Jesús Heredero, conductor de autocar: «Tienes que aguantar a cincuenta personas, que cada vez son peores»
Sin relevo familiar para su empresa de transporte escolar y taxi, subraya la dureza de un trabajo en el que «no se gana dinero»
Jesús Heredero dejó el principal bar de Navafría en 1994 (ya empezaba a escasear la población joven) y relevó a un taxista que se jubilaba. ... Cuarto de siglo después, no ha encontrado a quién ceder el testigo. En 2017, con sus autobuses ya envejecidos, falleció su mujer. «A estas alturas, no me iba a meter en muchos líos. Así dije que ya no seguía». Su hija, profesora, no quiso el testigo. «Había estudiado, tenía en Madrid un buen trabajo y no se complicaba la vida».
Tampoco hubo suerte con sus sobrinos, que trabajan en la abogacía y en la construcción. Sin más ganas de pelear, cedió los vehículos y la cartela de clientes a un conductor de El Espinar. «No sé si fue barato o caro, no me lo he planteado jamás». Tampoco vende su taxi adaptado por 12.000 euros y trabajo asegurado durante un año.
Los 90 fueron una década álgida para el transporte y Jesús, de 59 años, se hizo con la licencia por unas 400.000 pesetas de la época. Tenía rutas de transporte escolar en una zona sin apenas competencia: desde Gallegos hasta Navafría, donde también se encargaba del transporte ambulatorio. Además, a primera hora de la mañana, llevaba a los niños desde Prádena o Matabuena a la capital. Jesús llegó a disponer de tres autobuses de 32, 38 y 55 plazas y dos taxis de siete plazas. Con un cliente fundamental: el colegio para niños con discapacidad Nuestra Señora de la Esperanza. Les llevaba y dejaba en lugares cercanos como Valverde del Majano a otros más lejanos como Cantalejo. También transportaba a estudiantes desde Prádena a San Ildefonso.
En esencia, ocupado desde las siete de la mañana a las siete de la tarde. Más algún servicio puntual hacia Madrid. Y los fines de semana, llenos de bodas. Un servicio que daba con otros tres empleados.
A partir de 2012 empezó a caer el negocio. «Vinieron empresas de fuera tirando mucho el precio». Ante los nuevos concursos públicos, sus vetustos autobuses no podían competir. «El problema del transporte escolar es que es muy barato. No puedes invertir 200.000 euros para facturar al día 120. O, con suerte, 150». Le queda un taxi de ocho plazas para personas con discapacidad. «En cuanto pueda, lo dejo. Primero, porque el tema está mal, la gente intenta ir al mínimo. Y sin inversiones muy elevadas. A mi edad ya no me compensa invertir dinero».
Tiene contrato hasta junio, que hay subasta. «Como no tengo pensado bajar precio, me imagino que me quedaré sin nada». Factura 66 euros al día y un microbús adaptado cuesta unos 40.000 euros.
¿Qué va a echar de menos? «Nada. Ninguno de mis amigos jubilados se acuerda del transporte». ¿Por qué no hay recambio? «Muy sencillo. Es un oficio muy duro. Muchas horas y tienes que aguantar a 50 personas que cada vez son peores. Y no se gana dinero». Siempre hay un «espabilado» y las prisas: «Estás siempre con la hora pegada y cuando llegas al destino hay que limpiar el autobús, que te lo dejan hecho una mierda». En una de sus últimas bodas, se lo encontró con las cortinas rotas y plagado de orina y vómito. «Aquí dije, esto se ha terminado».
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