Borrar
Consulta la portada del periódico en papel
Ángel Berbel en el tren. El Norte
Coronavirus en Segovia: «Si antes erámos unos trescientos, ahora subimos al Avant a Madrid cinco o seis»

«Si antes erámos unos trescientos, ahora subimos al Avant a Madrid cinco o seis»

Ángel Berbel, neurólogo segoviano que trabaja en la capital de España, relata cómo el virus ha dejado «la estación como un solar» y ha vaciado los Avant

Necesitas ser suscriptor para acceder a esta funcionalidad.

Jueves, 16 de abril 2020, 12:37

Necesitas ser suscriptor para acceder a esta funcionalidad.

Compartir

El tren de alta velocidad ha cambiado. Ya no es el hervidero de trabajadores y estudiantes que cada día subían a los vagones. Pasajeros en cada asiento pegados al móvil, al portátil o al periódico en papel. Algunos recostados aprovechando los últimos resquicios de sueño. Las primeras consignas laborales y los primeros negocios salían de estos convoyes a 250 kilómetros por hora. Una rapidez pensada para acortar las distancias y ganar minutos a un tiempo en vías de extinción; pero la irrupción del coronavirus en lo cotidiano ha 'infectado' de calma y soledad esos viajes relámpago y fugaces. El contagio del silencio ha apagado la vitalidad de esos trenes matutinos.

Uno de los viajeros que ha esquivado el contagio y al teletrabajo es e neurólogo segoviano Ángel Berbel. Cada día que le marca el cuadrante laboral del hospital madrileño donde trabaja va y viene de la capital de España en un Avant irreconocible por los pocos usuarios que desde que estallara la pandemia viajan en él. El estado de alarma y las medidas restrictivas para reducir a lo imprescindible la movilidad de los ciudadanos han vaciado andenes y vagones.

«Si antes eran unos trescientos, ahora subimos no más de cinco o seis» en el Avant que sale a las 7:52, apunta el médico, quien añade que la conjugación de las limitaciones impuestas en el transporte de viajeros con la transformación masiva del trabajo presencial al telemático hace que «no haya problema para obtener billete, por lo que si se quisiera, podría ir más gente». En estos casos, hay «un vagón cero-fila cero y es la chica la que te dice dónde te puedes colocar».

En el primer convoy a Madrid, con Berbel se montan en la desangelada estación del Ave de Segovia «algún sanitario más y algún guardia civil y militar». Entre los que vienen de Valladolid y los que se suman en Guiomar, «seremos unos veinte». Eso comentaba antes de que el Gobierno levantara este lunes la barrera a los trabajadores de servicios no esenciales.

Sin embargo, «los profesores y los estudiantes han desaparecido» de los andenes. «La estación en un solar y se nota también en el 'parking' porque antes te ibas a aparcar donde las vacas y ahora lo puedes hacer en primera línea». También se percibe en los urbanos, que «van casi vacíos», describe la nueva rutina de la pandemia. Este martes, «en la parada del cuartel había Policía Nacional repartiendo mascarillas». Veinte minutos antes de coger el tren, en la estación apenas vio movimiento, ni de pasajeros ni de distribución de material, indica. «Seríamos unos veinte y sin problemas con las separaciones», cuenta.

En ventanilla

Los pocos pasajeros que se suben al tren guardan escrupulosamente el protocolo que establece cuál debe de ser su distribución. «Nos sentamos en los extremos de las filas, en el lado de las ventanas, por lo que entre unos y otros quedan siempre dos asientos y el pasillo». Además, ocupan filas alternas para que no vaya nadie ni delante ni detrás. Durante los 28 minutos que dura el trayecto, «silencio», resume Berbel.

Cuando se baja en Chamartín y coge el metro para desplazarse al lugar de trabajo, tampoco lo reconoce. Si echa la vista tan solo un mes y medio atrás, el bullicio ha mutado a una callada melancolía. Los vagones que entonces iban atestados de pasajeros ahora también echan de menos aquel revuelo matinal. «No va casi nadie y los que vamos mantenemos las distancias». Los pasajeros tienden a ocupar las esquinas como si les protegieran de la amenaza, retrata con sus palabras la escena de la nueva cotidianidad en la capital.

El pasado lunes, la rutina de la pandemia al llegar a Madrid introdujo una novedad. Ángel Berbel relata cómo, al apearse en Chamartín, «en los servicios de cercanías y en el metro voluntarios de Cruz Roja han estado repartiendo mascarillas».

Regresa a Segovia en el tren de las 15:40. «Va algo más lleno que las semanas pasadas», apuntaba hace cuatro días; aunque nada que ver con los Avant que doblaban de cuatro a ocho los convoyes de retorno tras la jornada laboral.

Aprendizaje de lo sucedido

«Se ha pasado de todo a nada, antes iba lleno como si no pasara nada, con gente con mascarillas o guantes, y ahora... Estamos hablando de algo superserio y espero que aprendamos de esto que está sucediendo», subraya. La pandemia ha de suponer un antes y un después en los hábitos de la salud de la población. Al menos es lo que desea Berbel, quien insta a «cambiar la educación y ponerse una mascarilla cuando uno note síntomas de gripe». El gesto ya no es «no contagiarse, sino no contagiar, como hacen los chinos».

Aunque le ofrecieron quedarse en un hotel cuando encadenaba guardias y turnos, el médico decidió regresar cada día a Segovia porque «creí que mentalmente no iba a poder aguantar no ver a la familia, es muy duro no poder dar un beso y abrazar a los tuyos».

Reporta un error en esta noticia

* Campos obligatorios