«El sueño de cualquier farmacéutico es tener su farmacia… y en un pueblo, mejor que en ningún sitio»
Defiende el valor estratégico de este servicio que sostiene la vida en los pueblos
Isabel Pérez lleva cinco años al frente de la farmacia de Fuentes de Nava, a donde viaja cada día desde Valladolid para ejercer su vocación ... en el medio rural. «El sueño de todo farmacéutico que se dedica a oficina de farmacia es tener su propia farmacia. Y en un pueblo, mejor que en ningún sitio. Porque es donde mejor se trabaja», asegura con la convicción de quien ha encontrado su lugar en el mundo.
Tras casi dos décadas trabajando en farmacias urbanas, Isabel dio el paso y adquirió el traspaso de la farmacia de Fuentes, que llevaba doce años funcionando. Lo hizo convencida de que era el movimiento adecuado: «Tenía que haberlo hecho antes», admite ahora. «En una ciudad es más frío, aquí el trato es como en una familia», reconoce, satisfecha por haber podido cumplir ese viejo anhelo de muchos farmacéuticos, ser dueños de su propio espacio. «Yo tenía claro que quería una farmacia. Y las del entorno rural, además de ser más asequibles, te dan algo que en la ciudad no encuentras, calidad de vida, autonomía y vínculo con la comunidad», afirma.
La suya no fue una decisión improvisada. Estudió el paso, comparó alternativas y encontró en Fuentes de Nava, en la provincia de Palencia, el equilibrio entre viabilidad económica y vida profesional. El traspaso de una farmacia no es barato, la inversión depende directamente del volumen de facturación y del número de habitantes, pero en su caso, el tamaño medio del municipio y una ayuda familiar lo hicieron posible.
«El cambio fue radical. Venía de turnos partidos, guardias, jornadas interminables. Ahora trabajo de 10:30 a 16:30. Eso me permite llevar a mis hijos al colegio y pasar la tarde con ellos», explica. La conciliación, en su caso, pasó por el medio rural y, aunque el negocio no deja grandes márgenes, la diferencia es que ahora lo hace a su manera, con autonomía y sentido de pertenencia: «Es tuyo, lo llevas como tú crees que debe hacerse. Eso no tiene precio».
Pero además hay una dimensión humana que solo se comprende al vivirla. «Aquí te conviertes en parte de la familia de cada paciente. Cuando alguien fallece, lo sientes como propio. Hay gente que viene cada día solo a charlar un rato. Y siempre te dan las gracias por estar. Eso en la ciudad no lo ves», cuenta.
Porque en los pueblos, el farmacéutico no solo dispensa medicamentos, también acompaña, escucha y, muchas veces, suple otras carencias. «A diario llevo medicamentos a domicilio. Personas mayores que no pueden desplazarse, vecinos de otros pueblos que no tienen coche… En una ciudad eso no lo haces, pero aquí es imprescindible», detalla Isabel con naturalidad. «Es como si llevaras la medicina a tu madre o a tu tía. Yo lo veo así», continúa.
También hay colaboración directa y fluida con el personal médico del consultorio local. «Si hay algún error en la receta, llamo directamente a la médica. Nos entendemos perfectamente. Esa cercanía también facilita el trabajo y lo hace más seguro», continúa.
Asegura que la farmacia rural es, en muchos casos, el único punto sanitario al que pueden acceder los vecinos de forma inmediata. «Aquí me han dicho muchas veces: menos mal que hay farmacia. Y es verdad. Puedes vivir sin panadería una semana, pero no sin medicamentos. Y más con una población envejecida como esta», reflexiona. En su opinión, la farmacia rural cumple además una función estratégica porque mantiene vivo el pueblo, es un servicio esencial.
Pese a la aparente fragilidad de la vida rural, ella no cree que haya riesgo de relevo generacional en las farmacias de pueblos como Fuentes. «Mientras se mantenga un mínimo de población, siempre hay farmacéuticos interesados. Lo que hace falta es que puedan asumir el coste», señala. Fuentes de Nava, con menos de 600 habitantes censados durante el año, y el doble en verano, mantiene servicios como médico diario y farmacia abierta, dos pilares que marcan la diferencia entre quedarse o marcharse.
El compromiso de Isabel con el pueblo va más allá del mostrador. «Yo aquí estoy feliz. Recorrer cien kilómetros no me pesa si el destino merece la pena. Y este lo merece. No lo cambiaría por ninguna farmacia de ciudad», asegura con una sonrisa. Ella dio el paso y apostó por el medio rural y lo hizo por vocación, por convicción, y porque, en el fondo, como dice, en los pueblos es «donde mejor se está».
Su historia es también la de un modelo de atención sanitaria de cercanía que sigue siendo esencial para la supervivencia de las zonas menos pobladas. Porque no hay futuro rural sin servicios, y pocos servicios son tan estratégicos como una farmacia.
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