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Aficionados en las gradas del estadio Zorrilla durante el último Real Valladolid-Betis. Carlos Espeso
El embrujo del himno del Real Valladolid

El embrujo del himno del Real Valladolid

Partido de vuelta ·

La afición del Pucela ha demostrado, por encima de todo, que va sobrada de fervor y valores

Miércoles, 15 de enero 2025, 19:50

Suenan los primeros acordes del himno y las gargantas se rompen en una capela que convierte los pelos en escarpias. Banderas blancas y violetas, voces ... que cantan goles y gestas. El resto ya se lo sabe. Nace el borrón y cuenta nueva, la ilusión. El nuevo punto de partida. Y ya van unos cuantos en los últimos años. Los malos rollos y la decepción se quedan en la barra del bar, en el bus o en el camino hasta cruzar el quicio de la puerta 21. O la que sea. El olor a césped recién cortado es como una pócima secreta. Zorrilla obra el hechizo. Los futbolistas se transforman en superhéroes como por arte de magia. Las bufandas aparecen como parapeto de los sinsabores, los brazos extendidos y el trapo amarrado con vigor por encima de esas cabezas que se preparan para escapar del laberinto de la cruda insatisfacción. El estadio parece un templo en el que los fieles persiguen la esperanza que luce despellejada por culpa de los resultados. Me quedo con esas miradas, tiernas y emocionadas, que no entienden de edades. Allí dentro el mundo fluye en blanco y violeta. Al menos durante los tres minutos que dura el himno. Todos en pie, cantando como si cada uno tuviera a su lado a 24.000 hermanos que abraza cada quince días. Es un trance hipnótico que une y ensancha el peso del escudo. Solo por eso, merece la pena seguir intentándolo.

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