Un cuaderno ya empezado
«Septiembre es el triunfo de la probabilidad, la probabilidad constatada de que la vida sigue. La experiencia de queno hace falta estrenar un cuaderno nuevo, ni aspirar a que el actual sea por fin el perfecto»
Septiembre nos pilla cansados, porque los veranos ya no son lo que eran. «Descansa», te desean, como si fuera una orden, cuando arañas los días ... de vacaciones. Pero entre el bochorno y los años regresamos con menos barras de vida. El aire fresco se cuela por los tobillos y avisa del cambio de estación. Como dicen, en Castilla hay dos estaciones, la del infierno, que hoy más que nunca es el verano, y la otra. La de poner orden en la casa y esperar las tardes de luz menguante.
En septiembre se enciende el deseo de regresar al hogar, el hogar en abstracto. La esperanza de encontrar un rincón donde aposentar por fin los cuatro trastos que has ido acumulando a lo largo del tiempo, como cuando las hermanas Schlegel despliegan la alfombra en el saloncito de Howards End. Sí, es todo cuestión de medidas: los amores, los muebles, la ropa, nosotros mismos y nuestro esfuerzo estéril de encajar en no se sabe qué moldes que no son los tuyos, y que por fortuna se aligera bastante con el tiempo.
Septiembre es la normalidad, la rutina, lo que no sale en los periódicos. «Un hombre se despertó el martes a las seis menos cuarto en Parquesol, se duchó, tomó un café rápido y se fue a trabajar. Hacía fresco. Después de comer le dolía la rodilla, tomó un ibuprofeno y cayó dormido viendo la televisión. Por la tarde dio una vuelta por el barrio. A última hora le llamó su hermano». No, en el periódico no hablan de nada de eso, a quién le importa una vida igual a la suya. La vida simple y a la vez llena de detalles que guardamos cada uno.
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Septiembre suena a librerías y cuadernos nuevos, aunque ya no tengas que comprar calcetines, ni estuches, ni pijamas crecederos. Los niños ya no lo son, los padres se van y las estaciones regresan, y algunas costumbres quedan aparcadas, como si ya no te invitaran a la fiesta. Toca sustituir unos hábitos por otros, para alejarse del abismo. En la escuela te enseñan que el hábito templa el carácter para alcanzar el éxito, y con el tiempo descubres que el hábito es lo esencial, y el éxito solo el macguffin. Todos los que alcanzan el éxito coinciden en eso mismo, en que nunca sintieron más de cinco minutos que lo poseyeran. Pasolini decía que había que educar a las nuevas generaciones en el valor de la derrota, en manejarse en ella, en fracasar y volver a empezar sin que el valor y la dignidad se vean afectados.
Septiembre es pasar a limpio los apuntes del año pasado. Inscribirse de nuevo en actividades. «Es superimportante trabajar el abdomen, y la respiración. Sobre todo, tienes que conectar», explica una mujer a su interlocutora telefónica. Septiembre es la cola de la lotería, esa abuela que pregunta qué bote hay en cada juego: ¿tres millones y medio? Pues una apuesta a ese. Justo lo que me vendría bien, no para mí, para mi hijo». Como si su deseo fuera una plegaria que pudiera retorcer a su favor las bolas del sorteo. Septiembre es eso, apostar un euro de vez en cuando, y olvidarte de mirar los resultados, porque las matemáticas son lo que son. Los chavales creen que tienen energía suficiente para apostar fuerte, para apostar doble cada vez que pierden, como en la martingala. Es ley de vida, pero han vivido pocos comienzos de curso. Con el tiempo aprendes a respirar, más que con el abdomen con las fuerzas de flaqueza, que son infinitas, la verdadera fuerza de los débiles.
Septiembre es el triunfo de la probabilidad, la probabilidad constatada de que la vida sigue. La experiencia de que no hace falta estrenar un cuaderno nuevo, ni aspirar a que el actual sea por fin el perfecto, el de caligrafía armoniosa, limpio de tachaduras. Solo hay que seguir rellenando páginas, poco importan el desorden y las contradicciones. Como ese verso de Bertolt Brecht: «No os dejéis engañar con que la vida es poco».
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