Política, lealtad y paisanaje
Hoy se cumplen 10 años de la designación de Juan Vicente Herrera como sucesor de Juan José Lucas al frente del Ejecutivo regional
POR ENRIQUE BERZAL
Domingo, 27 de febrero 2011, 10:34
Yo no me metí en política, me metieron». La frase resume a la perfección el estilo de Juan Vicente Herrera en casi 20 años de dedicación política a esta tierra. Precisamente hoy se cumple un decenio desde aquel 27 de febrero de 2001 en que, de manera imprevisible para muchos, el entonces presidente de la Junta, Juan José Lucas, se decantó por él para sucederle.
La política, para el paisano. Para meter a Juan Vicente Herrera en política sus amigos se valieron de esa fidelidad, tan de estas tierras, al compromiso con la gente, con los suyos. Ocurrió en 1992 y no es casual que la oferta le llegara de un amigo suyo y compañero de colegio mayor, Fernando Bécker. Porque quienes lo conocen de veras no pueden evitar trazar un paralelismo entre los valores heredados de su entorno familiar, en la burgalesa avenida del Cid, y el estilo de gobernar en la comunidad: compromiso, lealtad, austeridad, sencillez y una escala de valores que reposa sobre arraigadas creencias religiosas. Su biografía aporta las claves decisivas para comprenderlo.
De familia bien
Nacido el 23 de enero de 1956 en el seno de una familia bien burgalesa, su padre, licenciado en Derecho, poseía varios negocios en la ciudad, y su madre, fallecida a los 62 años, cuando él era joven, pertenecía a la familia propietaria de los famosos Almacenes Campo, santo y seña del más pujante comercio burgalés.
De su progenitor heredó la honda religiosidad, y de su madre, un vitalismo a prueba de zancadillas. Y de su tierra ha recibido el amor por la riqueza que atesora lo sencillo, la afición al paseo, al trato llano y al diálogo solitario con uno mismo.
Era Juan Vicente Herrera el mayor de cuatro hermanos -uno de ellos murió joven- y su infancia la esmaltaron vivencias que rememoran tiempos felices: paseos en bicicleta por la calle Mateo Cerezo y jornadas emotivas pescando truchas y cangrejos en parajes como los de Buniel, paraíso de una niñez tranquila. Su formación no podía desentonar de la de cualquier familia acomodada de aquel Burgos de los años sesenta, tiempos de desarrollo económico, transformaciones urbanísticas y cambio social. Por eso estudió en los jesuitas de La Merced y San Francisco Javier, en la calle Molinillos, antes de matricularse en la Universidad de Navarra, donde en 1978 se licenció en Derecho.
En sus aulas y en el colegio mayor César Carlos, en Madrid, donde preparó oposiciones, anudó amistades y se fajó en la dialéctica de los problemas cotidianos. Era aquel un colegio mayor peculiar, creado en el Madrid de posguerra para albergar a la emergente y triunfalista 'intelligentsia' española de la época. De hecho, por los pasillos de este imponente palacete se han quemado las pestañas hombres como Inocencio Arias, Gonzalo Torrente Ballester, Elías Díaz, Manuel Alvar, Raúl Morodo, Jaime Gil de Biedma, Carlos Bousoño, Manuel Fernández Álvarez o Marino Barbero.
El recién licenciado Herrera leía mucho y no descuidaba la actualidad política. Confidentes de aquellas tertulias intensas eran, entre otros, el exconsejero de Economía y Hacienda Fernando Bécker, el actual secretario general de Cultura y Turismo José Rodríguez, el ex interventor general de la Junta Pablo Ibáñez y el ex director general de Economía Javier Rodríguez Segovia.
Su elocuencia hizo que alguien, en aquellos años, osara vaticinarle un futuro brillante como alcalde de Burgos. Aunque lo cierto es que la política le atraía lo justo: cercano a la UCD e identificado más con el centro-derecha que con la socialdemocracia de la época, recibió la victoria socialista de 1982 con un graciosísimo discurso regado con el champán de la derrota.
