aunque sea tedioso estar ochos horas con una mascarilla, es necesario», apunta el presidente de los farmacéuticos en la provincia, Alejandro García Nogueiras. «Hay que prevenir antes de curar y eso es lo que se hace en una farmacia», añade.

Porque en plena desescalada de la mascarilla (así lleva sucediendo paulatinamente en los dos últimos años), desde el colegio apuntan que su desuso ha vuelto a traer «picos insospechados» de infecciones respiratorias. Por eso, piden «coherencia y conciencia» para volver a los hábitos de la pandemia. «Hemos dejado de lavarnos las manos, de utilizar el gel y la mascarilla. Hay que reflexionar, porque en el momento de dejar esas medidas higiénicas se han multiplicado las enfermedades respiratorias. Hay algo que no estamos haciendo bien, porque no me creo que a todo el planeta se le hayan bajado las defensas», incide García Nogueiras.

Una pérdida de costumbres que ha convertido en residual la venta de cubrebocas. Nada de esos problemas en los que no había ninguna y se compraban a precio oro y prácticamente las primeras que estaban disponibles en el mercado. «Ahora casi hasta las regalamos, porque mucha gente viene a la farmacia sin ella y evidentemente tienen que entrar con ella en el local. Ahora su venta es residual y cuando desaparezcan del transporte público, pues venderemos las dos que se emplean para acceder a los espacios sanitarios», recalca el presidente.

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Hasta el punto que en la sede del Colegio en Valladolid hay mascarillas de la época más dura de la pandemia. «Se compraron las que se pudieron en ese momento y las tenemos aquí para alguna formación. Son de peor calidad, pero cumplen con su función de proteger», agrega antes de lanzar un mensaje de solidaridad para la población.

«Por favor, no hay que dejar las medidas que nos han permitido salir de esta crisis. En Japón, antes de la pandemia, llevaban la mascarilla los que tenían la gripe, porque lo que se intenta es no transmitir el virus a otro. Ahora no será obligatorio llevarla, pero si tienes un catarro, ¿qué cuesta tener una mascarilla para no pegárselo a otra persona? ¿Qué cuesta utilizar un poco del gel cuatro o cinco veces al día? Hay que ser responsables», manifiesta García Nogueiras.

Precisamente, las nuevas modificaciones en la utilización del cubrebocas no ha cambiado el día a día en las farmacias. Se sigue empleado y entienden que esa norma continúe en sus establecimientos, a pesar de que siempre hay algún cliente que aparezca sin ella.

La película cambiaba este viernes en los autobuses de la capital vallisoletana. Conocían el futuro levantamiento de las restricciones y, aunque alguno afirmaba que seguirán con ella, muchos celebran ya su final. «Cojo cuatro autobuses cada día para ir a trabajar desde el polígono de Argales y gasto dos mascarillas cada jornada. Ahora la utilizaré menos», señala Juan Sime antes de emprender su viaje en el autobús que conduce Carmen del Hierro.

Son precisamente los conductores los que ven menos necesaria su empleabilidad en los vehículos. «Estamos viendo cómo en los bares o en los conciertos la gente no la lleva. No tiene sentido que sigamos con ella en estos puntos. Es algo pesado y que podría generar alguna confrontación», detalla desde su autobús de la línea 1.

Una de las personas que se quitará el cubrebocas en los próximos días será Ana Ruiz, quien como podóloga en Cantabria, convive con este elemento las 24 horas del día. «Me encantaría desprenderme de ella, pero en el trabajo no podré al ser un espacio sanitario», incide en el Paseo de Zorrilla tras viajar estos días a Valladolid para visitar a sus padres.

A nivel institucional, el concejal Luis Vélez también ha aplaudido la decisión del Gobierno de España. «Es una medida que se había pedido, siempre que los expertos la respaldaran. Ya se había demostrado que el transporte público no era un foco de contagio», apostilla el edil, que reconoce no haber sufrido ninguna incidencia en estos más de dos años con la mascarilla en la boca. «Hemos aportado este elemento y eso ha evitado algún contratiempo. Éramos conscientes de que el ciudadano se podía montar en un bus sin tenerlo previsto», continúa.

Eso sí, el resto de medidas empleadas en los últimos años parece que han llegado para quedarse como las mamparas para los conductores o los medidores de CO2.

En los taxis, la situación era similar a la de los autobuses. El caso de Javier Cortinas, sabedor de que la clientela ya estaba cansada, seguirá utilizándola en cada trayecto. «Siempre voy con una FP2 y así seguiré. Además, en la guantera siempre guardo alguna para algún cliente despistado», concluye el taxista.