En un barco de papel

No hay que ser familiar de Miguel Ángel o David para estremecerse con los gritos de las más ruines y miserables alimañas. Esas que jaleaban a los narcotraficantes mientras éstos jugaban con la raquítica neumática de la Guardia Civil, como lo hace el gato con el ratón. Tampoco hay que serlo para indignarse ante una clase política que decidió no dar la cara en Barbate pero sí acudir a la fiesta del cine español. Eligieron ponerse sus mejores galas, sonreír y disfrutar de los focos mientras unas viudas, unos hijos y unos padres lloraban a sus muertos. Menos aún para mostrar inquietud ante un Ministerio del Interior que asegura tenerlo todo bajo control en una zona tradicionalmente conflictiva y en la que, apenas unas horas después, se asesina vilmente a dos agentes de la Guardia Civil.

No hay que conocerte, Patricia, para entender que no quisieras que la persona que desmanteló la OCON Sur, la unidad de élite que pretendía acabar con quienes mataron a tu marido, se acercara siquiera a su féretro. Que no estuvieras para fingimientos ni golpes en el pecho de este ministro, y tampoco de todos los anteriores, porque todos ellos son responsables de que tu David y los otros Davides vestidos de verde se hayan tenido que enfrentar a Goliat sin medios. O que necesites saber quién dio la orden para que se subieran a un ridículo barco de papel, vendidos como peleles, pero con más honor del que otros tendrán jamás. Para saberlo tampoco había que conocerles y mucho menos era necesaria una misión suicida.