El embrujo del himno del Real Valladolid
Partido de vuelta ·
La afición del Pucela ha demostrado, por encima de todo, que va sobrada de fervor y valoresSecciones
Servicios
Destacamos
Partido de vuelta ·
La afición del Pucela ha demostrado, por encima de todo, que va sobrada de fervor y valoresSuenan los primeros acordes del himno y las gargantas se rompen en una capela que convierte los pelos en escarpias. Banderas blancas y violetas, voces ... que cantan goles y gestas. El resto ya se lo sabe. Nace el borrón y cuenta nueva, la ilusión. El nuevo punto de partida. Y ya van unos cuantos en los últimos años. Los malos rollos y la decepción se quedan en la barra del bar, en el bus o en el camino hasta cruzar el quicio de la puerta 21. O la que sea. El olor a césped recién cortado es como una pócima secreta. Zorrilla obra el hechizo. Los futbolistas se transforman en superhéroes como por arte de magia. Las bufandas aparecen como parapeto de los sinsabores, los brazos extendidos y el trapo amarrado con vigor por encima de esas cabezas que se preparan para escapar del laberinto de la cruda insatisfacción. El estadio parece un templo en el que los fieles persiguen la esperanza que luce despellejada por culpa de los resultados. Me quedo con esas miradas, tiernas y emocionadas, que no entienden de edades. Allí dentro el mundo fluye en blanco y violeta. Al menos durante los tres minutos que dura el himno. Todos en pie, cantando como si cada uno tuviera a su lado a 24.000 hermanos que abraza cada quince días. Es un trance hipnótico que une y ensancha el peso del escudo. Solo por eso, merece la pena seguir intentándolo.
Cada semana es una aventura y el fútbol lleva algunos cursos poniendo a prueba el corazón blanquivioleta, pero el hincha del Pucela está preparado para sufrir y también para disfrutar cuando su equipo, como el sábado, le regala una exhibición de valor, de sacrificio colectivo y de unión. Algo parecido a repartir por el césped las 24.000 almas para destrozar a cualquier oponente. Es lo mínimo que se merece una afición que se lleva muchas temporadas demostrando que el mito de su frialdad es cosa de eso, de leyendas que se sitúan en las antípodas de la realidad. Los futbolistas están en deuda, la entidad en sí también.
Es la primera vez en toda la temporada que el influjo del himno se extiende de verdad hasta el último silbatazo del colegiado. Hasta ahora, el guion siempre terminaba en drama. El hincha se reencontraba con sus fracasos y deshacía el camino con la mochila llena de reproches, indignación a veces, y la bufanda deshilachada. Diego Cocca ha encontrado el tesoro. No hace falta mucho más. El resultado ayuda, como el día del Valencia. Una victoria, después de la sombría 'era Pezzolano', es como un orgasmo después de un año en blanco. La bravura del Pucela representa el sendero adecuado. Ahora solo falta que la pasión no se convierta en un espejismo. La afición, el mayor activo que tiene el club, no se merece más desplantes, ni tampoco que los futbolistas escatimen un solo esfuerzo para pelear por la permanencia. El vallisoletano no es frío, es recio y firme. Por eso, cuando quiere lo hace con ardor y sin dobleces. Cuando se siente deshonrado, como en las últimas campañas de doloroso sube y baja, no puede esconder su decepción. Es lo que tiene el amor. Y la afición del Real Valladolid ha demostrado, por encima de todo, que va sobrada de fervor y valores. Ahora solo falta que el club deje de procrastinar con los fichajes y entregue a Cocca una plantilla digna para que el embrujo del himno no se pierda para siempre en el cajón de los fracasos.
¿Ya eres suscriptor/a? Inicia sesión
Publicidad
Publicidad
Te puede interesar
Publicidad
Publicidad
Esta funcionalidad es exclusiva para suscriptores.
Reporta un error en esta noticia
Comentar es una ventaja exclusiva para suscriptores
¿Ya eres suscriptor?
Inicia sesiónNecesitas ser suscriptor para poder votar.