Volver a Valero
Valero, pueblo de ensueño en uno de los valles más hondos y hermosos de la Sierra de Francia, dominio de las Quilamas y jurisdicción de Béjar, fiel a la cita de luces con el comienzo de nuestra temporada taurina
Un año más, y ya he perdido la cuenta, el próximo miércoles, aunque el tiempo sea adverso, regresaré a Valero, pueblo de ensueño en uno ... de los valles más hondos y hermosos de la Sierra de Francia, dominio de las Quilamas y jurisdicción de Béjar, fiel a la cita de luces con el comienzo de nuestra temporada taurina, de nuevo abierta por el festival que los valeranos dedican a su patrón: San Valerio del Bierzo, anacoreta en el monasterio de San Pedro de Montes, con cuyo gran cartulario, por cierto, se están midiendo paleográficamente Gregoria Cavero y Encarnación Martín, colegas de la Universidad de León, por encargo del Instituto Castellano y Leonés de la Lengua.
He perdido la cuenta de los años, decía, pero no la memoria de las nieves, los hielos y las cencelladas que de Béjar a Valero y de Valero a Béjar me han tocado en suerte. Ventiscas de nieve en polvo, las de las temidas 'placas de viento'; cencelladas blancas, que constituyen un espectáculo maravillosa, o cencelladas duras, terribles de noche por aquellas carreteras; y hasta una helada negra. «El toro del tiempo también arrea», que decía mi tío Gonzalo, que me inició en estas lides valeranas en las que sigo, ayer como hoy, haciéndome cruce ante el valor de los toreros. Hará un par de años, cayendo chuzos de punta y con el piso imposible, Cayetano levantó la vista del barrizal y, mientras los suyos le apremiaban para suspenderlo, clavó la mirada en la ladera del monte, cuajada de gente. «¿Alcalde, cuánto tiempo llevan ahí?», preguntó a Demetrio Canete, regidor en puntas del municipio. «Algunos desde media mañana», respondió este. «Vamos», dijo el torero, desmedido en su entrega ante unos utreros adelantados que le obligaron a emplearse a fondo.
En Valero cobra pleno sentido el dicho de «Juan Palomo, yo me lo guiso, yo me lo como». Con la variante de que los valeranos, que satisfacen a escote los gatos, comparten el regocijo con quienes tenemos a bien sumarnos. Tan generosos se muestran que hasta habría sitio, en condición de 'maletilla pobre', para un exmandarín de la calaña de Pastorcito de Cervera, «canónigo en bochornos y obispo de trapisondas», descripción de Alejandro Sarmiento, director del Museo de la Evolución Humana, que en todo caso se quedaría corta para un príncipe destronado que cuando mandaba nada quiso saber del toreo popular. Peor para él. Qué entrañable desde la humildad este festival de tierras adentro.
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