Sobre el fuego
Arder con lágrimas es una forma de vivir y de morir, y que llegue a Valladolid la humareda de Cebreros y Zamora es más que un indicio
Sí. Lo confieso. Odio el fuego. Con todas mis fuerzas. Como sólo se puede odiar lo que se conoce de cerca. Algunos años en Medio ... Ambiente (dispensen que no concrete) me cambiaron la visión de todo. O no tanto. Pero es que he visto en la Castilla media cómo la tierra combustionaba sola, cómo la resina avisaba de un incendio. Y mucho antes cómo el monte de mis primeras nieves, allá por el Sur, se quemaba ante la incapacidad. Yo sé también que la columna de hoy debiera ser, no sé, algo más ligera que volver a hablar del fuego. Pero es que está ahí, persoguiéndome el malvado. Desde el pinar a mi casa natal vi fuego; y los pushes y los flashes de todos los periódicos eran el mismo y diferente. Tanto que ya se me pegó el olor a candela en la mascarilla que llevo a ratos.
He pensado en el fuego de mala forma: entre el 'dolce far niente' en la casa materna y en el momento exacto cuando Pogacar pasaba por una pintada de «El Chava vive». He visto el Pirineo verde y he pensado que en esta vertiente, cruzando el monte y el Ebro, el verano mata. Yo odio también al verano, y lo digo, porque nos hace menos Europa.
No quiero hablar del fuego, pero hablo, de nuevo. Porque ya no es normal lo que se avecina, lo que vendrá, esos 38° sostenidos con un sol que agujerea el alma. Cuando el bosque más sediento está y no hay un bombero para parar esto.
Arder con lágrimas es una forma de vivir y de morir, y que llegue a Valladolid la humareda de Cebreros y Zamora es más que un indicio; es la evidencia de que asumimos muy mal, desde la más tierna infancia, eso de «todos contra el fuego».
Nostalgia eterna del nevazo. Aunque digan que es populismo.
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