Aficionado entonces a The Beatles y hoy más a Los Secretos, su devoción por la fiesta nacional le llevó a fundar, junto a su primo Julián Campo, la peña taurina Antonio Chenel, 'Antoñete', internacional y con sede en Burgos, entre cuyos 70 integrantes figuraron algún escocés y hasta japoneses enamorados de la fiesta. No era inusual encontrarse a un joven Juan Vicente Herrera portando divertidas pancartas en honor al longevo maestro del que, según su propio testimonio, aprendió a encarar de frente las cornadas que podía depararle la vida.
La peña, auténtico reducto festivo-taurino para un ocio juvenil que pocas veces perdonaba un buen almuerzo en la madrileña casa de comidas San Mamés. Aún hoy, como entonces, no hay quien le prive de compartir un buen vino con los amigos o, de manera más aislada, algún 'gin-tonic' poco cargado para amenizar la sobremesa. Su otra costumbre ineluctable, el Camino de Santiago, rebasa lo lúdico para alojarse en el lado más íntimo de su compleja personalidad.
Desafío político
La política salió a su encuentro mientras ejercía la abogacía en Burgos junto a su socio Fernando Olano. El guiño se lo lanzó el entonces consejero de Economía y Hacienda, amigo y compañero de colegio mayor Fernando Bécker, quien le propuso ocuparse de la secretaría general de la consejería en sustitución de de Roberto Escudero. Tras obligada consulta familiar, Herrera aceptó. 4 de junio de 1992, fin de la abogacía, principio de la política.
Salvando las distancias, tampoco eran tiempos fáciles para la economía regional. Recesión económica, crisis empresarial, cierre de fábricas, búsqueda incesante de inversiones&hellip Para colmo, los frágiles cimientos del PP burgalés se tambaleaban al hacerse pública la condena a 12 años de inhabilitación para el entonces alcalde de la ciudad, José María Peña, por prevaricación. Herrera, que no tardará en recibir el cometido de poner orden en el partido, se estrena con una rueda de prensa sobre la crisis de Nicas. Le acompañan Jaime Cifuentes, director general de Industria, y el mentado Javier Rodríguez Segovia. En apenas diez minutos supera la prueba con suficiencia, aseguran los periodistas congregados.
La siguiente tarea, mudar la sede de la consejería desde la calle de María de Molina a la ubicación actual en Huerta del Rey. Nada que ver, desde luego, con el panorama actual de una Administración autonómica más que consolidada. Y es que la reducción de consejerías acometida por Aznar y heredada por Lucas obliga a multiplicar el trabajo, cuando no a despachar hasta las once de la noche.
Herrera, que de lunes a viernes reside en el hotel Olid Meliá, almuerza y cena a diario con sus más directos allegados. En un primer momento, en el Machaquito, cita culinaria de cabecera tras las salidas nocturnas de la sede de María de Molina; y enseguida, en el Miguel Ángel, el Santi, la Parrilla de San Lorenzo el Panero. Los hombres de la consejería y Jesús Merino, secretario regional del partido, componen el núcleo duro de su ocio pucelano en los primeros años de la década de los noventa. Un buen vino, tapas y amena tertulia; si es después de cenar, un 'gin-tonic'. Como siempre.
Lucas, entretanto, se percata de las ventajas del 'estilo Herrera' para su objetivo de ahormar y centrar definitivamente el partido. De ahí la nueva propuesta, nada fácil de digerir: presidir un PP burgalés desgarrado por las luchas internas. Solventado el trámite en el Comité Provincial de 21 de noviembre de 1993, con creces cumplió el cometido de remansar las aguas de la discordia para alojarlas en un cauce tranquilo. Lucas, que en 1991 había inaugurado para el PP una mayoría absoluta que ya no abandonaría, tomó buena nota para futuras responsabilidades.
