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Gabi Moya, en una imagen reciente y en su etapa como jugador del Real Valladolid.
La Otra Orilla

Moya, un regate a la muerte y lágrimas al pasear por Pucela

Jugó cinco temporadas en Valladolid y tres en Sevilla. Hace poco tuvo un grave percance de salud

José Anselmo Moreno

Jueves, 13 de febrero 2025, 22:17

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Cuando a tu equipo llega un fichaje, es como si hubiera en tu casa mobiliario nuevo. Sabido es lo de Canobbio con Benítez, el sofá y la lámpara. El problema para Gabi Moya es que debía ocupar el hueco en un pasillo que durante años ocupó Pato Yáñez. Dura papeleta pero la salvó. Era un talento escondido, reclutado entonces del modesto Alcalá junto al delantero Pedro y un año antes que su paisano Damián. Ya en su debut, Moya mostró una habilidad fuera de lo común. Era un extremo que desbordaba por velocidad y clase, aunque después jugó de interior y hasta de lateral. Para una afición que venía de disfrutar a Yáñez, fue un alivio ver aparecer a otro diablo por la banda, salvando las distancias.

Debutó con Cantatore en Las Palmas, partido tras el cual dimitió el chileno y esa misma temporada se consolidó con Azkargorta. Hablamos de 1986 y aquí se asentó Moya durante cinco temporadas. Se integró pronto. Vivió en un piso compartido frente al Meliá Parque, propiedad del exjugador Pedro Duque. Se casó con una locutora de radio y tiene dos hijos sevillanos. Jugó partidos míticos como los de Recopa o la goleada al Barça en el Camp Nou (2-4). No estuvo en la final de Copa del 89 porque las semifinales y la final le pillaron en La Marina de Ferrol, haciendo la mili.

«Valladolid fue clave en mi vida. Para empezar, de mis cinco partidos con la selección, fueron cuatro con la blanquivioleta. Tengo mucho que agradecer al club porque allí viví una época maravillosa de la que estoy orgulloso», dice.

Ahora Moya está más cerca de una pala de pádel que de un balón, ha comentado partidos de fútbol para varios medios y ahora se ocupa de las inversiones que hizo mientras era futbolista. Estuvo bien asesorado y, a sus 59 años, vive tranquilo en Alcalá. Estuvo hace poco en Pucela y asegura que fue como la película «Volver a empezar»: «Iba por la calle viendo rincones de la ciudad y me puse a llorar al sentir lo que significan para mí».

También cuenta una vivencia espeluznante: «Hace dos años jugando al pádel tuve una fisura en la aorta y estuve a punto de morir, me operaron de urgencia durante siete horas. Pude salvarme porque mi corazón de deportista es fuerte. Volví a jugar al pádel y cada día que lo hago es un día feliz para mí, es una forma de competir».

Rebobinamos 40 años y aparecen recuerdos imborrables: «Cuando cogí el tren a Valladolid me dije que no podía volver a Alcalá como un fracasado. Allí había un grupo de mi edad, Torrecilla, Juan Carlos, Rodri, Fonseca o Peña y me sentía genial. Nos juntábamos todos en un bar e iban telefoneando los padres, con el camarero dando voces y llamando a cada uno». Otros tiempos.

De sus primeros meses en Pucela recuerda cuando su padre le compró el primer coche, un Peugeot 205, e iba por la ciudad «todo ancho». Aún conserva el contrato de cuando vino. «Primero fueron tres años, eran 125.000 pesetas mensuales por ser jugador soltero y entre dos y tres millones de ficha, más las primas».

Sobre el Valladolid actual dice que no sabe en qué se ha convertido, que lo sigue y le da «una pena horrible». Mi Pucela estaba en Primera y de mitad de tabla para arriba, dando oportunidad a la cantera y a jugadores de equipos modestos de Madrid».

Recuerda cuando debutó Onésimo y se picaban jugando. «Hasta sin entrenamiento quedábamos para apostar unas cervezas. Si él estaba en el campo necesitábamos dos balones», ironiza.

Sobre su matrimonio con una locutora de la Cadena Ser hay una historia curiosa. «Fui a un programa de la emisora y un mago escribió en un papel tres cosas que iban a pasarme. Se cumplieron todas y entre ellas, esa».

Sus hijos de 29 y 24 años ya vuelan. El pequeño juega en el Coslada y Gabi le dice: «Te pareces a mí, pero a tu edad yo ya era internacional», para intentar picarle el amor propio.

Con quien más relación tiene aquí es con Juan Carlos, aunque «cuando me llama me echo a temblar porque temo que es para decirme que murió alguien». El último fue Lemos, de quien Moya recuerda una anécdota cuando fueron vecinos durante unos meses en la calle Gondomar: «Tenía que empujar todas las mañanas su Ford Escort para que arrancara y subir juntos al estadio».

Respecto al Sevilla dice que allí cayó en gracia. «Cuando voy, la gente aún corea mi nombre, les gustaba mi fútbol. Empecé con Luis Aragonés y me fue fenomenal. Metí varios goles al Pucela con la camiseta del Sevilla y, al revés también, tres tantos en Zorrilla contra un Sevilla al que entrenaba Cantatore».

Para acabar, ambos recordamos el germen de esta entrevista. Otra parecida de hace 37 años y que ahora sería «ciencia ficción». Se la hice junto a Gonzalo y Hierro, sus compañeros de piso. Quedamos una tarde en El Portón, el cuartel general de aquel Pucela. No había móviles ni hacían falta. Sabíamos que todos estaban allí a partir de las cinco. Así, sin avisar, hicimos ese reportaje y nos fuimos a tomar cañas. Moya lo recuerda y dice que esa época de periodistas y jugadores compartiendo vida era muy bonita. «Me acuerdo de aquella información, tenía un título curioso y entonces solo nos hacían entrevistas sobre fútbol». El titular era 'Tres solteros y un balón' e iba sobre cómo se organizaban en casa y cómo veían el futuro en el contexto de la famosa película 'Tres solteros y un biberón'». Hablando de aquello, Gabi acaba haciendo una reflexión: «Ahora estamos haciendo lo mismo pero hablamos de pasado y no de futuro porque los dos tenemos más pasado que futuro». Él es más joven y posiblemente tenga más futuro, pero concluye diciendo que «el Pucela es mayor que ambos y su futuro es más incierto».

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