Gonzalo Arguiñano, el jugador que cambió el plan de Cantatore
Estuvo tres temporadas inolvidables en el Real Valladolid, con el equipo arriba, una final de Copa y jugando en Europa. Se retiró en Albacete
José Anselmo Moreno
Jueves, 18 de septiembre 2025
Antes del cocinero, ya había otro Arguiñano famoso. Alto, pelirrojo, llegó con barba y luego bigote. Parecía un jugador británico. Hablamos de Gonzalo, en Pucela ... hasta se puede prescindir del apellido. Fue protagonista de una comida con Cantatore en 1997 en un restaurante que había en el Patio de las Francesas. Me cambió la percepción de una parte de la historia del Real Valladolid, tal y como yo la recordaba. Le pregunté al chileno por el motivo de que el equipo fuera tan distinto de su primera a su segunda etapa y el cambio de formación a tres centrales. La respuesta fue: «Quería meter a uno de los jugadores de más calidad que teníamos, no podía dejarlo fuera». Siguió la conversación mientras yo pensaba en Fernando Hierro. Le volví a preguntar a los postres y el nombre de ese jugador era... Gonzalo: «No perdía un solo balón en la salida, calidad en fútbol es no perder balones, nos ayudaba a sacarlo limpiamente». Entonces yo recordaba a ese central alto y con aspecto tosco que vino del Sestao y que años antes había entrevistado junto a Hierro y Moya (compartían piso los tres). Como no me encajaba lo de la excelencia futbolística con Gonzalo, me puse a ver un partido de la época. Efectivamente, si pones el foco en él, jamás rifaba un balón, no lo perdía. No sé si ese futbolista era suficiente razón para volver patas arriba una forma de jugar, que nos enamoró a todos en la campaña 85/86, pero aquello funcionó porque acabó con una final de Copa y el equipo en Europa.
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Gonzalo Arguiñano Lezcano (Lemona, Vizcaya, 1962) dice que fichar por el Pucela es de lo mejor que le pasó en su vida. «A mí con Cantatore y con Valladolid me tocó la lotería», dice. Sigue viviendo aquí, donde echó raíces y se casó, aunque su primera mujer y madre de sus dos hijas pucelanas falleció hace años. Dice Gabi Moya que Gonzalo era como el padre de todos, pero lo cierto es que tenía solo 25 años cuando llegó del Sestao. «Yo le dejaba mi coche a Fernando Hierro y le marcaba la hora a la que tenía que llegar casa, no sé incluso si tenía carné», cuenta Gonzalo.
Tras retirarse se hizo agente de jugadores y su 1,87 de estatura, ya sin bigote y tupé, se puede ver por el centro de la ciudad habitualmente. «En Pucela me conocen, pero antes me paraban en los aeropuertos y me hablaban en inglés a verme tan pelirrojo, pero ya he perdido mucho», ironiza.
«Cantatore era un psicólogo impresionante, te hacía sentir el mejor y te convencía de que nadie era superior a ti. Además, te quitaba toda la presión»
Gonzalo Arguiñano
Es inevitable volver inmediatamente a Cantatore: «Era un psicólogo impresionante, te hacía sentir el mejor y te convencía de que nadie era superior a ti. Además, te quitaba toda la presión. Si jugabas mal, decía que era culpa suya. Te hablaba del fútbol en la infancia y te tocaba el corazón. La verdad es que se metía al jugador en el bolsillo», comenta un exjugador que admite que su forma de correr «era muy fea» y que era lento, pero «hacía lo que sabía hacer y suplía la falta de velocidad con sentido táctico. Conocía mis virtudes y no hacía lo que no sabía hacer».
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«Cantatore me dio mucha confianza y eso te obliga también a responder en el campo», agrega un tipo que si pudiera rebobinar en su vida dice que volvería al año 1988: «Tenía un entrenador maravilloso, era guapo, la gente me quería y me lo pasaba de cine con mis compañeros cuando quedábamos en El Portón, a veces también con Juanito de la Cruz, el jugador de baloncesto. Allí había una cabina de monedas a la que nos llamaban para hacernos entrevistas. Eran otros tiempos, todo más familiar, aunque yo entiendo lo de ahora, hay muchos más medios y hay que proteger al jugador un poco», dice.
«Con 33 años fiché por el Albacete. Me llevó Manolo Jiménez, jugué 13 partidos y también fue una experiencia positiva, pero ya estaba cansado de fútbol»
Gonzalo Arguiñano
Hablamos también de los golpes de la vida, ya que Gonzalo perdió a su esposa y a su hermano muy jóvenes, con poco más de 40 años, y es donde sale en la conversación su excompañero Pepe Lemos: «Viví con él la enfermedad de cerca, porque era el mismo cáncer que mató a mi hermano, lo animaba aunque yo ya sabía todo lo que le esperaba».
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Volviendo a las alegrías, Gonzalo estuvo presente en el primer 'pucelazo' en el Camp Nou, con un histórico 2-4, en el que el jugador lucense y berciano de adopción Manolo Peña firmó tres de los cuatro goles. Fue un 19 de diciembre de 1987 y aquella era la primera victoria en Barcelona de un Real Valladolid cuya alineación estuvo compuesta por Fenoy, Torrecilla, Lemos, Moreno, Gonzalo, Manolo Hierro, Fernando Hierro, Minguela, Moya, Endika y Peña. Recuerda Gonzalo que aquel equipo era «práctico y muy fiable» y añade que la competencia en los partidillos de los jueves les daba «un plus». Cantatore la fomentaba.
En Valladolid jugó tres temporadas, antes de recalar en el Burgos. Allí sufrió. «El segundo año fue complicado, después en Lleida tuve una etapa buenísima, con Ravnic en la portería. Más tarde en Alicante también estuve a gusto e hicimos una gran temporada culminada en un ascenso a Primera, con Jankovic en el equipo. Con 33 años fiché por el Albacete. Me llevó Manolo Jiménez, el entrenador que tenía en el Hércules, jugué 13 partidos y también fue una experiencia positiva, pero ya estaba cansado de fútbol y me retiré para volver a Valladolid», subraya. Allí recuerda que coincidió con Josico, 'El Toro' Aquino o un imberbe Iván Helguera.
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Tras retirarse se hizo agente o, como él dice, asesor deportivo. «Me gusta ese trabajo y era una manera de seguir vinculado al fútbol», subraya. Ahora está colaborando con el Ávila tras haber comprado el club junto a Luis Perote y unos suecos. «No tengo ningún cargo directivo, solo los ayudo en lo que puedo». Así era y así es Gonzalo, de ayudar en lo que puede. Gente que siempre suma. Por eso su Pucela nos daba tantas alegrías.
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