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Pepe lemos, en una imagen meses antes de su fallecimiento. En detalle, vestido de blanquivioleta en enero de 1992. El Norte
Pepe Lemos, el galleguín más celeste y blanquivioleta
Blanquivioletas en el recuerdo

Pepe Lemos, el galleguín más celeste y blanquivioleta

Es el jugador de Celta y Real Valladolid más reconocido por ambas aficiones. Falleció en septiembre de 2023 y es, junto a Manolo Peña y Quique Moreno, los tres que faltan de una generación inolvidable

José Anselmo Moreno

Miércoles, 12 de marzo 2025, 12:21

Galleguín, así llamaba Cantatore a Lemos. Esto pretende ser un homenaje al jugador de Celta y Pucela más identificable en ambos lados, pero con el que desgraciadamente ya no se puede hablar para la sección 'Protagonista en las dos orillas'. No cumple esa condición, aunque sí todas las demás. Es nuestro lateral a pie cambiado más recordado antes de Lucas Rosa y después de Pérez García. Tuve la suerte de charlar con él varias veces durante dos años tras la mediación de un amigo y me enviaba fotos presumiendo de que se conservaba bien. Lo llevaba a gala y así era. Estaba fino y juvenil, como un chaval. Manteníamos contacto y meses después de una tardía felicitación de cumpleaños supe de su fallecimiento. La tentación de repasar toda la secuencia de Whastapp me brotó, pero no lo hice. Cada poco ponía '¡Aúpa Pucela!'. Cuando algunos medios me pidieron permiso para utilizar esas fotos de mi blog en su obituario yo les decía: «Obviamente, eran sus favoritas».

Me hablaba con pasión de su hijo, que llegó a jugar en el Celta juvenil, y de su sobrino Claudio Giráldez, actual entrenador del equipo vigués. Me contaba también que él lo puso todo para venir a Pucela. Tras el descenso del Celta en 1986 compró su carta de libertad y llegó para doblar el puesto con Torrecilla, que al final se quedó cuando estaba casi hecho su traspaso al Atlético. Su situación empezó a cambiar para él en un Real Valladolid-Cádiz jugado un 19 de octubre de 1986. En la primera parte se lesionó Juan Carlos y su suplente (Martín Sáez) no estaba convocado. Otro lateral zurdo, Sánchez Valles, salió ese día como central ante las bajas del equipo. Lemos tuvo que jugar ese partido de lateral zurdo. Le cogió el gusto y las siguientes temporadas jugaría ahí hasta que, en el último año de Maturana, un emergente Santi Cuesta (internacional sub 21) le desplazó a la banda derecha y ya no se le veía cómodo ahí.

Hablaba con pasión de su hijo, que llegó a jugar en el Celta juvenil, y de su sobrino Claudio Giráldez, actual técnico

Fue Cantatore quien pidió su fichaje. En su segunda etapa, el chileno ya le había visto jugar en la izquierda así que durante un amistoso de pretemporada en Laguna le probó de lateral zurdo e hizo un partidazo. Ahí se quedó. Se acostumbró al perfil izquierdo tras años de esfuerzo para acomodar su profundidad y su verticalidad al lado contrario, incluso jugando con cinco defensas el año de la final de Copa. Fue el máximo asistente del equipo esa temporada. Fonseca, Peña y Alberto sabían lo que Lemos iba a hacer una vez que llegaba arriba, sus centros se iban cerrando y hasta era mejor para ellos. Se hizo imprescindible y, de hecho, aquel año había dos laterales diestros (Miljus y Patri) pero solo él para la otra banda.

Era rápido, a veces llegaba mucho antes que el rival y tenía que perder tiempo en recortar para ponerla con la derecha. Los contrarios lo sabían, le tapaban su lado pero él se buscaba la vida.

Debutó en el Celta con 17 años y ayudado por la normativa de los jugadores sub 20 de la temporada 79/80. Entonces era extremo. En Valladolid, Lemos llegó a ser internacional, aunque en un partido no oficial porque fue contra un club. Fue convocado junto a Luis Minguela, para un partido de homenaje a Alvelo, quien había sufrido una lesión medular. Vistió la Roja, por tanto.

Con Wirth, Hierro II, Quique Moreno (de pie), y Moya, en una imagen de julio de 1986. Cacho

Wirth de central

Fue su mejor época en Pucela, pero me contó que nunca lo tuvo fácil. Un año antes de venir, al regresar de una estadía del Celta en Cabeza de Manzaneda, sufrió un accidente de trafico que le tuvo mucho tiempo de baja, ya que se rompió el esternón. También me relató la cara B de una anécdota graciosa, pero nunca se supo la versión del damnificado.

«Cuando Azkargorta alineó a Wirth (portero) como central en Sevilla yo dije que no me cambiaba porque consideraba que era una insulto quedarme en el banquillo siendo defensa, y le insinué que por qué no me ponía a mi de portero, pero entre Camilo Segoviano y el presidente me calmaron», así lo contaba.

Fue duro el momento de su retirada porque al haber fallecido un familiar, su hermana le pidió que no se marchara otra vez de Galicia. El escogió las raíces a la itinerancia del fútbol profesional. Para entonces ya había rechazado una oferta de Primera y decidió quedarse para jugar en el Porriño y después entrenarlo. En su tierra acabó montando una empresa de distribución de suministros industriales y le fue bien. Supo afrontar la vida tras el fútbol.

Sobre la final de Copa del 89 decía que no acabó contento porque hacía mucho calor y él no rendía igual así: «No subí como tenía que haber subido y me limité a defender lo mejor posible mi banda, con Míchel y compañía».

Aquella final de Copa del Rey

Precisamente cuando se encontraba con Míchel, éste bromeaba: «Espera gallego, que no llevo espinilleras». Se llevaban bien pero Pepe tiene clavada aquella derrota ante el Real Madrid. Mauro Ravnic le escribió un día, cuando Lemos le informó de que estaban reponiendo en televisión la final de la Copa del Rey durante el confinamiento: «Mira a ver si perdemos otra vez o ganamos en la reposición, Pepiño».

Otro partido grande fue el 2-4 en el Camp Nou con dos asistencias suyas. Contaba que en Barcelona el público le odiaba porque había lesionado a Marcos Alonso jugando con el Celta y a la hora de poner las fotos en el marcador con las alineaciones la suya estuvo ese día medio minuto y todo el estadio pitaba.

Reconoce que su peor año fue el segundo de Maturana porque «se estropeó» el ambiente y había grupos divididos de jóvenes y veteranos: «Si un chaval hacía una frivolidad en el campo y tú le decías que con lo que nos estábamos jugando eso no procedía, el entrenador te quitaba la autoridad».

Aunque reconocía la riqueza táctica de Maturana, sostenía que Cantatore fue el mejor. «Con él nos sentíamos invencibles». Hubo una etapa en que le decía: «Galleguín no subas tanto» para que el equipo estuviera equilibrado y no le cogieran la espalda a Gonzalo, que no era rápido. «Así nos ayudábamos unos a otros, yo con Gonzalo no tenía que disputar un balón de cabeza y cuando había que echarle una mano con mi velocidad yo le ayudaba a él». Las cosas de aquel equipo por el que 35 años después aún sentimos orgullo.

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