Tres de cada diez mujeres que trabajan en el medio rural tienen estudios universitarios
Las mayores lamentan la falta de relevo, mientras la nueva hornada diversifica sus funciones y gana terreno en sectores masculinizados
Fuencisla Montes, con los 65 años recién cumplidos, apura dos años más de vida laboral en su tienda de ultramarinos, el punto neurálgico de Olombrada ... en el que lleva más de veinte años de atención a la clientela. Ella cogió el negocio tras la jubilación del anterior propietario y le gustaría que hubiera un relevo, aunque las cosas han cambiado mucho. Siempre habla en femenino de su potencial sucesora. «Ya no es como antes, que las mujeres estaban más sometidas a las cosas de casa, somos más libres, no se nos pone nada por delante, ya hacemos de todo», afirma. En su infancia, hace ya medio siglo, no recuerda ningún puesto de trabajo ocupado por mujeres. «Alguna habría, pero no lo recuerdo», admite. Ahora las hay que limpian, que están en la panadería, en el colegio, repartiendo el correo, en los bares o en las tiendas.
El 41% de las mujeres de la región trabajan por cuenta ajena; el 36% son autónomas y un 14% en desempleo. En explotaciones de regadío, las mujeres representan solo el 9% del empleo, proporción que se duplica hasta el 18% en el secano. De las 1.055 agricultoras que trabajan en granjas en España, la comunidad donde hay más mano de obra femenina es Castilla y León, con 464. «Las mujeres son las que tienen las tierras más pequeñas», subraya la presidenta de la Federación de la Mujer Rural (Femur), Juana Borrego. En ganadería extensiva hay un 8%; otro 6% en empresas de servicio; otro 3% en agroalimentarias y un 4% dedicadas al turismo.
«Con lo que era antes...»
Fuencisla se marchó en la adolescencia a trabajar a Valladolid, donde se casó con otro vecino de Olombrada y tuvo dos hijos. La familia se trasladó a Palma de Mallorca en busca de empleo para su marido, albañil. «Al cabo de unos años se nos hizo demasiado pequeño; la isla no era para nosotros. Nos volvimos, pero yo a la capital no quería ir, así que nos vinimos al pueblo». Una vez hecho el traslado, ella asumió su naturaleza inquieta. «No puedo estar parada en casa», reconoce. Primero, cogió un bar, que gestionó unos cinco años. Después a la tienda. Estuvo un par de años en un local modesto hasta que se mudaron a una casa más amplia en el centro de la localidad. Compró el establecimiento y ahora presume de regentar una «tienda grandecita».
En el local hay fruta. Había pescadería, pero dejó de funcionar porque el volumen de negocio no daba para pagar a la mujer que la atendía. También hay un muestrario de ropa, un negocio que gestiona otro vecino. Y mercería. «Como en el pueblo quitaron las carnicerías, me he metido poco a poco y me traen algo de carne una vez a la semana para por lo menos atender a la gente». La clientela también encuentra congelados en su tienda.
Su negocio resiste al declive inevitable de su pueblo. «Con lo que era antes… ahora se ha quedado en nada», se lamenta Fuencisla Montes. De los cinco bares que había, quedan tres, pero el municipio supera los 500 vecinos censados. Como en tantos lugares, los inviernos son duros, una época que ya se acerca. Un viernes a las diez y media de la mañana solo ha pasado un cliente y en un día aciago de enero calcula que acude en torno a una veintena. Eso sí, en los meses de julio y agosto se triplica, con colas en la calle para entrar a comprar.
La tienda de Fuencisla sigue siendo rentable. «Vamos tirando; aquí hay días o semanas que trabajas bien y otros peor», comenta. Ella tiene claro dejarlo en cuanto llegue a su mínimo de jubilación; aunque piense en voz alta que «luego a lo mejor estoy en casa sin parar porque he estado siempre de un lado para otro».
La formación es clave
Esta segoviana de Olombrada pondrá de su parte para que el negocio continúe. Ya se plantea alquilarlo cuando llegue el momento. «Es una pena que después de que se ha montado esto, se cierre. Como cada año va a menos, los números igual no dan; pero claro, no tiene que comprar las cámaras y hacer toda la inversión, que yo tuve que empezar de cero», explica la tendera. Es consciente de la responsabilidad que conlleva regentar un local así. «Los negocios en los pueblos los mantiene la gente mayor, la que no puede salir, porque los jóvenes se largan a Cuéllar a comprar al Mercadona», relata Fuencisla, quien añade que «cada vez hay menos gente mayor porque se van a la residencia o se mueren». Estos ultramarinos pierden a los parroquianos tradicionales.
La formación es clave, así que la Federación Nacional de la Mujer Rural incide en la cercanía de los centros de formación y en la inserción laboral que lograr los cursos. «No hacen el curso para formarse, sino para trabajar después y ser independientes», pone de relieve la presidenta de la organización. El 30% de las mujeres cuenta con estudios universitarios; otro 15% ha culminado Formación Profesional, y do de cada diez acabaron Primaria.
Borrego hace hincapié en cómo han mejorado las condiciones laborales de la mujer gracias a la formación. «Si quieren ser emprendedoras, hay que empoderarlas, que se está haciendo. Ahora hay muchos aspectos para motivar a la mujer», reitera la presidenta de Femur. Las campañas de recogida de tomate, fresa o patata consolidan la presencia de la mujer en el campo.
El emprendimiento es otra pata crucial. Borrego esgrime que la mujer es más emprendedora. «Hay que conectar con las jóvenes, que haya un proyecto adecuado para ellas», conmina la responsable de la federación. La apertura de miras, «haber salido del pueblo», amplía el abanico laboral; pero la pelota está en el tejado de las nuevas generaciones.
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