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Faltaban quince minutos para el comienzo de la procesión y los cielos se abrieron con una repentina descarga de agua, que apenas duró unos instantes, ... pero que era ya el segundo aviso en esa tarde de lo que podría acontecer en cualquier momento. Ya no hubo más dudas, el desfile penitencial del Lunes Santo en Palencia quedaba suspendido. Se había planteado como primer alternativa organizar un acto en la plaza de San Francisco, sin alejarse más que unos metros del hogar a cubierto donde se conserva el espectacular Cristo de Alejo de Vahía, el Jesús Crucificado que da nombre a la cofradía que organizaba los actos. Sin embargo, ese segundo aguacero eliminó cualquier pequeña discrepancia ya para todos quedó muy claro que no podía arriesgarse la integridad de la imagen.
Por ello, se recurrió un año más a la iglesia de San Francisco para organizar un el acto de veneración de las Cinco Llagas que de forma habitual se realiza con un recorrido por el centro de Palencia, con paradas en las principales capillas penitenciales de la ciudad (Soledad, San Agustín, San Pablo y Nazarenos). Este año estaba además prevista una oración jubilar en el Catedral, que también se leyó en San Francisco.
Y aunque se trata de uno de los templos de mayores dimensiones de la ciudad, la iglesia se quedó pequeña para acoger a los cientos de devotos, fieles y también curiosos que no querían perderse ni un detalle del acto penitencial organizado por los cofrades de Jesús Crucificado. Arrancó, como estaba previsto con la vestición de un representante de cada una de las cofradías penitenciales de la ciudad, que fueron mostrando uno a uno todos los elementos que configuran la túnica procesional. Una vez completamente ataviados, debía haber comenzado la procesión, que se transformó en una solemne veneración de las Cinco Llagas, en la que tuvo un protagonismo especial el acompañamiento música de la Agrupación Musical de la Cofradía de la Oración del Huerto y Vera Cruz de Medina del Campo, cuyos sones quedaban realzados por la excelente sonoridad del templo.
En el interior de la iglesia se arremolinaba el público con las decenas de cofrades que seguían vistiendo sus túnicas, a pesar de haberse suspendido la procesión. Al fondo del templo, los penitentes nazarenos y del Sepulcro esperaban con resignación cargando estoicamente con sus grandes cruces de madera. La banda ofrecía un soberbio espectáculo, mientras, los hermanos de Jesús Crucificado bailaban a hombros su imagen titular para despedirse de Nuestra Madre Dolorosa, que esperaba a los pies del altar.
Todo invitaba a procesión, puesto que las nubes se habían ido alejando y la amenaza de lluvia había desaparecido. El público esperaba y los cofrades de Jesús Crucificado les hicieron un regalo, se hicieron también a ellos mismos un regalo, y sacaron el Cristo a la calle. La talla de Alejo de Vahía, con sus más de quinientos años a cuestas volvía a recorrer las calles, aunque en este caso se limitase a un pequeño recorrido simbólico por la plaza de San Francisco, a pesar de que el limitado espacio complicó bastante la salida.
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