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miguel g. marbán
Martes, 23 de agosto 2016, 19:29
Alonso Quijano compró a Rocinante a unos gitanos-ascetas en la feria de Medina de Rioseco, según lo imaginó el poeta León Felipe en algunos de los versos de su poemario póstumo, Rocinante. Es el propio rocín («yo no era más que un viejo caballo/ sin estirpe»), es el que cuenta en primera persona su destino en los poemas La mosca y El centauro. Pero, ¿por qué León Felipe, en el ocaso de su vida, cuando escribe sus últimos poemas en 1967 (morirá un año después), en el exilio, en Méjico, lejos de su patria desde 1938, se acuerda de Medina de Rioseco?
Por la venas de Felipe Camino Galicia de la Rosa corría sangre de Tierra de Campos y Montes Torozos. Era hijo de Higinio Camino de la Rosa, natural de Herrín de Campos, y de Valeriana Galicia, de Valdenebro de los Valles. Nació en 1884, en el pueblo zamorano de Tábara, donde su padre ejercía como notario. En 1893, sus padres se fueron a vivir a Santander. Después de estudiar bachillerato se traslada a Valladolid a la vivienda de un tío paterno, dónde él y un hermano se alojan mientras cursan estudios de Medicina. Muy próximo al lugar en el que residió, en la actualidad se ubica un colegio público con su nombre.
De Valladolid, el joven León Felipe se trasladará a Madrid para cursar los estudios de Farmacia en la Universidad Central. Unos años en los que al llegar el verano se negaba a ir a Santander, ciudad veraniega por excelencia y donde residía su familia, prefiriendo pasar sus vacaciones en Medina de Rioseco, por lo que su padre comentaba, como recuerda Luis Rius (al que precisamente dedica el poema La mosca) en su biografía del poeta (León Felipe, poeta del barro), «pero, hombre, este muchacho, que quiere irse a Rioseco con este mar que hay aquí tan precioso; y en julio irse allá, donde no hay mar».
Es posible que en Medina de Rioseco el poeta encontrase el lugar en el que hubiera querido nacer, ya que el mismo escribe en algunos de sus versos «Debí nacer en la entraña/ de la estepa castellana/ y fui a nacer en un pueblo del que no recuerdo nada». En la Ciudad de los Almirantes el joven también «se topará con su primer amor, encarnado, muy encarnado según parece, en una bella y rolliza Aldonza, musa de sus primicias poéticas», según recordó Alejandro Campos Ramírez, más conocido como Finisterre, en el catálogo que en 2002 se publicó con motivo de la exposición «León Felipe, de la Universidad de Valladolid al exilio», de la que fue su comisario.
Objetos personales y muebles del apartamento mejicano donde vivió el poeta hasta su muerte; cuadros y retratos, de él y de su esposa, firmados por Moreno Villa, Aurelio Arteta, Guinovart, Climent o Arturo Souto, entre otros; algunos manuscritos, fotografías, libros o discos, traídos a España por su albacea literario y testamentario, amigo fiel, editor, importante intelectual e inventor del futbolín, Alejandro Finisterre, formaron parte de una muestra que, semanas después, se instalaría en la Casa de Cultura de Medina de Rioseco por deseo del propio albacea como un homenaje a su querido amigo.
Con motivo de la exposición, el 14 de julio de 2002 se descubrió una placa en la fachada de la casa (a escasos metros del actual Museo de San Francisco) que desde el siglo XVI fue posada, donde el poeta gustaba alojarse en sus estancias en Medina de Rioseco. Ese día, Alejandro Finisterre recordó cómo su amigo había encontrado en aquella posada ecos de tiempos pasados y ambientes cervantinos.
Durante sus días en Medina de Rioseco, León Felipe habría conocido que en esa misma posada, siglos antes, se alojó Juan de Austria, entonces Jeromín, cuando se dirigía a Villagarcía de Campos a ser acogido en el castillo de los Quijada, familia de la que Cervantes hace proceder a don Quijote. Pormenores que el poeta habría rescatado de los rincones de su memoria, al final de su vida, para imaginar que Rocinante había sido comprado en Medina de Rioseco
Entonces, escribió «Yo no era más que un viejo caballo/ sin estirpe dice Rocinante-./ Cierto día unos gitanos-ascetas de Valladolid/ me vendieron en la feria de Medina de Rioseco/ a un bondadoso hidalgüelo/ llamado Quijano (el bueno). Versos de ese poemario póstumo en los que el poeta de Tábara (Zamora) convirtió a Rocinante en un caballo de carne y hueso que habría pastado en los prados riosecanos del río Sequillo.
El catedrático de Literatura Española de la Universidad de Murcia, Javier Díaz de Revenga, ha escrito que «es muy posible que la última imagen poética de la España peregrina corresponda a Rocinante, el libro final de León Felipe», publicado por Alejando Finisterre en 1969, después de su muerte. «Con versos largos y libres, creaba los símbolos renovados de una tradición literaria asumida con dolor e interpretada con emoción», en palabras de Díaz de Revenga. En el libro, Rocinante se convierte en símbolo portador de la justicia. «Justicia como grito de caballero y justicia como relincho del rocín». Un simbólico caballo que León Felipe, al final de su vida y con la añoranza de sus días de sus días de juventud, le relacionó a Medina de Rioseco.
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