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En el hombre, como en el pájaro, parece haber una necesidad de emigración, una vital ansiedad de sentirse en otra parte. La observación es de ... Margarite Yourcenar. En otra parte o en otro tiempo, aunque no signifique lo mismo: los lugares habitan el tiempo exactamente igual que las personas. Ahora resulta que no acabamos de estar a gusto en el presente y pretendemos llegar a la semana que viene sin haber alcanzado siquiera al mediodía de hoy. Hace pocas horas que ha vuelto la luz. Diez horas –como decenas de millones– estuve sin ella en casa, sin línea de teléfono, sin internet, sin ascensor, sin cocina ni microondas, en pleno centro de Madrid. Oye, Siri, que no tengo luz; OK, Google, haz que funcione el micro para calentar un vaso de leche; oye, Alexa, enciende el wifi… Nada, ni Alexa ni Siri ni Google, ni rastro de esa IA, de esa Inteligencia Artificial que va a transformar el mundo y al ser humano la semana que viene. Soñamos con naves ardiendo más allá de Orión y se va a la luz, saltan los plomos, y un país con 1,6 billones de euros de PIB se paraliza. Todavía estamos en el hoy, en el ahora y no lo tenemos tan bien atado como para andar perdiendo el culo por ese futuro que auguran. Llueve y mueren cientos de personas; un virus causa millones de víctimas; salta un automático de la caja de la luz de España y retrocedemos al siglo XVIII. Paciencia, el futuro nos alcanzará cuando sea la hora. Trabajemos sin descanso para lograrlo pero, a la vez, aseguremos este presente que tenemos cogido con alfileres.
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