Con orgullo y con honor
«Un club gestionado de forma ruinosa por desprenderse de activos importantes, no invertir en relevos adecuados y carecer de respuesta deportiva (y económica), está condenado al descalabro, la deshonra y el destierro»
Un arquitecto al que se le derrumba su edificio sería demandado y tendría difícil cualquier nuevo contrato. Una cirujana con pulso dubitativo y poca finura ... sería apartada de los quirófanos. Una panadería con barras indignas de una provincia que tiene un museo para este sustento básico tendría que bajar la verja indefinidamente. Y un club de fútbol gestionado de forma ruinosa por desprenderse de activos importantes, no invertir en relevos adecuados y carecer de respuesta deportiva (y económica) ante la planificación más disparatada de las últimas décadas, está condenado al descalabro, la deshonra y el destierro.
Lo más penoso de la situación es que el Real Valladolid, como filia, había logrado ser (de nuevo y más que nunca) el equipo de la ciudad, llevar veinte mil y pico fieles engalanados con camisetas blanquivioletas a un estadio que los acólitos llamamos templo y generar una ilusión a días alternos en el pequeño corazón de los vecinos, fuesen seguidores o no del baloncito y las porterías. El caso es que, como decía aquel, los hechos hablan por sí mismos, y lo que un día fue anhelo hoy se torna en espejismo, en pesadilla sin Freddy Krueger pero con cortes y heridas. Lo que pasa es que esos tajos van en el alma y no se ven, pero se sufren.
Es posible que esto no trate de sentimientos, sino de números, y que los dirigentes de la institución sigan usando sus calculadoras y el saldo les salga a cuenta; que estén dispuestos a saltar del barco cuando se hunda sin ningún remilgo y culpando al maestro armero de lo que ellos no han sabido mantener. No vale con capas de pintura y obras necesarias: esto funciona si no dejas morir la proverbial gallina de los huevos de oro. Quizá la castellana no llegue a ese metal precioso, pero da leche sin ser vaca. Y se muere. Va agonizando por las esquinas de España.
Si ustedes tienen una pareja y no la quieren, déjenla. Puede doler, puede hacer daño, pero será mejor que condenarla a un lento estertor. Entiendo que aquí se trate de pasta gansa y que el dueño no esté dispuesto a vender duros a cuatro pesetas, pero ofertas ha habido y el producto, de seguir así, va a valer menos de una perra gorda. Déjennos. Volveremos, no lo duden. Pillen la plusvalía y pongan tierra de por medio. En tres años nadie se acordará de ustedes, porque aquí tenemos una historia tejida por líderes con soluciones, artistas del quiebro y correbandas esforzados. A veces las cosas salen mal, pero dejar que acaben así es indigno. Y hace pupa. Dice el himno que el escudo se lleva con orgullo y con honor. Así que si les da igual el brillo al salir del túnel de Zorrilla o el erizamiento de la piel cuando la afición canta y aplaude, tal vez haya llegado el momento de partir peras.
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