‘Operación croqueta’ entre ladridos y flamenco
La calle Santa Lucía acoge negocios nuevos y antiguos para vecinos «de toda la vida», en una zona de tránsito que une los barrios con el centro de la ciudad
Marta Marinero
Sábado, 29 de agosto 2015, 18:21
Miguel Ríos no lo sabe, pero hay una zona en la ciudad donde sus canciones son más cantadas de lo habitual. En concreto, una canción y, en concreto, una calle. En ella se hacen declaraciones de amor al aire entre negocios y viandantes. En ella, el vallisoletano pide una cita, propone ir al parque y que entre en su vida sin anunciarse. Que abra las puertas, que cierre los ojos y que se vean poquito a poco. Es la calle Santa Lucía, en el barrio de San Juan, nombrada en honor a la patrona de los ciegos. Como nada en esta vida es casualidad, su recorrido comienza en la plaza de Luis Braille, creador del método con su mismo nombre que permite la lectura a los invidentes.
Dicen que cuando alguien pierde la vista se le desarrollan el resto de los sentidos. El del gusto en esta calle tiene especial significación: en su primer tramo se localiza una panadería, un bar-restaurante, una churrería en una de sus bocacalles, tres bares y un gastrobar.
Este último acaba de asentarse hace apenas dos meses y medio, y llega con fuerza al proponer una alternativa a los bares de barrio convencionales: «Queremos que no haya que ir al centro para poder tomar unas tapas», explica Zoe, propietaria junto con Dani, su marido. Por eso apostaron por un gastrobar, término en alza en los negocios hosteleros de media España y que cada uno entiende a su manera. Para Zoe, es ofrecer tapas «con algo distinto»: que el cliente pueda sentarse y tomar una caña acompañada de unos chipirones con salsa de pesto. Sencillo, pero eficaz, pues han tenido buena acogida en el nuevo barrio e incluso mantienen clientes del anterior negocio que regentaban, en la calle Cadena, detrás de la Plaza de San Andrés.
La simplicidad es uno de los rasgos del local desde su nombre. «El anterior bar de copas se llamaba La Cueva, pero todo el mundo decía que iba donde Zoe, y tanto lo decían, que así hemos llamado al gastrobar». En este negocio se apuesta por lo tradicional: madera y ladrillo para su decoración -«aire moderno pero sin quitar el encanto»- y tapas y precios bajos para sus clientes: «Hace falta que la hostelería gire un poco, porque precios altos sin comida no puede ser».
Una botella de vino con el escudo del Atleti advierte al consumidor sobre cómo son Zoe y Dani: sufridores, pero persistentes. «Con ilusión, ante todo». Ganas y ambición. La operación croqueta es su reto más inmediato: cocinar para fiestas 4.500 unidades del producto que más se demanda en su local, sabor jamón.
En Donde Zoe se va a comer, solo o acompañado de animales, como Tomás y Lolo, su perro. Tomás se muestra encantado por el nuevo negocio, y por la calle en general: «No se ve una sola pelea, es todo gente agradable», afirma el vecino de un barrio en el que se conocen todos. Incluso Zoe y Dani, en sus dos meses de estancia, ya saludan por su nombre a cada vecino que entra.
A partir de octubre, en Donde Zoe cuando se coma, se sumarán veinticinco. Planean organizar campeonatos de parchís, una actividad habitual en su anterior negocio y que quieren trasladar a su nuevo local de la calle Santa Lucía.
También de mesa es el juego que se practica en el bar de la esquina de la plazoleta. En el Café Bar Parisino el mus encuentra su espacio. Y cuando los jugadores terminan en un local, van al siguiente. «Los vecinos vamos de bar en bar, así que estamos tan felices de que haya varios en la zona porque cuantos más haya, más vendemos», dice el propietario del bar Parisino, aunque de aire español.
El movimiento de consumidores de un negocio a otro se mezcla con el de conductores habidos y por haber que acuden a la Jefatura Provincial de Tráfico, localizada en una de las calles perpendiculares de la plaza; y de feligreses que procesionan hasta una iglesia poco común, que sorprende a los no habituales. Es la parroquia de Santa María Micaela, situada en el bajo de un edificio de viviendas. Su modesta fachada no hace justicia al interior del templo, con las dimensiones propias de una Casa del Señor.
