Elogio de los jueces
Cuando la presidenta del Consejo General del Poder Judicial ve la necesidad de pronunciarse en defensa de sus compañeros, algo grave sucede
Ni siquiera tras más de treinta años dedicado al estudio del Derecho me atrevería a ser juez. Tanto respeto le tengo a la función jurisdiccional, ... tarea de juzgar y hacer ejecutar lo juzgado. Imaginen ustedes las dificultades de asumir responsabilidades de tal calibre: dictar autos o sentencias que envían personas a prisión, dirimir contenciosos familiares, decidir quién lleva la razón en cualquier pleito. Si alguien cree que es fácil, que tiene poco mérito o que puede hacerlo cualquiera, no sabe de lo que habla.
Además, es muy difícil llegar a ser juez, al menos hasta ahora. Para alcanzar ese puesto, jóvenes recién graduados se encierran durante años y preparan las oposiciones. Diez, doce, catorce horas diarias, descansando un día como mucho. Cientos de temas deben memorizar, dejando a un lado las tentaciones, demostrando su vocación con perseverancia. Toda una ordalía en clave de capacidad, el filtro reservado para los más tenaces y determinados en su propósito de alcanzar la magistratura.
Así se ganan respeto social, con la legitimidad de la forma de ingreso. Si exigimos esfuerzos extraordinarios a los aspirantes a jueces es porque somos conscientes como sociedad de la importancia de seleccionar perfiles idóneos, mujeres y hombres capaces, muy por encima de la media, dispuestos a estudiar las leyes, conscientes de su deber y dispuestos a demostrar cada día criterios razonados y razonables. Una rebaja de los requisitos de acceso comportaría un insulto al sacrificio realizado, poniendo también en riesgo su perfil actual, en general incorruptible.
Cuanto más exigente sea una tarea, mayores han de ser los escrúpulos en la elección de las personas llamadas a cumplirla. Si la sociedad se juega mucho, ha de ser cuidadosa al señalar caracteres humanos. Muchos oficios comportan riesgos, menesteres complejos de los que dependemos. Pocos proyectan sus competencias de forma tan incisiva sobre la libertad y la propiedad de la gente. Profesionales sanitarios y de la seguridad se encuentran en un ámbito semejante, pero no tienen el poder de decidir sobre nuestros derechos con el mismo alcance. Por ese factor diferencial, el estatuto de los jueces merece mayor cuidado.
Por desgracia, hay quien piensa distinto al ejercer competencias ministeriales. Cuando la presidenta del Consejo General del Poder Judicial ve la necesidad de pronunciarse en defensa de sus compañeros, algo grave sucede. Y si más de mil jueces deciden parar, los legisladores deberían tener en cuenta su opinión. Recordemos que Europa considera intocable la independencia del poder judicial, clave del Estado de Derecho y garantía de las libertades.
Cada vez que los políticos deciden maniobrar en este ámbito, lo estropean. Cualquier reforma impulsada contra lo que saben los jueces es una mala idea. El plante de esta semana pone de manifiesto su disconformidad, incomodidad y protesta por la situación presente, perjudicial para la imparcialidad, un conjunto de medidas que ponen a la magistratura en la diana. Fatal estado de cosas.
Una protesta tranquila como la del miércoles no debería escandalizar a nadie, ni dar lugar a interpretaciones sesgadas que confunden casos individuales con soluciones estructurales. El poder judicial cuenta con muy pocos medios, menos jueces por habitante que en otros países europeos, exiguo presupuesto y miles de asuntos por resolver, cada vez más litigios como consecuencia de la inextricable maraña normativa (entre cien mil y doscientas mil normas vigentes).
'Iura novit curia', 'el juez conoce el Derecho'. Esta vieja máxima latina puede ser leída en dos modos al menos. Primero, que las juezas y los jueces han de pasar la vida estudiando para estar al tanto de la legislación, la jurisprudencia, las normas y principios que deben aplicar. Segundo, si una persona ha dedicado tanto tiempo a reflexionar sobre la Justicia, para impartirla, tenderá al equilibrio y la ponderación en su proceder cotidiano. Por estas razones, hagamos caso de sus advertencias.
Otros muchos juristas profesionales saben lo que está en riesgo. Abogados, procuradores, funcionarios, gentes de Ley. Ciudadanas y ciudadanos conscientes de sus derechos, sabedores de quien los protege, juezas y jueces que frenan los excesos del poder, nos hacen iguales y libres a todos.
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