Así fue la primera boda entre dos mujeres en Segovia: 12 invitados y sin luna de miel
Gema Segoviano y Ana Cabeza recuerdan con agradecimiento su reivindicativo enlace en 2005: «Ya que estaba la ley, había que utilizarla»
Gema Segoviano y Ana Cabeza se despiertan el 9 de diciembre de 2005 y se visten, literalmente, para una boda. La suya, la primera entre ... dos mujeres en Segovia, una carga histórica que conjugaron con total discreción. Dejaron que el hermano de la primera hiciese de conductor nupcial, por aquello de llevarlas en el asiento de atrás, pero nada más. En el Ayuntamiento, apenas 12 invitados –el chófer y 11 amigas–, los mismos que se fueron al bar de al lado a tomar unas raciones antes de partir la tarta. La noche, en casa, nada de suite. Tampoco luna de miel, temían las consecuencias de decirlo en sus trabajos. La suya fue hija de su época. «Está fenomenal que todo sea más abierto, pero estamos muy orgullosas de nuestra boda».
Se conocieron en la sección religiosa de un grupo LGTB de Madrid y cuando tocó buscar un hogar para vivir juntas eligieron Segovia. «Era el sitio que nos podíamos permitir. Nos lanzamos a venir aquí sin conocer a nadie». La mudanza llegó en su tercer año de relación, con el matrimonio homosexual ya aprobado. «Teníamos en mente realizar algún tipo de trámite que nos protegiera. Herencias, familia, visitas al hospital. Ya que estaba la ley, había que utilizarla», apunta Gema, que, entonces a sus 28 años, hizo una pedida «no muy romántica», según ella misma reconoce, en una noche anodina en un salón de La Albuera. «Estábamos tranquilas en el sofá, me giré y le dije, cariño, ¿por qué no nos casamos?» Con la mano cogida, eso sí. Siguieron unos minutos incómodos. «Yo que me quedé un poco en shock», relata Ana, que entonces tenía 45, no por dudas sentimentales, sino porque ese escenario no existía en su imaginario. «Había vivido en unas mentalidades muy cerradas, nunca pensé que me pudiera casar con una mujer». Dijo sí.
Atado el compromiso, empezó el trámite. «Yo tenía mis dudas de si en Segovia no nos iban a poner dudas», admite Gema, pues hubo alcaldes que se negaron a oficiarlas. «Lo bien que se portaron con nosotras fue una sorpresa agradable». Para evitar malentendidos, se reunieron con el alcalde, entonces Pedro Arahuetes, que propuso convocar a la prensa al acto. Dijeron que no. Ahí entendieron que, sin quererlo, su boda, cinco meses después de la primera entre dos hombres en España, sería reivindicativa. «No pensábamos que íbamos a ser las primeras mujeres de Segovia». Una decisión que se topó con la incomprensión de gran parte de su entorno. «Mi familia me dijo que no lo iba a aceptar, que para ellos eso no existía. El único fue mi hermano y le cayó alguna que otra dificultad por ello. Ana no tenía ninguna familia en quien apoyarse. Y hubo amistades que se nos fueron cayendo por el camino en cuanto dijimos que éramos lesbianas. Esa era la sociedad de hace 20 años».
Así que el hermano-chofer recogió a dos elegantes mujeres vestidas con traje de pantalón. «Vamos, que nos arreglamos, no fuimos en chándal. Y con sesión de peluquería». Cuando llegaron al Ayuntamiento, las amigas estaban esperando en la puerta y el ujier salió a preguntar: «¿Están aquí ya los novios?» De los nervios, Gema se giró para comprobar si Ana seguía allí antes de responder: «Estamos, estamos». Hay cosas que recuerdan por las fotos –las que hicieron las amigas, no contrataron fotógrafo–, como el tembleque generalizado a la hora de firmar. «Arahuetes nos leyó una poesía de Benedetti y no recuerdo cuál es, por más que le doy vueltas». Después, el «sí, consiento» el «unidas en matrimonio» y el beso de rigor.
Cuando bajaron las escaleras, las amigas lanzaron confeti: «¡Vivan las novias!» No había tiempo que perder, pues aquello era ya una tarde gélida, pero recuerdan la escena. «Hubo gente que aplaudió», razonan que probablemente porque «ni se lo imaginaban». Recogieron ellas mismas una tarta selva negra en la pastelería Limón y Menta, acompañada por Deisy y Mini, unas muñequitas que aún conservan en casa, y una espada que compraron en Madrid. El banquete fue en el Restaurante Lázaro, al lado de la iglesia de San Miguel. Fueron por el precio, sin pistas sobre su tolerancia. «Nos la jugamos totalmente y se portaron estupendamente. Fuimos a comer cuando cumplimos 15 años de casadas y nos hicimos fotos con él y todo». Calamares, tortilla de patata, croquetas, queso, jamón serrano o chorizo.
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¿Luna de miel? «Nos hubieran echado de nuestros trabajos». Profesora en un colegio privado y agente comercial. Así que se fueron de fin de semana a la Laguna Negra, en Soria. Eso sí, en el hotel rural hubo que aclarar que querían cama de matrimonio. «¡Es que sois dos mujeres!», replicaron. «Y estamos casadas». Alguna cara extraña que no empañó unos días bonitos de montaña nevada. «Nos relajamos, la boda tuvo mucha tensión».
El tiempo acabó con ellas viviendo en Encinillas y Ana oficiando bodas como teniente de alcalde. Justicia poética. Allí se casaron una gallega y una italiana –un país en el que aún no existe el matrimonio homosexual– como agradecimiento a su ayuda en los trámites atascados. No solo tuvieron el honor de tener a una pionera como embajadora, sino que el enlace fue bilingüe, pues habla italiano. En la cerveza posterior, todavía había chascarrillos en el bar: «¿Quién crees que hace de hombre?» De ahí a las bodas estándar de los últimos tiempos. «No hay problemas de invitados, ni de familias, banquetes y bailes variados». Gracias a pioneras como ellas.
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