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Rodrigo Duque, agricultor y viticultor de Fuensaldaña, explica el funcionamiento del lagar en el que elabora el vino. :: FOTOS: LORENA SANCHO
Las cuevas que miman la uva
VALLADOLID

Las cuevas que miman la uva

La herencia vitivinícola deja en Fuensaldaña un centenar de bodegas

LORENA SANCHO

Sábado, 17 de septiembre 2011, 02:10

Los pies descalzos de Rodrigo Duque, 43 años, caminan entre hollejos y uvas, exprimen jugos afrutados y los machacan hasta la saciedad. Después sus manos moldearán la tradición vinícola, la que atestiguaron lagares aún en uso y que cada mes de octubre surca de añeja esencia la histórica bodega que heredó de su familia. Su vino, con unos 200 cántaros anuales, recuerda cada temporada al clarete que inventaron sus ancestros, al que brindó la fama a una Denominación de Origen que aún hoy encuentra en Fuensaldaña retazos de los vestigios originales de estos caldos con identidad propia. Es su afición, la de uno de tantos viticultores que encuentran en estas cavidades subterráneas la inspiración para elaborar los vinos de forma tradicional con el objetivo de albergar una producción para consumo propio. «Se hace todo igual que antes, química la justa, el lagar tal cual y un sabor distinto al de los vinos industriales», explica este viticultor mientras muestra el funcionamiento del lagar.

La de Rodrigo, ubicada en uno de los puntos más altos de la loma bodeguera, es una de las alrededor de cien bodegas que aún conserva Fuensaldaña en las afueras del pueblo. Desde aquí partió la afición vinícola que después ha llevado a algunos vecinos del pueblo a ampliar negocio e instalaciones para comercializar exquisitos caldos. Hermanos Duque, Hermógenes y Las Nieblas son algunos ejemplos. Esta última, con entre 150.000 y 180.000 litros anuales de rosado, tinto joven y tinto crianza, encuentra ya en Brasil, México, Suiza, Estados Unidos y Canadá algunos de los principales mercados donde comercializar los caldos que comenzó a elaborar el señor Eutiquio, padre de César Príncipe, nombre con el que se bautiza a uno de los vinos.

Turismo gastronómico

Fuensaldaña, en su origen acuñado Fuensanta, liga así su historia al vino que mana de bodegas tradicionales, pero también a la gastronomía que marida con sus caldos. Son precisamente estas cavidades convertidas en restaurantes las que hoy en día atraen a un goteo incesante de comensales ávidos por disfrutar del turismo gastronómico que le brinda fama. Después, el visitante se topa en su destino con el otro reclamo turístico de la localidad; el castillo más próximo a la ciudad de Valladolid, ahora cerrado al público a la espera de un uso turístico u hostelero por parte de la Diputación, su propietaria. Patrimonio y gastronomía se funden así en el municipio donde los Reyes Católicos pasaron su luna de miel y donde Las Cortes de Castilla y León asentaron su sede en el pasado más reciente.

Los escudos que lucen algunas de las fachadas más antiguas del pueblo dan fe de su historia, la que ahora convive con construcciones modernas que albergan a una población en crecimiento pausado pero constante.

El futuro atisba urbanizaciones capaces de incrementar cinco veces su población. Entretanto Fuensaldaña desarrollará su día a día junto a estampas de sus lugareños de pro, las que recuerdan lavaderos en el arroyo del Caño y degustan el sabor de los dulces que nacen entre muros conventuales.

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