Los tiempos que vienen
«La tensión política, y más aún en cercanía electoral, es perfectamente legítima y comprensible, sin perjuicio de que también sea deseable que se desarrolle de forma civilizada»
Apuesto a que, haciendo memoria, no recordamos ningún año en que, por estas fechas, no se asegurara que estábamos en trance de vivir un otoño ... caliente. Luego había de todo: otoños más que calientes, incluso ardientes, otoños templados y otoños fríos. Habrán vuelto a oírlo en estos días primeros de septiembre, en los que es costumbre abrir el curso, o más bien, los cursos, porque la apertura se aplica lo mismo al político, que al académico, al judicial o al económico. Y, por cierto, no muy correctamente, porque los únicos cursos que oficialmente se interrumpen son el académico y el judicial. Los otros, el político y el económico, no es que se abran cada año en septiembre, es que no se cierran nunca. La política y la economía ni conocen vacaciones, ni dan respiro, por mucho que sus protagonistas principales aparenten alguna pasividad.
Ahí estamos, pues, en puertas de otro otoño caliente. Por las circunstancias que se avecinan es muy probable que lo sea de verdad, aunque, de momento, lo que fue y sigue siendo caliente es el dichoso verano este, batiendo records de calor, de sequía, de incendios, de accidentes, de percances, de precios y de conflictos. Así que curados de espanto estamos en ciertos aspectos, y no tanto en otros, que, sin duda, prometen momentos estelares, especialmente en la política y en todo lo relacionado con ella.
Lo que va a ocurrir es bien predecible, en buena medida porque ya viene ocurriendo desde hace unos meses. El resultado electoral de junio en Andalucía hizo tocar a rebato, se inició el tiempo de consolidar o de remontar, para unos u otros, y ya antes de verano se dejaron puestos los mojones para marcar territorio. Pero ahora llega el momento de la contraofensiva y de marcar distancias, porque el tiempo corre que se las vuela. Antes de un año, dentro de este curso político que ahora se inicia, habrá elecciones municipales en todos los ayuntamientos y elecciones regionales en algunas comunidades autónomas, solo en algunas, porque otras, incluida la nuestra, ya las han celebrado separadamente. Pero es que en poco más de un año se agota también la legislatura nacional y corresponderá celebrar elecciones generales.
Entre aquellas y estas solo habrá unos meses de tregua (o sea, ninguna tregua), poco tiempo para enderezar trayectorias o cambiar tendencias. De manera que el próximo resultado electoral será tan determinante para el siguiente, lo mismo que el ambiente político general podrá influir tan intensamente en el resultado municipal y autonómico, que, en esto sí, estamos iniciando un otoño verdaderamente prometedor, como decía. En primer lugar, porque, como pocas veces ha ocurrido, los agentes electorales necesitan marcar distancias con cierta urgencia. Necesita hacerlo Podemos, o lo que se genere en su espacio, respecto del PSOE; el PSOE respecto del PP; el PP respecto de Vox; Ciudadanos respecto de sí mismo; los nacionalistas unos respecto de otros en cada territorio, y probablemente todos respecto de opciones emergentes, sean locales o sectoriales, que, por su impronta transversal, pueden estar en condiciones de pescar en múltiples y distintos caladeros. Así que asistiremos a un escenario lleno de intensidad, en el que se combinarán las confrontaciones locales inmediatas con un ambiente progresivamente tenso en la política nacional. Y veremos proliferar estrategias que, aunque no sea del todo desconocidas, pueden resultar un tanto sorprendentes.
«Asistiremos a un escenario lleno de intensidad, en el que se combinarán las confrontaciones locales inmediatas con un ambiente progresivamente tenso en la política nacional»
El símil futbolístico viene muy a cuento: habrá achique de espacios, porque los espacios se han reducido y cada uno querrá defender el suyo, a la vez que ocupar lo que pueda del espacio del vecino; habrá marcaje al hombre, en cuanto se intuya que una parte de la expectativa electoral está asociada a un supuesto efecto personal de uno u otro candidato, sin excluir la zancadilla o la patada; habrá, en fin, consignas de fingir lesiones, de pérdidas de tiempo, de presión al árbitro, de búsqueda de complicidades mediáticas, y tantas otras que ahora mismo no alcanzo a imaginar.
Todo ello, obviamente, adaptado al peculiar lenguaje de la política, donde la mezcla de discursos e iniciativas con la abundante catarata de sondeos que nos espera, irá creando un ambiente preelectoral, esta vez inusualmente prolongado, en el que asistiremos a episodios quizá un tanto forzados. Habrá ocasiones en que uno, el Gobierno, o alguna de las partes que lo integran, o la oposición, se apropiará de iniciativas del otro, haciéndolas suyas con oportunismo, por sorpresa y sin reconocer el origen; se intensificará el mensaje de la falta de apoyo a ciertas medidas de un adversario al que se busca presentar como irresponsable e insolidario, cuando en realidad tal apoyo no sería conveniente porque, de haberlo, mermaría el crédito de dicho mensaje; se olvidará que hay momentos y circunstancias en que el previsible efecto positivo de determinadas medidas, objetivamente acertadas y favorables, puede quedar neutralizado si hay más desconfianza que credibilidad; o, en fin, no se tendrá suficientemente en cuenta que ciertas prácticas y actitudes políticas, cuando son agresivas y reiteradas, lejos de tener rentabilidad, lo único que hacen es evidenciar nerviosismo y debilidad, como síntoma de mala expectativa.
«Sería deseable que el ambiente en que vayan a desarrollarse los próximos eventos contribuya a una razonable cohesión democrática y no a una división radicalizada»
Y lo más relevante del momento y para el próximo futuro. La tensión política, y más aún en cercanía electoral, es perfectamente legítima y comprensible, sin perjuicio de que también sea deseable que se desarrolle de forma civilizada. El riesgo es otro; el riesgo es que las urgencias partidarias del corto plazo electoral se impongan de tal manera que impidan percibir el contexto de fondo en el que estamos, caracterizado por la agudeza de problemas que no son del corto plazo. En el pasado inmediato hemos experimentado la dramática situación de la pandemia, aun latente, aunque con una virulencia ostensiblemente menor; hemos comprobado in situ y en tiempo real las inclemencias que derivan de un cambio climático acelerado, con fenómenos de calor, sequía y fuego verdaderamente alarmantes; vemos ahora, ya muy advertidos, que la crisis energética y la inflación, incluso si se moderan en intensidad, pueden tener efectos sociales y económicos negativos y duraderos, porque, aunque hayan sido potenciados por la guerra en Ucrania y la actitud de Rusia, no ese su único origen.
Sería, en fin, oportuno valorar que todo lo que va a ocurrir en este tiempo incierto se proyectará sobre una sociedad preocupada y temerosa, necesitada de expectativas, de confianza, de cierta seguridad y, hasta donde sea posible, de esperanza. Y, por lo mismo, sería deseable que el ambiente en que vayan a desarrollarse los próximos eventos contribuya a una razonable cohesión democrática y no a una división radicalizada y frentista de la ciudadanía. No olvidemos que, a la larga, los puentes siempre han sido más útiles que las trincheras.
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