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ASUN GARCÍA
Domingo, 23 de enero 2011, 02:06
Fue el único rejoneador de su época que se formó en la alta Escuela de Equitación de Viena, y el primero de toreo a caballo en España que salió a hombros de Las Ventas y de la Maestranza. El prestigio de su cartel estuvo a la altura del de Luis Miguel Dominguín, con quien se codeó y compartió gloria en la plaza y éxito con las mujeres. También se relacionó con prestigiosos artistas de la época: Picasso, Dalí, Cugat. Hoy, Josechu Pérez de Mendoza disfruta de su finca en Segovia.
-¿Cómo ve usted el rejoneo en el momento actual?
-Estupendo, en uno de los momentos más interesantes.
-¿Más que cuando usted era una primera figura?
-Cada época tiene sus ídolos. En aquel momento lo era yo, que fui el primero que salió por la puerta grande de Las Ventas, siendo de Segovia y con nombre de pelotari vasco. Hoy lo es Ángel Peralta, un titán del rejoneo, aunque tengamos estilos diferentes. Y hay otra figura que está a la cabeza, un hombre que, aunque es portugués de nacimiento, se crió en La Puebla del Río: Diego Ventura. La sorpresa en el toreo es el fundamento del éxito, y Diego Ventura siempre improvisa.
-¿Está mejor visto el toreo a caballo que a pie?
-Sí, desde luego. El rejoneo es un arte menos cruel, y en él se unen los dos animales más bellos de la creación. En la plaza ofrecen un espectáculo de mayor movimiento y mayor elegancia.
-¿Cómo era su relación con Dominguín?
-Éramos grandes amigos. Dominguín era irrepetible, y aunque no me gustan los hombres, tenía una figura perfecta, como el 'David' de Miguel Ángel. Claro, gustaba a todas las mujeres, y es cierta la anécdota de «esto, voy a contarlo». Lo dijo en San Sebastián, cuando bajaba de la habitación del hotel, después de acostarse por primera vez con Ava Gadner. Ella venía detrás y le preguntó: «¿Dónde vas, Luis Miguel?», y le contestó así.
-Usted también tenía mucho éxito con las mujeres...
-Sí... Tuve verdaderas maravillas de mujer. Y conocí a grandes mujeres, como la princesa Soraya o la duquesa de Alba. En una de las corridas goyescas le dejé mi mejor caballo para el paseíllo, y ella me dejó su carroza, que era tan importante como la de la reina de Inglaterra.
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