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En el centro, con gorra roja, David April, rodeado de los beer runners de Filadefia. Abajo, a la derecha, con gafas, el catedrático Manuel castillo.

La meta es el bar

En Filadelfia, decenas de corredores brindan cada jueves por el catedrático español que descubrió las virtudes hidratantes de la cerveza

inés gallastegui

Viernes, 15 de enero 2016, 22:31

Los Beer Runners suben como la espuma. El movimiento de los corredores cerveceros surgió en el barrio de Fishtown de Filadelfia hace ocho años, cuando dos amigos decidieron poner en práctica un estudio científico que sostenía que el zumo de cebada es ideal para rehidratarse después de hacer unas millas. Tras acabar en el pub de la esquina unas cuantas carreras, David April y Eric Fiedler concluyeron que sí, que era cierto, y fundaron el Fishtown Beer Runners Club, que hoy tiene más de 300 miembros. Cada jueves por la tarde, nieve o llueva, un grupo heterogéneo sale del portal de David para correr «por el progreso de la ciencia». Cuando llegan al bar y todos tienen su rubia en la mano, brindan con su grito de guerra: «¡Por el catedrático!». Un día, David dio un paso más y contactó con el autor del estudio para darle las gracias. Este resultó ser Manuel Castillo, catedrático de Fisiología de la Universidad de Granada, que les invitó a cruzar el charco para asistir a la lectura de la tesis doctoral que desarrollaba el famoso experimento. En aquel viaje, americanos y granadinos trotaron por el barrio del Albaicín y se tomaron unas cañas mirando a la Alhambra. Fue el germen de los Beer Runners españoles: desde 2012 suman 20.000 aficionados en 60 ciudades también Granada, claro y han celebrado, además de sus quedadas semanales, una veintena de carreras por toda la geografía. En esta historia circular, el bar siempre es la meta.

En realidad, beber cerveza después de hacer deporte no es nin-guna novedad; ahí está el tercer tiempo del rugby, por ejemplo. Lo que sí es innovador es hacerlo con respaldo científico. Todo empezó allá por el año 2000, en las pistas de esquí de Sierra Nevada: Castillo, médico, discutía con su cuñado, farmacéutico, sobre qué bebida era mejor en una parada de descanso. «Yo me bebí una cerveza, que era lo que me pedía el cuerpo, y él me decía que estaba loco, que me iba a caer esquiando», recuerda el catedrático. La discusión no se resolvió, pero decidieron buscar investigaciones que respaldaran los argumentos de uno y otro y, para su sorpresa, no las encontraron. Así que el médico diseñó un estudio para comparar los efectos de la cerveza y del agua ante un organismo deshidratado por el ejercicio. Le costó bastante conseguir financiación más bien recibió muchas miradas de censura, pero finalmente el estudio se realizó y concluyó que la recuperación física era idéntica en ambos casos y que una cantidad moderada de alcohol no resultaba perjudicial.

«Llevo toda la vida aconsejando a la gente hacer deporte, haciendo investigaciones que demuestran las virtudes del ejercicio, y nadie me había hecho ni caso. Pero hablo de cerveza y miles de personas se ponen a correr y en Estados Unidos brindan por mí. Soy como su santo patrón», bromea Castillo, a quien el Ayuntamiento de Filadelfia le concedió una nominación por su «investigación innovadora» y su esfuerzo en «tender puentes culturales» entre ambas ciudades. El médico, preocupado por matizar que él no aconseja a nadie beber alcohol, está orgulloso de haber puesto los cimientos de un movimiento que combina salud y sociabilidad.

Mucho más que correr

«Esto no va de cerveza ni de correr. El sentido es construir comunidad, establecer relaciones con gente y que eso nos permita crecer y ser mejores personas», asegura David April, profesional de la radio y la educación. Y sabe de lo que habla: en 2007 estaba inmerso en un divorcio traumático y tenía una depresión de caballo. Un día, intentando sobreponerse, se puso unas zapatillas, dio la vuelta a la manzana y se sintió mejor. Las carreras y las cervezas de después, primero con su amigo Eric y más tarde con las decenas de compañeros del club, fueron su tabla de salvación. Hace tres años, en la carrera de Beer Runners de Barcelona, conoció a una española, Carmen, con la que se casaría meses más tarde. «Es genial haber creado algo para superar un periodo difícil de mi vida y que eso ayude ahora a otra gente en dificultades. Cada corredor tiene una historia detrás», explica April, que ya ha completado varias maratones. Otra media docena de poblaciones norteamericanas han seguido el ejemplo de la de Pensilvania.

Pero el de Fishtown es mucho más que un club de running. Hay gente que corre y gente que anda o va en silla de ruedas. Un dólar de cada cerveza consumida en sus reuniones de los jueves se dedica a actividades benéficas locales y a financiar una escuela en África. Promueven el consumo responsable de cerveza autóctona de calidad y respaldan a los bares locales que pasan por dificultades. Y una vez al año organizan un baile al que hay que acudir vestido de fiesta... y con zapatillas de deporte. Todo el mundo es aceptado: no importa la edad, la profesión o el nivel educativo. Da igual la velocidad o la distancia que uno sea capaz de correr. Nadie juzga a nadie. «Aquí todos somos iguales», señala uno de los participantes en el documental sobre el club rodado en Filadelfia, Madrid y Granada por el cineasta Justin Wirtalla, que se estrena este año.

Quien espere encontrar entre los Beer Runners las típicas barrigas cerveceras se llevará un chasco: en los grupos hay aficionados de diferentes niveles, gente relajada y con espíritu lúdico, pero son básicamente corredores, no bebedores. «No se trata de batir récords ni de perfeccionar la técnica. Se valora sobre todo el aspecto social explica Luismi Fuente, estadístico en la Junta de Castilla y León y capitán de los Beer Runners de Valladolid. Pero tampoco es una excusa para tomar un par de cañas; ya me lo han dicho alguna vez.

La cerveza es un aliciente

Los capitanes son los encargados de convocar las quedadas, normalmente semanales, en los grupos de Facebook de cada ciudad, de repartir las camisetas cuando aparecen nuevos miembros y de hablar con los dueños de los bares: por lo general están encantados con este tropel de clientes entre semana, pero hay que asegurarse de que habrá espacio para el grupo suele oscilar entre 10 y 40 personas y de que la irrupción de estos clientes sudorosos y supersedientos no molestará al resto. Como compensación por sus desvelos, los coordinadores reciben algún detalle, como «un pack de cerveza, una prenda de ropa o una inscripción para una carrera», explica Juanvi Porcar, mecánico y líder de los Beer Runners de Bilbao, que parten un día por semana desde el Puppy, el perro guardián del Museo Guggenheim.

Para Mónica Rico, coordinadora del grupo de Valencia, una de los principales ventajas de quedar con el grupo es que ayuda a vencer la pereza: «Si vas sola, a veces te buscas excusas para no salir». Luego la carrera compensa y la cerveza «te sabe a gloria».

Elena Gadea, jefa en Gijón, valora que las quedadas aúnan deporte y relaciones sociales: «Conoces a gente completamente diferente y de todas las edades, jubilados, chicos superjóvenes, parejas con hijos..., gente que en otras circunstancias jamás hubieras conocido».

Y Antonio Martínez, capitán de los Beer Runners de Granada, donde se cierra el círculo de esta historia, lo resume aún más. «Me gusta correr y me gusta la cerveza. ¿Cómo no iba a estar aquí?».

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