Unido en alma y corazón a su primo Julián, un místico moderno fallecido en trágico accidente en 2006, pero que sigue siendo confidente de sus más hondos desvelos, la política volvió a llamar a su puerta al poco de revalidar Lucas la mayoría absoluta. Era 1995, Herrera estrenaba escaño regional por Burgos y la diáspora del clan económico de Bécker le brindó una nueva oportunidad: asumir el cargo de portavoz del grupo pParlamentario, que habría de compatibilizar con el de vicesecretario de Acción Parlamentaria.
El plácet supuso algo más que la lealtad a la palabra dada o el cumplimiento fiel a la responsabilidad encomendada: lo puso en primera línea del debate parlamentario e hizo visibles sus dotes para la esgrima dialéctica, la cercanía a los colegas y su capacidad para mantener unido al grupo popular. «Es cierto que en más de una ocasión pensé en él para una consejería, pero no es verdad que rencillas provinciales impidieran su nombramiento», señala el expresidente Lucas: «Digo más, en alguna ocasión, antes de 2001, le lancé algo así como un aviso: 'Prepárate que a lo mejor puede suceder&hellip', en referencia a mi sucesión».
La vida de Herrera cambia sustancialmente. Sus nuevos deberes le obligan a pasar más tiempo en Burgos, donde se patea la provincia entera, charla con los paisanos y cultiva su ocio sin cambiar un ápice las costumbres de siempre. Tapas, buen vino, risas y tertulias salpimentadas con ironía junto a una pandilla capitaneada por Enrique Ocio y su primo Julián. Dos ausencias en su vida que aún hoy le cuesta superar.
Las Cortes, ubicadas entonces en el vallisoletano castillo de Fuensaldaña, son testigo del protagonismo creciente del entonces portavoz popular: participa en la reforma estatutaria de 1999, se bate el cobre dialéctico con su adversario y buen amigo Jesús Quijano y mantiene unido al grupo parlamentario mediante una equilibrada dosis de rigor y talante conciliador. De ahí que el partido le asigne el papel de moderador en el estruendoso "caso Zamora", en junio de 1996, cuando el entonces presidente popular de la Diputación, Antolín Martín, declaró a un periódico que en esa corporación se habían cometido irregularidades en la adjudicación las obras y en la contratación de personal. El expediente informativo que redactó el burgalés resultó, a juicio de Jesús Merino, «muy positivo para el partido».
Elegido
Reelegido presidente provincial del PP burgalés en el Congreso del 8 de noviembre de 2000, solo unos pocos apuntaron su nombre en la quiniela presidencial abierta en febrero de 2001, cuando Aznar descolgó el teléfono y lanzó a Juan José Lucas esa propuesta para la cartera de Presidencia en el Consejo de Ministros que no pudo rechazar.
Se había abierto el melón sucesorio: Javier Arenas, entonces secretario general del PP, urgía a designar cuanto antes al elegido y Herrera ocupaba un discreto, agazapado pero decisivo, lugar frente a los dos candidatos que se disputaban la 'pole': los vicepresidentes José Manuel Fernández Santiago, que había llegado a ejercer como presidente en funciones, y Tomás Villanueva.
27 de febrero de 2001. Faltan 24 horas para el día clave. Herrera calla por discreción, pero sabe que la dirección regional del PP apuesta por él. Y es que Lucas, consciente de que decantarse por uno de sus vicepresidentes podría acarrear más riesgos que seguridades para la estabilidad del partido, opta por el 'tapado'. Había llegado la hora de Herrera, el hombre que, a priori, no entraba en las quinielas.
«Fue una decisión rápida, la tuve que tomar en diez minutos», recuerda Lucas; «Aznar apenas le conocía, así que me preguntó: '¿Es un hombre de tu confianza?'; 'Absolutamente', le contesté. 'Pues adelante'. Lo elegí porque me había fijado en él desde que entró en política, como portavoz transmitía seguridad, era muy brillante, todos le respetaban. Y acerté». Herrera dio el sí a Lucas no sin antes pedirle que lo pensara dos veces. Era el 28 de febrero de 2001. Hace ahora diez años.