Sin embargo, el mayor tránsito lo experimenta el quiosco de Jesús, en el cruce entre Santa Lucía y la plaza Luis Braille. Quince años lleva este extransportista en su pequeño habitáculo rodeado de azúcar. A él acuden vecinos de todo el barrio, e incluso de Pajarillos «porque les pilla de paso», y de todas las edades: «Ahora no, pero cuando hay colegio, esto se me llena de niños», afirma sonriente.
Jesús es de esas personas a las que les gusta su trabajo y desprende tanta dulzura como vende. «Hay que tener mucha paciencia con los niños», explica, aunque añade que no le supone un problema. Jesús a todos les saluda, porque a todos les conoce. Es el caso de Julián Espartero, que compra el periódico todos los días en este quiosco desde incluso antes de que el negocio fuera del otrora camionero.
Movimiento contenido
No hace falta ver para sentir, y el flamenco es de esas danzas donde todo es corazón. Quizás por eso el reconocimiento a la trayectoria del vallisoletano Vicente Escudero se localiza en el centro de la calle Santa Lucía. Con una figura que en cualquier momento se arranca a taconear, y que acompaña al Centro Cívico Bailarín Vicente Escudero, se recuerda a uno de los grandes de la capital, a quien le faltó tiempo para desarrollar sus capacidades en el flamenco y fuera de él: fue bailarín, coreógrafo teórico de la danza, escritor, pintor, conferenciante y, ocasionalmente, actor cinematográfico y cantaor.
Su sensibilidad no se ha perdido en la calle Santa Lucía. La ha recogido Mateo, el propietario de Guau junto con David. Ambos regentan un negocio de alimentación, accesorios y peluquería canina en compañía de Abby, su perra. Tras dos años en paro, Mateo decidió estudiar un cursillo de peluquería y embaucarse en la aventura de ser emprendedor en España.
Él tiene la habilidad de calmar a un animal, de entenderle, hacerle sentir seguro y como en casa. «Hay que conocer la psicología del pero, es intuición», declara, y continúa: «Peluquero puede ser cualquiera, pero en el trato con el animal es donde reside la diferencia».
Es por esa relación que establece con sus clientes peludos que Gemma, colaboradora de la protectora andaluza Sensibilidad Animal, vio en Mateo y David a sus aliados para dar a conocer su asociación y vender en su establecimiento los productos que sustentan al grupo.
Guau ofrece todo lo que un animal puede necesitar, e incluso lo que no. Juguetes, comida, medicamentos, chubasqueros y hasta zapatos masticables. «Los perros tiene afán por morder las zapatillas de sus dueños, y por eso ahora existe esto», explica Gemma mientras Mateo corta el pelo a uno de sus clientes de cuatro patas.
Tienen material para perros, sí, pero también gatos, hurones, cobayas y pájaros. Una oferta variada porque, aunque hay clientela, «la crisis se nota». Mateo afirma que su actividad va por temporadas: de marzo a octubre se realiza el pelado de los animales, y en invierno es cuando se compran los complementos, sobre todo ropa.
Gemma explica que, como todo, con las mascotas los vallisoletanos tienen que hacer equilibrios económicos: «Como en verano los animales comen menos, los dueños pueden gastar en cortarles el pelo». Siempre habrá quien quiera darse un capricho, o quien tenga un perro que no requiera rasurarse el pelaje. Para él está destinado uno de los carteles del escaparate de Mateo: se hacen retratos caninos. Un recuerdo a pincel del mejor amigo del hombre.
Los vecinos
A pesar de las terrazas, todos los vecinos y comerciantes reconocen que es una calle de paso. Aún así, la plazoleta se presenta como una parada en el camino.
No es lugar de juegos de niños; para eso están los toboganes de la plaza Vadillos y, un poco más allá, la plaza de la Danza. Tampoco tiene césped para el disfrute de los perros. Ni un sotechado para evitar las horas de sol. Sin embargo, tiene los bancos vivos de conversación.
Son charlas lentas, pausadas, de quienes no tienen prisa en la vida. Ocupados por personas mayores, en ellos se narran historias de antaño y anécdotas de familiares.
También hay diálogos vibrantes en las terrazas de los bares que rodean la explanada. «Entre Tráfico y el parque, en la terraza tenemos mucho jaleo», afirma Zoe.
El nombre de esta propietaria significa vida. La que hay en su negocio recién inaugurado. La de los noveles emocionados y nerviosos por sacarse el carné de conducir en Tráfico. La presente en los abuelos que hablan orgullosos de sus nietos. Y en los que ganan y pierden al mus. La que desprenden los dueños al ver a sus perros frescos y contentos.
La que se ve, en definitiva, en la calle Santa Lucía.