El elegido toma posesión del despacho presidencial dispuesto, entre otras cosas, a adornar las paredes con lienzos de pintores burgaleses como Modesto Ciruelos, José María Cuasante, Vela Zanetti, Luis Sáez, Ignacio del Río, Pepe Carazo y María José Castaño. Tiene 45 años y unas gafas de pasta gruesa que enseguida cambiará por otras más finas y elegantes.
Aquel día empezaba para él lo más complicado: reivindicarse en el partido y ante los ciudadanos, ganarse en las urnas el cargo que había recibido vía designación. Esto último lo logró con nota en los comicios de 2003 y 2007, en los que revalidó la mayoría absoluta inaugurada por Lucas doce años antes, en 1991.
De puertas adentro ha hecho otro tanto manteniéndose al frente del partido en Burgos hasta su designación, en abril de 2001, como presidente del PP de Castilla y León.
Asegura que de no haberse metido en política ahora estaría ejerciendo la abogacía en su Burgos natal. Se confiesa tímido y concienzudo, pero también vulnerable cuando se trata de tomar decisiones que afectan a las personas; y aún cree, a estas alturas, que la política es terreno propicio para los afectos. Fiel a sus costumbres, los fines de semana se reparte entre la familia y los amigos, fiel como siempre al tapeo burgalés y volcado en sus tres sobrinas.
Poco dado a las alharacas políticas y a las refriegas partidistas, su nombre salió a relucir en los informativos nacionales cuando la derrota electoral de Rajoy, en 2008, obligó a los barones regionales a cerrar filas en torno al líder, para desgracia de Esperanza Aguirre; de ahí el calificativo de 'marianista' con que le bautizaron tras el Comité Ejecutivo Nacional de junio de ese mismo año.
Que 'marianista' no equivale a complaciente lo demostró el mismo Herrera en octubre de 2009, cuando la obscena refriega entre Aguirre y Gallardón a cuenta de la presidencia de Caja Madrid colmó su paciencia. «Que no cuenten conmigo para 2011 si siguen así», vino a decir. Afortunadamente para sus colegas, la cosa se arregló y el pasado mes de enero Herrera volvió a dar el sí a la candidatura popular' para Castilla y León.
Hombre de rutinas y fidelidades, no aspira a Ministerio alguno ni ansía rematar su carrera política en Madrid. Cuando se retire de la primera línea política no tolerará más destinos que su Burgos natal, su familia, sus amigos y quién sabe si un remozado despacho profesional.
Lucas: «Acerté»
A día de hoy, Lucas lo tiene claro: acertó con la decisión adoptada hace 10 años. Herrera se ha convertido, en palabras del expresidente de la Junta, en un más que digno sucesor: «La decisión fue acertada, Herrera ha dado estabilidad al partido, solvencia y fuerza, ha puesto en primera línea a la comunidad».
No era, de todos modos, un cometido fácil: «Teníamos que elegir al sucesor de manera inmediata. En apenas diez minutos lo hice. Herrera daba estabilidad al grupo parlamentario, una gran seguridad, entraba dentro del perfil que tenía en mente y era un hombre de mi confianza. Aznar lo aceptó sin 'peros'. Aunque cualquiera de los entonces dos aspirantes, José Manuel Fernández Santiago y Tomás Villanueva, podría haber desempeñado magníficamente el cargo», recalca Lucas.
Bien es cierto que, a decir del soriano, los tiempos se pusieron del lado de Herrera: «Si yo llego a dar el 'sí' a Aznar cuando me propone, antes de 2001, ir con él a Madrid como ministro, Herrera no habría sido presidente de la Junta. Aznar me propuso ser ministro al principio y al final de la primera legislatura y no acepté. Si llego a aceptar, por ejemplo, la cartera de Administraciones Públicas en 1999, el elegido para la Junta hubiera sido Ángel Acebes. La prueba está en que yo dije 'no' y, 24 horas después, salió Acebes como ministro de Administraciones Públicas».